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Amor y amistad

Una relación de pareja firme y duradera, en el fondo, se funda en una relación de amistad. Es decir, la persona con la que uno está no es sólo la que lo hace reír o sentir cosas fuertes. Cada uno está llamado a ser para el otro también un amigo; y de hecho, si pasa el tiempo y las cosas funcionan, el mejor amigo. ¿En qué se basa esta amistad?

 

Amistad

 

Toda amistad se afirma en tres cosas. En primer lugar, querer el bien de la otra persona, lo que se conoce como amor de benevolencia. En segundo lugar, dicho amor de benevolencia debe ser recíproco. Es decir, para que surja la amistad no basta que yo quiera el bien de alguien, sino que esa persona a su vez debe querer y procurar mi bien. Finalmente, ese recíproco querer el bien del otro debe estar fundado sobre algo que se tenga en común con la otra persona; es decir, debe estar fundado en algo que sea compartido. Se puede compartir el equipo de fútbol, un salón de clases o la práctica de algún deporte; se puede compartir ideales, desafíos, proyectos; y muchas otras cosas. Y eso que se comparte es aquello que hace que me sienta bien con la otra persona, que me sienta cómodo estando con ella. Pero lo importante es que mientras más profundo es aquello que se comparte, más fuerte es el mutuo querer el bien del otro —así como el afecto—, y más profunda es la amistad.

 

Una relación de pareja es el escenario adecuado para que surja un tipo particular de amistad. Ciertamente, uno puede tener muchos amigos antes de empezar una relación; incluso mejores amigos. Y, de hecho, es muy saludable conservar dichas amistades estando ya en la relación. Pero lo cierto también es que es importante que con el tiempo empiece a surgir una amistad especial entre la pareja. Y se trata de una amistad con características propias.

 

Amistad de pareja

 

Un signo de madurez en la relación se manifiesta cuando el centro deja de estar en uno mismo —por ejemplo, en lo que uno siente— y empieza a estar en la otra persona. Y así, la atención no está puesta ya en el bien que la otra persona le hace a uno, sino en el bien que uno le puede procurar a esa persona. Y dado que uno se encuentra en una relación, se espera que ese querer el bien del otro sea recíproco, de modo que ambos puedan decirse: «En todo lo que hago, busco tu bien».

 

Ahora bien, dicha búsqueda recíproca del bien de la otra persona debe fundarse en algo que se tenga en común, y aquí es donde la amistad que se da en una relación de pareja adquiere su caracterización propia. En efecto, a diferencia de lo que se puede dar con otras amistades, aquello que funda la amistad de pareja es que lo que se comparte es la totalidad de la vida. Y ese compartir la vida —que se va dando progresivamente— se entiende a la luz del hecho de que la búsqueda del bien de la otra persona empieza adquirir con el tiempo la forma de una donación. Y así, cada uno puede decirle a su pareja: «Quiero tanto tu bien que te entrego lo mejor que tengo: me entrego yo mismo.» Y dado que se trata de una donación recíproca, a medida que uno se entrega también recibe el don que la otra persona le hace de sí misma. Esto es lo que caracteriza la amistad propia de una relación de pareja, y adquiere su expresión definitiva en la amistad matrimonial, la cual es la expresión de un amor en el que la entrega es total, exclusiva, incondicional, y para toda la vida.

 

No se quiere decir con esto que uno no pueda tener otras amistades además de su pareja. De hecho, una relación absorbente que a uno lo aleje de sus buenas amistades termina siendo sospechosa. Pero sí es cierto que al nivel en el que se da una relación de pareja no hay lugar para nadie más: la entrega total y exclusiva propia de la amistad de pareja sólo es posible de a dos. Y en la medida que aquello que se pone en común es toda la vida, se implica no sólo el presente, sino también el pasado y el futuro. Y así, no es que no me importe quién fuiste o de dónde vienes: sí me importa, y te acepto así. No es que hago como si las cosas que hoy no me gustan de ti no existieran y me quedo sólo con lo que sí me gusta, sino que compro el paquete completo. No es que yo respeto tus planes para que tú respetes los míos, sino que asumimos cada uno los del otro como propios, de modo que ahora tus proyectos y los míos son de los dos.

 

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