Una mirada afirmativa de
la sexualidad,
vista a la luz
del amor.
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La encíclica Humanae Vitae fue escrita en el año 1968 por el papa Pablo VI. En ella trataba de dar respuesta a los católicos sobre cuestiones en torno al amor conyugal, la anticoncepción y el recurso al reconocimiento de la fertilidad.
Para entender bien el contexto, hay que saber que, en esos años, venía sucediendo la famosa revolución sexual. También, apareció la primera píldora anticonceptiva (comercializada en Estados Unidos en el año 1959). Entonces, la pregunta de la gente era ¿debían o no debían los católicos usar esa píldora por un tema de “control de la natalidad”?
La revolución sexual
La revolución sexual había dado pie a sentir como desafiante cualquier autoridad establecida: ¿podía la Iglesia Católica decir cómo vivir la sexualidad?
Pablo VI, tiempo antes de publicar la famosa encíclica, llevó a cabo una comisión de expertos, en donde resultó que la mayoría estaban a favor de la anticoncepción. Su argumento era que la moral conyugal se debía medir por la totalidad de la vida matrimonial, en vez de cómo vivir cada acto sexual.
Es decir, esta mayoría venía a decir que, si ese matrimonio había estado abierto a la vida, acogiendo hijos, podría en un momento dado acudir a la anticoncepción en caso de no querer más hijos. Entonces, era como pensar que el hecho de haber tenido ya hijos eliminaba cualquier responsabilidad moral a la hora de usar anticoncepción.
Sin embargo, Pablo VI veía claro que, lo que la minoría de esa comisión confirmaba era el camino correcto: que cada acto conyugal es esencialmente unitivo y procreativo. Cada una de esas expresiones de amor debían quedar abiertas a la vida, cosa que claramente impide la anticoncepción.
Las críticas
Cuando Pablo VI publicó la Humana Vitae ese 25 de julio de 1968 fue duramente criticado por aquellos que formaban parte de la mayoría a favor de la anticoncepción. No entendían cómo la Iglesia no se adaptaba al mundo moderno. Creían que, de esa manera, la Iglesia perdería credibilidad y que las parejas jóvenes se alejarían de la fe por no sentirse apoyadas por su Iglesia en caso de querer usar la píldora.
Estas posturas dentro de la Iglesia Católica aún se siguen dando y, tristemente, llevan a una enorme confusión en los fieles. Hay quienes opinan, también, pastores de almas, no solo laicos, que la anticoncepción podría ser un camino para los matrimonios católicos. Pues, piensan: ¿quién puede vivir los tiempos de espera requeridos en los ciclos de la mujer en caso de necesitar posponer embarazo?
La verdad: la castidad
Sin embargo -y puedo decirlo por la experiencia que he tenido tratando más de diez años a matrimonios- la espera de relaciones sexuales, esa conocida abstinencia periódica, hace un gran bien al matrimonio que desea expresar su entrega mutua en cada una de sus relaciones conyugales. ¿Cómo es posible que se justique vivir mal el acto conyugal, que debería ser reflejo de la Trinidad, por algunas relaciones anteriores en las que sí se dispusieron los esposos a que vinieran los hijos? Es como si dijéramos que, por ejemplo: “como he sido honesta con la sociedad durante unos años, ahora que me encuentro apurada económicamente, entonces, puedo robar, porque antes no lo hacía”.
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La experiencia más real es que la anticoncepción no permite vivir el lenguaje humano del amor, no permite el respeto ante las diferencias del hombre y de la mujer, no permite la entrega plena, no permite que exista una responsabilidad mutua, no permite vivir la virtud de la castidad conyugal. La castidad es la virtud de los amantes que tanto necesitan los matrimonios para aprender a darse y a descubrir en su vocación el camino a Dios. Un camino que verdaderamente supone un gran esfuerzo y dominio del ser, muchas veces vivido como una Cruz en momentos concretos de la vida conyugal. Sin embargo, ¿acaso no es la vida del cristiano su identificación con los dolores de Cristo? Dolores que llevan a la plenitud y a la Gloria.
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El noviazgo puede ser una de las grandes etapas de la vida. También, una de las más desafiantes. Es un tiempo de descubrimiento, crecimiento y preparación para algo más grande: el matrimonio. El noviazgo no es solo un tiempo de espera, más bien es una escuela de amor y esperanza. Aquí te comparto algunos consejos prácticos para vivir esta etapa con propósito y profundidad.
1. El propósito: pensar en grande desde el principio
El mundo nos dice que el noviazgo es para pasarla bien, para probar si el otro es el indicado o simplemente para evitar la soledad. La Teología del Cuerpo nos recuerda que el amor no es algo que se experimenta a medias. El noviazgo tiene un propósito más alto: discernir si están llamados al matrimonio y a formar un hogar que refleje el amor de Dios.
