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La segunda más linda

En plena fiesta, Juan ve de lejos a Marina. No se conocen, pero a Juan le parece que es la más linda de la noche. «¿Me acerco a hablarle?» Ella está sola, parada a un extremo de la barra tomando algo. Él va al otro extremo y se pide un trago. Mientras espera, se mira en el espejo de la barra. «Me veo bien», piensa. Le dan el trago. Se hace el fresh observando la fiesta, mientras la mira de reojo. «Al tercer sorbo, me acerco». Pasan cinco y dos intentos fallidos, y sigue en su lugar. El vaso se empieza a vaciar, y con la excusa de pedir otro, decide ir hacia el extremo de la barra donde está ella. Está de espaldas: «es ahora», y camina. A mitad de camino, ella, de la nada, voltea y lo mira. Sus pasos pierden fuerza, duda, y para evitar hundirse, finge que recibe una llamada. «No te escucho, dame un segundo», grita en el celular, y encara hacia el baño. Ahí analiza la situación y calcula los daños. «¿Se habrá dado cuenta?» Sale del baño. Ella sigue sola, pero él ya no se anima. Escanea el lugar y ve a Laura. Es linda, pero no es como Marina. Se acerca y hablan, pero le falta ese no-sé-qué. Bailan, y de tanto en tanto mira discretamente al extremo de la barra, donde Marina sigue sola. «Ya fue, no me hubiera hecho caso», y le pone toda la onda a lo de Laura, tratando de convencerse de que lo de Marina nunca fue una posibilidad real.

 

Dos posibilidades

 

En las redes sociales, en las series, en las noticias, y en la vida misma pareciera que las «nuevas formas de amor» ocupan un lugar cada vez más preponderante. En efecto, así como todavía hay muchos jóvenes que aspiran tener una relación exclusiva e incondicional orientada a un matrimonio para toda la vida, hay otros que barajan opciones diferentes. Se plantean, por ejemplo, relaciones abiertas en las que uno puede estar al tanto —o no— de lo que hace su pareja. Exploran también las distintas variables que ofrece el poliamor, incorporando personas nuevas a la relación. Algunos deciden irse a vivir juntos, pero sin hablar de matrimonio. Por su parte, otros se casan, pero ya no pensando en un compromiso que dure toda la vida, sino que apuntan más bien a matrimonios cortos, poniéndole fecha de caducidad al amor. Y así como estas, hay otras variables.

 

¿Relación exclusiva, incondicional y para toda la vida; o «nuevas formas de amor»? Hay quienes optan por las nuevas formas de amor porque realmente están convencidos de que son lo mejor. Este es un primer grupo. Sin embargo, hay un segundo grupo que también opta por estas últimas, pero por razones diferentes. En efecto, pueden pensar que la primera opción es la mejor; y pueden incluso estar convencidos. Sin embargo, la falta de ejemplos concretos, el bombardeo de las series y las redes sociales, experiencias fallidas propias o de gente cercana, o la desconfianza en las propias fuerzas o en las de la pareja hacen que terminen eligiendo la segunda opción. Para este segundo grupo, esta opción es algo así como la segunda chica más linda de la fiesta.

 

La más linda

 

Que la chica más linda te diga que no, no es tan dramático. Pierdes algunos puntos, nada más. En cambio, una relación exclusiva, incondicional y para toda la vida es diferente, y aquí es donde la comparación llega a su límite. En efecto, una relación con estas características y cristalizada en el matrimonio requiere que uno ponga en juego toda la vida: si no hay un all-in por parte de ambos, la cosa no funciona. Y cuando uno lo apuesta todo, también puede perderlo todo. Y sin embargo, el premio mayor no se alcanza si uno se guarda algunas fichas. Y si uno está en el segundo grupo, en el fondo sabe que ningún otro premio se compara al premio mayor, y realmente lo quiere. Esto más allá de que lo vea como algo difícil de conseguir. Pero es posible.

 

El ser humano ha sido hecho para amar. Hablamos aquí de amor en un sentido profundo. Se trata de un amor entendido como entrega, como donación de uno mismo. Por eso una relación en la que prima el cálculo y el centro está puesto en el propio yo, si bien puede ser fuente de experiencias memorables, en el fondo, no llena. La «segunda mejor opción» nunca llega a ser lo suficientemente buena, y siempre lo deja a uno insatisfecho. En el fondo, si uno se descubre llamado a vivir el amor en ese sentido hondo, convencerse de que uno está bien con menos requiere falsear algo, implica dejar de ser fiel a uno mismo.

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