En materia de sexualidad, es importante evitar ciertas situaciones que a uno lo pueden llevar a hacer cosas que inicialmente no quería hacer. Llegado a un cierto punto, la pérdida de control no se debe a una falla en la fuerza de voluntad, sino a algo que es propio de la naturaleza del ser humano. En efecto, en materia de sexualidad, el control que uno ejerce es indirecto.
Control indirecto
En lo que se refiere al dominio de uno mismo, hay cosas que el ser humano puede controlar directamente y cosas que no. Por ejemplo, cuando uno quiere, puede levantar o bajar las manos, pararse o sentarse, correr o caminar. Se trata de ámbitos que uno controla de manera directa. Pero hay también toda una dimensión que escapa al control directo, y tiene que ver mucho con las cosas que uno siente. Más que acciones que uno realiza, son cosas que a uno “le pasan”. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando uno se enoja, cuando se pone triste, cuando se alegra, etc. Y ocurre también con el mundo se la sexualidad.
Enojarse no es como levantar una mano o pararse y caminar: no es algo que uno controla directamente, sino de modo indirecto. Para que uno se enoje, tiene que pasarle algo que lo haga enojar, o uno tiene que pensar en algo que lo enoje. Si no, no se activa el enojo. De igual modo, uno puede estar pasando un día espectacular, pero si se le acerca una persona que le resulta molesta y lo empieza a fastidiar, seguramente termine enojado, por más que no quiera. Algo muy parecido ocurre en materia de sexualidad.
Uno no activa —o desactiva— el mundo de la sexualidad a voluntad. Se trata de un ámbito en el que el control que uno ejerce siempre es indirecto. No es lo mismo un beso de saludo de un cuarto de segundo que uno ultra apasionado en el que además hay contacto físico. En el primero, seguramente no pase nada. Pero en el segundo, por más que uno no quiera, va a sentir cosas. Lo mismo ocurre con lo que uno ve o imagina: si es algo que le resulta atractivo, es muy probable que uno termine sintiendo —o haciendo— cosas, por más que no fuera ese el plan original. Es importante tener en cuenta que esto no ocurre porque uno sea débil o por falta de práctica, sino porque el mundo de la sexualidad tiene sus reglas. Y si uno desea estar en pleno dominio del ámbito de su sexualidad, tiene que conocerlas y saber cómo funcionan.
Dos consecuencias
Una primera consecuencia del control indirecto en el ámbito de la sexualidad es que, para activarlo, uno tiene que tener presente de manera física —tocar, ver, oír— o imaginaria aquello que le genera esas sensaciones. Y para desactivarlo, lo contrario: uno tiene que alejarse físicamente de lo que le genera eso que siente, o dejar de pensar en ello y pensar en otra cosa. No hay aquí un interruptor mágico para encender o apagar.
Pero la segunda consecuencia es todavía más importante. Por más que uno no quiera sentir nada, si uno se acerca físicamente o con la imaginación a aquello que le genera sensaciones, quiera o no, va a terminar sintiendo cosas. Si bien cada uno puede tener mayor o menor resistencia a ciertos estímulos, es algo que nos pasa a todos, varones y mujeres, en mayor o menor medida. Por eso es importante cuidar lo que uno ve, lo que uno imagina, o cómo y cuánto uno se acerca a alguien y en qué circunstancias. Esto ya que uno siente cosas, y puede terminar haciendo algo que tal vez en el momento se sienta bien, pero después genere arrepentimiento. Si uno se lo propone, puede llegar a estar en control de la propia sexualidad, pero tiene que tener en cuenta que el control que ejerza siempre será indirecto.
“Ven a mi casa a mi casa esta noche a ver una peli, que mis papás están de viaje.” No es precisamente la invitación a ver una película; y si acaso pasan alguna, es probable que no terminen de verla. No es que ver películas en pareja sea malo —para nada—, sino que hay momentos y maneras. Algo similar ocurre con lo que uno puede llegar a ver en internet, o con la manera de acercarse al otro para bailar cuando uno sale de noche. Y así como estas, otras cosas. En este ámbito, empezar algo con la intención de cortarlo en algún momento es como lanzarse en bicicleta por una pendiente pronunciada: los frenos sirven sólo al principio. Si uno realmente no quiere llegar al final de la bajada, antes de tener que lanzarse al pavimento a toda velocidad, lo mejor es ni siquiera subir con la bicicleta. Si hay lugares a los que uno no quiere ir, lo mejor es no ponerse en camino. Y para que no se trate de una renuncia que genere frustración, es importante tener presente por qué uno decide evitar ciertas situaciones, de modo que ese “no” sea la consecuencia de un “sí” a un bien mucho mayor. Se trata de buscar siempre lo que sea mejor.