Pensar en grande desde el principio no significa que deban vivir esta etapa con presión o seriedad excesiva, pero sí con una dirección clara. Hablen de sus valores, sus sueños y el tipo de vida que quieren construir. Pregúntense: ¿cómo nos estamos ayudando a crecer como personas y en nuestra relación con Dios?. Si se ven caminando juntos hacia un mismo horizonte, estarán construyendo su relación sobre roca y no sobre arena.
2. Amor verdadero: don de sí mismos
San Juan Pablo II decía que el ser humano solo se encuentra a sí mismo cuando se entrega por completo al otro. En el noviazgo y en cualquier otra etapa de la vida, el amor auténtico no se mide por lo que recibimos, sino por lo que damos. Esto significa salir del egoísmo y buscar siempre el bien del otro. Por supuesto que necesitamos recibir amor y una relación no funcionaría si solo una de las partes se comprometiera a donarse. Si ambas partes se comprometen a la donación, entonces, hay una base sólida para el amor.
Amar también implica aprender a esperar. La castidad no es una lista de no hacer. Es una forma de amar respetando el tiempo y la dignidad del otro. Es decirle a tu pareja: «te amo tanto que te mereces un amor que se te dé por completo». Esa promesa es la que se realiza plenamente el día del matrimonio.
Por ello, el signo de la unión conyugal está llamado a expresar externamente la comunión de las personas que se ha ido construyendo en el noviazgo. Practicar la castidad en el noviazgo fortalece la confianza y construye una relación que se basa en la comunión de personas.
En la práctica, la castidad no es meramente buscar actividades que los distraigan para no pensar en la unión conyugal. Más bien, es buscar actividades que los ayuden a construir esa comunión profunda, conocerse más y amarse aún más: orar juntos, compartir juegos de mesa que permitan la comunicación y el desarrollo de habilidades, imaginar proyectos y criterios para llevarlos a cabo, etc. La espera tiene sentido cuando entienden que están invirtiendo en un amor duradero.
3. Aceptación mutua: un puente hacia el amor maduro
Una relación sana se construye sobre la verdad. Hablar abierta y sinceramente sobre sus sueños, temores, heridas y expectativas es vital. No teman mostrarse vulnerables. La transparencia es la base de un amor que busca reflejar la verdad de Dios.
Junto a la comunicación, viene la aceptación. Nadie es perfecto y aprender a amar las diferencias del otro es un desafío que vale la pena. Esto no significa tolerar actitudes dañinas; sí, tener la paciencia de acompañar al otro en sus luchas y debilidades.
Un ejercicio práctico: reserven un momento cada semana para un «chequeo» de la relación. ¿Cómo se sienten? ¿Qué podrían mejorar? Háganlo con amor y sin reproches. Y antes de hablar sobre algo que te moleste, piensa primero en tres cosas que admiras de tu pareja. Esto ayudará a suavizar cualquier conversación.
4. Dios en el centro: la clave para un amor pleno
El amor humano es un reflejo del amor divino. Por eso, integrar a Dios en tu relación no es una opción, es una necesidad. Un noviazgo vivido desde la fe no solo une corazones, sino que los eleva hacia un propósito eterno.
Empiecen por lo más básico: oren juntos. Una oración breve al final del día puede ser un pequeño gesto con un impacto enorme. También, pueden asistir juntos a misa, leer un pasaje de la Biblia o reflexionar sobre algún tema espiritual que les ayude a profundizar en su fe y en su relación.
Una idea: elegir un santo patrón para su noviazgo, alguien cuyo ejemplo los inspire. Tal vez San José y la Virgen María, como modelo de pureza y entrega o San Juan Pablo II, que entendía el amor humano como una vía para experimentar el amor de Dios. Además, incluyan a Dios en sus decisiones importantes. Antes de dar un paso grande en su relación, pregúntense: ¿esto nos acerca más a Él y a Su plan para nosotros?
Vivir la fe como pareja no significa que deban ser perfectos, pero sí que estén dispuestos a caminar juntos hacia la santidad. Cuando Dios está en el centro, Él transforma sus debilidades en oportunidades para crecer y amar mejor.
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¡Que el amor de Cristo Esposo por su Esposa la Iglesia los anime en su caminar!
Vivir la Teología del Cuerpo desde el noviazgo no es fácil, pero puede ser profundamente gratificante a largo plazo. Es elegir amar como Cristo: con paciencia, pureza y entrega total. Así, cuando llegue el día de decir «sí» en el altar, ese amor será libre, total, fiel y fecundo.
El noviazgo, vivido desde esta perspectiva, no es solo una preparación para el matrimonio, es una forma de amar que transforma y da vida. Si te animas a vivirlo así, descubrirás que, lejos de ser una etapa de incertidumbre, es el prólogo de la mejor historia de amor que Dios quiere escribir contigo.
La infertilidad es una cruz que muchas parejas llevan con dolor y esperanza. A menudo, tras numerosos exámenes y consultas médicas, los diagnósticos concluyen con un desalentador “infertilidad de origen desconocido”.
