Una tarde de fin de semana, fui a la estantería con ganas de coger un libro que me inspirara. Encontré la carta de Juan Pablo II a las mujeres del mundo, escrita en 1995. Una opción perfecta para profundizar sobre el papel de la mujer en el mundo actual.
Una meta difuminada
Resonó en mi interior esta frase: “te doy gracias, mujer-madre,que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida”.
Pablo y yo tenemos cuatro hijas y tres hijos. Personalmente, me preocupa la deriva que ha tomado el feminismo de los últimos años, en donde la mujer ha ido perdiendo su valor más fundamental. Parece que la meta final, también, para el varón, de vivir una vocación al amor, se ha difuminado.
Somos padres ¿y ahora, hoy, cómo educamos?
¿Cómo estamos educando a nuestras hijas para el mundo que les toca vivir? Está claro que no es el mismo lo que vivimos las madres de hoy -y de anteriores décadas- en nuestra juventud.
¿Cómo podemos educar en un mundo en el que los valores más profundamente humanos se pasan por alto? El cuidado de la vida, el respeto al no nacido, el valor concedido al cuerpo, la relación con los demás, etc.
Las dificultades de ser hoy una adolescente
Meg Meeker, autora famosa por sus libros sobre educación y familia -recomiendo su lectura a todos- explica cómo hoy en día es más difícil ser una niña o una adolescente. Existe una excesiva preocupación por la dieta para estar delgada. También, un adoctrinamiento generalizado en el que se les anima a elegir si quieres ser niños o niñas. Además, abunda el acceso a la pornografía facilitado por las tecnologías entre mujeres adolescentes.
La edad de las relaciones sexuales se adelanta a los 12 ó 13 años. Las niñas ya son formadas en todo tipo de infecciones de transmisión sexual, los contraceptivos que hay y cómo deben “protegerse” para evitar un embarazo. Como si fuese poco, en caso de quedar embarazadas, tienen la opción al aborto.
En definitiva, las niñas y adolescentes de hoy se encuentran con nuevos retos. Y los padres, primeros educadores, tenemos un desafío aún mayor: prepararlas para ser las mujeres adultas del mañana.
La esperanza de la alegría
Ante esta tesitura, creo que no debemos desanimarnos. Debemos vivir con la esperanza de saber que esas niñas, también, podrán vivir la alegría de la vida. Dios ha dotado de una belleza especial a la mujer, por naturaleza acogedora. Eso nunca va a poder ser destruido, pero sí fomentado y ensalzado.
Nosotros, los padres, tenemos la misión de educar hijas firmes y valientes. Meeker, en Educar hijas fuertes en una sociedad líquida, da algunas claves para ello, teniendo en cuenta que el corazón de cada niña tiene cuatro anhelos: dar amor, crear fuertes vínculos, cuidar a los demás y ser amadas.
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Existe un camino de preparación para que nuestras hijas, si Dios lo quiere, puedan llegar a formar su propia familia en el sacramento del matrimonio con expectativas de plenitud, a que puedan ver en el silencio e intimidad si Dios quizá les pida dar su vida por la Iglesia y la humanidad esposándose con Él. Sea lo que fuere, ¡ojalá, nuestras hijas, cumplan lo que dice el Papa en la carta!: “te doy gracias, mujer,¡por el hecho mismo de ser mujer!Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.
A pesar de que nos pueda parecer difícil, especialmente a los padres, estoy convencida de que en el mundo de hoy se puede llevar una vida feliz y lograda con la ayuda de Dios. Qué misión más estimulante tenemos con nuestras hijas, las mujeres del mañana!