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Afrontar la infertilidad con fe y esperanza

La infertilidad es una de las pruebas más dolorosas que pueden enfrentar un matrimonio. También, a menudo, una de las menos comprendidas. El deseo de tener hijos es natural y profundamente arraigado en el corazón humano. Por tanto, la dificultad para concebir puede traer consigo tristeza, confusión e, incluso, una crisis de fe. Sin embargo, desde una perspectiva cristiana, la infertilidad no es un castigo ni un fracaso, sino una invitación a vivir el amor conyugal de manera plena y abierta a la voluntad de Dios.

El valor del matrimonio más allá de la fertilidad

La Iglesia Católica enseña que el matrimonio no se reduce a la procreación, sino que es un llamado al amor y a la entrega mutua. En la encíclica Humanae Vitae, San Pablo VI nos recuerda que “el matrimonio y el amor conyugal están por su naturaleza ordenados a la procreación y educación de los hijos” (HV, 9).

Al mismo tiempo, la dignidad del matrimonio no depende exclusivamente de la capacidad de engendrar. La infertilidad no disminuye el valor de la unión matrimonial ni el amor entre los esposos. Por eso, no me canso de decir que no es solo familia quien tiene hijos ni que es fecundo solamente quien tiene hijos.

Un camino de fe en medio del dolor

El dolor de la infertilidad es real y merece ser reconocido y acompañado. Muchos matrimonios se sienten incomprendidos o presionados socialmente. En estos momentos de prueba, es fundamental recordar que Dios no abandona a sus hijos y que su plan, aunque a veces misterioso, siempre es para nuestro bien.

Jesús nos invita a confiar en Él: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mt 11,28). Es en la oración y en la vida sacramental donde encontramos la fortaleza para afrontar este sufrimiento con esperanza. La adoración eucarística, el rezo del Rosario y la dirección espiritual pueden ser luces en este camino de incertidumbre.

¿Qué dice la Iglesia sobre los tratamientos de fertilidad?

En la búsqueda de una solución, es importante discernir cuáles caminos son éticos y conformes con la enseñanza de la Iglesia. Algunos tratamientos, como la fertilización in vitro y la inseminación artificial, son moralmente inaceptables porque separan el acto conyugal de la procreación o implican la destrucción de embriones humanos (Donum Vitae, II, B, 4).

Sin embargo, la Iglesia apoya tratamientos que respeten la dignidad del matrimonio y del ser humano, como la Naprotecnología, que busca identificar y tratar las causas subyacentes de la infertilidad de manera natural y ética. Esto no significa que quien no es creyente no pueda acceder a este tipo de curas, al contrario. Es bueno y necesario para todos los que pasan por este proceso conocer qué les está pasando y poder ponerle remedio sin importar de que religión sea la persona.

Abrirse a la maternidad y paternidad espiritual

Si la concepción no es posible, esto no significa que el llamado a la paternidad o maternidad desaparezca. La apertura a la adopción es un acto de generosidad que la Iglesia siempre ha alentado, aunque nunca la he visto como la opción B o algo por el estilo, mas bien es una llamada, como cualquier otra. De hecho, conozco a familias que ya tienen hijos propios que también han sentido esta llamada a acoger hijos adoptivos.

En cualquier caso, el discernimiento es fundamental. No porque no se puedan tener hijos biológicos, se tiene que elegir la adopción. También, hay muchas formas de ejercer la paternidad espiritual: educando a otros en la fe, apoyando a familias necesitadas o siendo mentores de jóvenes. Cada uno encuentra su manera de ser fecundo no solo a través de la paternidad.

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La Virgen María, que conoció el dolor y la incertidumbre, es un modelo de confianza en Dios. Su fiat, su “hágase”, nos enseña que, aunque nuestros planes no se cumplan como esperamos, Dios nos llama a un amor aún más grande.

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