Sin embargo, este término puede ser más una señal de limitaciones en los métodos convencionales de diagnóstico que una realidad definitiva. La Naprotecnología, un enfoque innovador y profundamente respetuoso con la dignidad humana, ha demostrado que muchas de estas aparentes incógnitas tienen, en realidad, explicaciones médicas claras y soluciones éticas.
¿Qué significa “infertilidad de origen desconocido”?
El diagnóstico de infertilidad de origen desconocido (IOD) se aplica cuando, tras estudios básicos de fertilidad, no se encuentra una causa evidente para la dificultad de concebir. Sin embargo, este diagnóstico puede reflejar un enfoque limitado, donde no se investigan con la profundidad necesaria aspectos clave como el equilibrio hormonal, la salud uterina, la calidad del moco cervical o la función ovárica y masculina.
En muchos casos, la infertilidad no es un misterio, sino un rompecabezas incompleto al que le faltan piezas. Es aquí donde la Naprotecnología marca una diferencia significativa.
¿Qué es la Naprotecnología?
La Naprotecnología (Tecnología de Procreación Natural) es un enfoque médico desarrollado por el Dr. Thomas Hilgers, basado en el monitoreo detallado de los ciclos de fertilidad mediante el sistema Creighton Model. Este método no solo identifica posibles problemas subyacentes con precisión, sino, también, busca resolverlos de manera ética, respetando la dignidad del matrimonio y de la persona humana.
A diferencia de las soluciones más comunes, como la fertilización in vitro (FIV), que evaden las causas de la infertilidad y tratan únicamente los síntomas, la Naprotecnología se centra en encontrar y tratar los problemas médicos y fisiológicos que dificultan la concepción. Este enfoque integral busca restaurar la fertilidad natural, ayudando a las parejas a concebir de forma natural siempre que sea posible.
¿Qué puede descubrir la Naprotecnología que otros métodos no ven?
La Naprotecnología aborda la infertilidad con una investigación exhaustiva que va más allá de los análisis convencionales. Algunos ejemplos de problemas que frecuentemente pasan desapercibidos son:
1. desequilibrios hormonales no detectados: niveles anormales de progesterona o estrógeno pueden afectar la implantación y la ovulación, pero no siempre son analizados en profundidad;
2. endometriosis no diagnosticada: esta afección puede ser pasada por alto en evaluaciones estándar, pero la Naprotecnología utiliza técnicas como laparoscopias mínimamente invasivas para detectarla;
3. problemas con el moco cervical: este factor esencial para la fertilidad suele ser ignorado en los análisis médicos convencionales;
4. deficiencias en la fase lútea: alteraciones en la segunda mitad del ciclo menstrual pueden impedir que ocurra una implantación exitosa;
5. factores inmunológicos y de inflamación: infecciones no detectadas, inflamaciones uterinas o desajustes inmunológicos pueden dificultar la concepción.
La Naprotecnología y la visión cristiana de la fertilidad
Además de su enfoque médico innovador, la Naprotecnología es completamente compatible con la enseñanza de la Iglesia Católica. Mientras que técnicas como la FIV implican serios dilemas éticos, como la destrucción de embriones, la manipulación de gametos o la disociación del acto conyugal, la Naprotecnología trabaja en armonía con el diseño natural de la fertilidad.
Para la Iglesia, la fertilidad no es solo un problema médico, sino un don de Dios que debe ser comprendido y respetado. La Naprotecnología abraza esta visión al buscar restaurar el cuerpo a su funcionamiento natural en lugar de forzar resultados mediante medios artificiales.
¿Qué significa esto para las parejas diagnosticadas con IOD?
Para aquellas parejas que han sido diagnosticadas con infertilidad de origen desconocido, la Naprotecnología ofrece esperanza y claridad. Al profundizar en el análisis de cada aspecto de la fertilidad, este enfoque revela que, en la mayoría de los casos, el origen no es desconocido, sino simplemente no investigado de manera adecuada.
Las parejas que optan por la Naprotecnología no solo encuentran respuestas médicas, sino también, una experiencia transformadora que les ayuda a vivir su vocación matrimonial con una nueva perspectiva, confiando en que Dios está presente en cada etapa del camino.
Por lo tanto, el diagnóstico de infertilidad de origen desconocido puede ser un desafío devastador para muchas parejas, pero no tiene por qué ser el final del camino. La Naprotecnología ofrece un enfoque ético, efectivo y profundamente humano para desentrañar las verdaderas causas de la infertilidad y tratarlas de manera respetuosa con el plan divino para la vida y el matrimonio.
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Para quienes enfrentan esta dificultad, el mensaje es claro: no pierdan la esperanza. Hay herramientas médicas que honran la dignidad humana y permiten caminar junto a Dios en el deseo de formar una familia. La infertilidad no es un misterio insondable y la Naprotecnología está aquí para ayudar a resolverlo con amor, ciencia y fe.
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