Las relaciones sexuales son una forma privilegiada de expresar amor. No por nada, a ellas —y no a otra cosa— se hace alusión cuando se habla de “hacer el amor”. Pero, paradójicamente, las relaciones sexuales se pueden vivir como un riesgo. Se pueden vivir así porque pueden acarrear consecuencias no deseadas —por ejemplo, un embarazo no buscado—, y por eso hay que “cuidarse”. Puede que uno, tan habituado a vivir la tensión del “amarse-cuidarse”, llegue considerar que ésta es algo normal. Pero no tiene por qué serlo.
El cuerpo nos complica
De manera habitual, el varón siempre es fértil, mientras que es la mujer la que tiene períodos de fertilidad y de no fertilidad. Cuando no se busca el embarazo, es necesario “cuidarse” especialmente en aquellos momentos de fertilidad de la mujer. La mayoría de personas que trata de tener una vida sexual “responsable” busca “cuidarse” siempre. Pero lo cierto es que, si se quiere evitar el embarazo, son los descuidos en los momentos de fertilidad de ella los que pueden traer las consecuencias no deseadas.
Para una pareja que busca expresar su amor y evitar el embarazo, la propia fertilidad —permanente en el varón y periódica en la mujer— puede llegar a ser un problema. Vivir un amor sin consecuencias sería más fácil si uno pudiera controlar voluntariamente la propia capacidad de transmitir vida. El cuerpo, a través del cual se expresa el amor, es también el que complica las cosas. Y así, en medio de lo que debería ser una de las expresiones más exquisitas del amor, se saborea una cierta amargura, pues mientras las leyes del cuerpo se cumplen siempre, la protección puede fallar. Si hay dudas, se recurre a esa bomba de hormonas que es la pastilla. Y si hay retrasos, se busca la prueba de embarazo, con esos cinco minutos que se hacen eternos.
Aceptación total
El amor es aceptación, no negación. Aceptarse uno mismo y aceptar al otro. Es aceptarse uno mismo porque, para amar, es indispensable amarse; y para amarse, hay que conocerse. Descubrirse valioso a pesar de las cosas malas, y amarse y saber que uno puede ser amado incluso con ellas. Y es aceptar al otro porque implica tomarlo tal cual es sin querer cambiarlo para que se ajuste a las propias expectativas. Aprender a abrazarlo con sus riquezas y sus miserias, con sus luces y sus sombras. Es contradictorio, pues, que una de las expresiones más propias de ese amor se lleve a cabo precisamente tratando de suprimir un aspecto que es esencial a uno mismo y a la otra persona.
La fecundidad no es un problema, sino un don. En cuanto tal, no constituye una carga, sino un elemento que enriquece el valor total de la persona. Incorporar en la expresión del amor la vivencia de la fecundidad —con sus reglas propias— lleva a que el amor se desenvuelva en un marco de mayor aceptación: “Te amo y te acepto como eres: fértil en tus períodos de fertilidad y no fértil en tus períodos de no fertilidad”. Es la gran diferencia a la que lleva el uso de un método natural. El amor maduro, que se expresa en la aceptación total de uno mismo y de la otra persona, pone al descubierto que la tensión entre el “amarse-cuidarse” es, en el fondo, falsa. Nadie se cuida de algo bueno. Si acaso hay que “cuidarse”, no hay una aceptación total. Si hay que “cuidarse”, algo le falta al amor. No se trata de buscar siempre el embarazo —por eso la fertilidad es periódica—, sino de aceptarse y aceptar al otro como es en todo momento, también cuando se quiere expresar el amor a través de una relación sexual.