Cuando se habla de la castidad muchas veces se piensa en una postergación de la sexualidad. En efecto, la castidad se trataría de un “no hacer”; concretamente, no tener relaciones sexuales. Sin embargo, ver así la castidad es un error.
La castidad es una virtud, es decir, un hábito bueno; y como todo hábito, se adquiere mediante un comportamiento activo. En efecto, ningún hábito se adquiere “no haciendo” algo, y la castidad no es la excepción. En cuanto hábito, para su adquisición, la castidad requiere la repetición de actos libres. ¿Y cuál es ese acto a partir del cual se adquiere la virtud de la castidad? Ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor.
El ser humano es una unidad que no puede quebrarse. Esto es muy importante porque esta ordenación del mundo de la sexualidad hacia el amor exige un actitud totalizante. Es decir, no puedo pretender, por un lado, practicar la castidad con mi pareja y, por el otro, ver pornografía cuando estoy solo. Lo que hago estando solo debilita el hábito que trato de construir con mi pareja, instalando el hábito contrario.
La castidad no sólo no es olvidarse de la sexualidad, sino que requiere un ejercicio constante. Implica una manera de mirar, de tocar, de hablar, de usar internet, de mandar mensajes, etc.; primando en cada una de estas acciones una ordenación hacia el amor. Amor entendido como la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona.
Estas ideas están mucho más desarrolladas en el cuarto episodio de nuestro curso “7 mitos sobre la castidad”. El mito que abordamos en esta entrega es: “¿La castidad es olvidarse de la sexualidad?”