¿Qué es un hijo? O más bien, ¿qué supone tener un hijo? Nos ha tocado vivir en un mundo que trata a los hijos como “cosas”, “impedimentos al desarrollo personal”, e incluso como “algo contaminante”. ¿No pensáis que todos esos calificativos hacia los futuros retoños esconden un planteamiento de enorme individualismo egoísta? Porque, ¿qué hay más verdadero y bello que un amor que se expande? Cuando un matrimonio que se ama tiene un hijo, solo le cabe la sorpresa, un atisbo de eternidad que le sobrepasa tanto que solo sabe expresar un interminable agradecimiento. La admiración sigue creciendo a medida que se tienen más hijos, porque el amor no se agota nunca. De hecho, en contra de lo que pueda parecer, los hijos no son obstáculos al amor de los esposos: en todo caso, lo favorecen. ¿Cómo puede un hombre llegar a ver a su hijo como un objeto de estorbo, como un contaminante? En este artículo No tener hijos, de opción a deber podéis leer más sobre las corrientes actuales: veréis que no exagero.
Quizá haya algún matrimonio joven (o no tan joven) que no esté en el extremo de ver al hijo como un mal, pero que simplemente esté pensando en posponer su llegada. ¿Por qué? Porque quieren conocerse mejor, porque quieren asentarse bien en su reciente compromiso, o por la razón que sea. Una mujer que se iba a casar me decía: “Si tenemos hijos pronto, no vamos a disfrutar juntos”. En este artículo veremos las tres situaciones que, por lo que he podido ver hasta ahora, más suelen plantear los matrimonios jóvenes, y algunos consejos al respecto.
¿Los hijos nos quitan intimidad?
En muchos ambientes se habla de que el hecho de tener hijos puede dañar fácilmente la relación. Pienso que esto es como todo: si no hay comunicación, desde luego que puede dañar; pero no será por el hijo en sí mismo. Además, es preciso recordar que tener hijos no puede ser nunca la vía de escape para huir o tratar de solucionar un problema conyugal previo. Resulta fundamental tener claras las prioridades, y en el matrimonio hay una básica: el amor de los esposos siempre está por delante.
Diría, en todo caso, que tener hijos nos mantiene en el deseo de seguir trabajando la tan necesaria intimidad conyugal. La intimidad es crear hogar: ¿por qué, entonces, los hijos la van a impedirla? Es posible que no ayuden momentos como, por ejemplo, nada más dar a luz, o en la lactancia. Pero son circunstancias puntuales y naturales, en las que, si existe ese deseo de unión, el matrimonio siempre sale reforzado.
¿Los hijos nos quitan tiempo?
Sin duda, los hijos nos quitan tiempo de estar a solas con nosotros mismos, de esto nadie tiene duda. Antes de casarnos nuestros hobbies casi no tenían horario. Desde que tuvimos hijos y mientras han sido muy pequeños, no ha sido tan sencillo encontrar espacio para nuestras apetencias de solteros. Pero el tiempo en sí mismo no nos ha sido quitado.
Todo lo contrario: creo que, al tener hijos, hemos cambiado la forma de gestionarlo de forma positiva. Ahora el deporte se hace acompañados, leemos mientras juegan, cocinamos con ellos… Por otro lado, me parece importante que tengamos en cuenta que, con hijos o sin ellos, el tiempo no nos pertenece; debemos aprender a adaptarnos y a sacarle el mejor partido, en cualquier situación de la vida.
¿Los hijos impiden la progresión laboral?
Aquí dependerá de lo que cada uno entienda por progresión o mejora laboral. Desde luego, este punto lo resolverá cada cual, en función de sus prioridades: ¿qué es más importante para ti: tu mujer/marido o tu trabajo, tus hijos o tu trabajo?
Cierto es que la sociedad actual no favorece la paternidad. Sin embargo, al menos en nuestro caso, ser padres nos empuja a trabajar mejor, a querer promocionar, a buscar trabajos en los que la familia tenga lugar, a luchar para que la familia siga teniendo un espacio especial y fundamental en este mundo.
En definitiva, diría que la progresión laboral no queda coartada por tener hijos: al revés, queda obligada a ser progresiva. No solo por un tema económico, sino en la búsqueda que te permita desarrollarte en tu vida personal, para poder pasar tiempo con tu familia. Esto es así, sea con más, con menos, ¡o con ningún hijo! Conozco matrimonios sin hijos que apenas se ven, porque dedican la mayor parte de su tiempo a trabajar.
Dos consejos puntuales para matrimonios jóvenes
A los matrimonios recién salidos del horno, o a esos novios que están próximos a casarse y que no saben cómo plantear la cuestión de cuándo han de llegar los hijos, les diría lo siguiente. Primero, que los hijos no son parte de las tareas que hay que “cumplir” para ser una familia. Familia ya son ellos dos, que la acaban de formar.
Y lo segundo, que nadie nunca está perfectamente preparado para recibir a los hijos. Me gusta muchísimo cómo lo plantea Fabrice en su libro ¿Qué es una familia?: “Nadie está capacitado para tener un hijo (…) Pero aparece la unión de los sexos. Aparece esa generosidad que nos traspasa (…)”. Coincido absolutamente con Hadjadh cuando explica que los hijos nunca pueden ser fruto de nuestros cálculos, tan humanamente limitados, y que nunca estamos listos para educar. Al revés: son nuestros hijos los que nos educan y nos hacen ser conscientes de la responsabilidad que ha sido puesta en nuestras manos.
El caso de la infertilidad biológica
¿Y si no podemos tener hijos por infertilidad? Podríamos hablar de esto mucho más, pero por no extenderme, y por no querer omitir este punto tan necesario, diré brevemente lo siguiente:
Es muy doloroso vivir la infertilidad deseando que lleguen los hijos. Pero el deseo de amor no se ve truncado. ¡No debería! El amor de los esposos, como decía antes, está por delante de todo, y en la búsqueda de la felicidad cada matrimonio encuentra, de una forma u otra, el camino de fecundidad al que está llamado.
La fecundidad espiritual es algo de lo que no se suele hablar: nos solemos limitar a la biológica, quizá por lo aparente. Espiritual y biológica constituyen dos caras de la fecundidad, que no se contraponen, ni mucho menos. De hecho, la biológica necesita a la espiritual para tener sentido. Sin embargo, la espiritual no tiene por qué ser siempre biológica, tal y como se muestra en matrimonios infértiles. Todos estamos llamados a una abundante fecundidad espiritual, tan necesaria para crecer en el amor y transmitirlo a quienes tenemos cerca. La fecundidad biológica es la muestra palpable.
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Ser padre no solo te hace más responsable. Además de ello, los hijos necesariamente te sacan de ti mismo. Una vez me contaba un compañero de trabajo que él y su mujer se habían esterilizado para no tener más hijos. Tenían ya dos, y tener más hubiera supuesto “cambiar de casa, cambiar de coche…”. Pero al mismo tiempo, al verme con unos cuantos hijos más que él, me transmitía su pena por no haber “podido” tener más. La realidad es que, en el fondo, la felicidad no es tener tiempo o cosas para uno mismo y cumplir los sueños individuales. Radica en otras cosas: en la entrega, en el poder dar el tiempo a los demás, en aprender a compartir…
Si me preguntan, siempre contesto lo mismo: los hijos, cuantos antes, mejor. ¿Por qué? Porque así podremos, cuanto antes, construir con ellos un mundo mejor.
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