A primera vista, libertad y compromiso parecen incompatibles. Esto se ve, por ejemplo, en el ámbito de las relaciones de pareja. En efecto, mientras más aumenta mi compromiso con una persona, más disminuye mi posibilidad de elegir a otras. Algunos encuentran una salida a esta tensión en las relaciones abiertas. Ahora bien, la búsqueda de otras opciones que conjuguen ambas variables —compromiso y libertad— reclama que profundicemos un poco acerca del sentido de la libertad. Esto a fin de ver si, a un nivel más profundo, es posible encontrar un escenario en el que un mayor compromiso me proporcione una mayor libertad.
Libertad, ¿para qué?
Cuando uno se pregunta para qué hace tal cosa, está preguntando por el motivo, por la finalidad de dicha acción. «-¿Para qué lees El Quijote? -Para saber más.» Y sobre esta respuesta, uno puede volver a formular la pregunta: «¿Y para qué quieres saber más?» Y a su vez sobre lo que se responda se la puede volver a formular. Lo interesante es que mientras uno más formula la pregunta más se acerca a las motivaciones más profundas, que son más fuertes, pues tensionan todas las demás. Pero lo interesante es también que uno no puede formular la pregunta del para qué al infinito. Cuando la respuesta es «Para ser feliz», se acabaron las preguntas.
En efecto, la felicidad es el motivo último, la razón final por la cual hacemos todo lo que hacemos. Todo lo que hace el ser humano, en el fondo, lo hace para ser feliz. Se trata del motivo más profundo, el cual tensiona todas las demás motivaciones, y está en la base de todas las elecciones. Y de esto el ser humano no puede escapar. Ciertamente, podemos elegir hacer tal o cual cosa, pero no podemos elegir el hecho de que en todas nuestras elecciones buscamos siempre la felicidad. Podemos no estar de acuerdo acerca de en qué consiste nuestra felicidad —Dios, el dinero, el poder, el placer, etc.—, pero no podemos cambiar el hecho de que en todo lo que hacemos buscamos ser felices.
Si bien no podemos cambiar que en toda elección busquemos la felicidad, sí podemos elegir los medios que nos conducen a ella, y ahí es donde entra en juego la libertad. La libertad implica la posibilidad de autodeterminarse, pero siempre en orden a mi felicidad, es decir, a mi plenitud en cuanto ser humano. Esto es lo que da sentido a la libertad. De ahí que no todas las decisiones tienen el mismo peso: son mejores aquellas que me hacen mejor persona, que me plenifican en cuanto ser humano, que me acercan más a la felicidad.
Amor y libertad
Amar es buscar el bien de la otra persona, y en el amor de pareja, dicha búsqueda va tomando poco a poco la forma de una donación. «Busco tanto tu bien que te entrego lo mejor que tengo: me entrego yo mismo.» Si fuéramos infinitos, ilimitados, podríamos entregarnos totalmente a más de una persona —incluso a todo el mundo— sin que alguno recibiera menos. Pero como somos limitados, lo que entrego a uno dejo de entregárselo a los demás. De ahí que toda elección supone una renuncia: cuando le digo «sí» a alguien, le estoy diciendo «no» a las demás personas, al menos por ese momento. Y mientras más me comprometo en ese «sí» de manera exclusiva y total, cierro la posibilidad de elegir a otros, pues se acentúa el «no» hacia ellos. A este nivel, pareciera haber una oposición entre compromiso y libertad.
Ahora bien, lo que da el sentido a la libertad no es la posibilidad de elegir a secas. Lo que da sentido a la elección es su ordenación a la felicidad; es decir, a la plenitud del ser humano en cuanto tal, que no es otra cosa que su bien. Y a la luz de esta consideración, la elección de comprometerme con alguien me sitúa —junto con mi pareja— ante un escenario nuevo: se abre ante ambos la posibilidad de recorrer un camino que sólo puede transitarse juntos. Nos sitúa, pues, frente a un escenario de plenitud al que no es posible acceder solo: se llega sólo de a dos.
En una relación, suele estar presente la idea de que «el otro me completa». Es decir, se suele experimentar cómo la limitación de cada uno es de alguna manera suplida por el otro, pero de un modo tal que el resultado no es la mera suma de ambos. Ciertamente, hay cosas que sólo se pueden conseguir estando juntos. Y en la relación, en la medida que el compromiso y la entrega progresivamente van aumentando, empieza a vislumbrarse una travesía en la que sólo es posible embarcarse si se tiene la certeza de que el otro no se despertará un día sintiéndose diferente, y cambiará de opinión. Por ejemplo, el casarse y formar una familia. De ahí que hay cometidos que no es posible empezar si no estoy seguro de la decisión de la otra persona de estar conmigo a pesar de todo, por el resto de mi vida. Y es en este recorrido que sólo un compromiso firme, basado en la confianza y la amistad con el otro, despeja las dudas y permite a ambos gozar de una mayor libertad. Esto en el marco de una plenitud que sólo se consigue cuando se pone en primer lugar la felicidad de la otra persona. A mayor compromiso, mayor libertad.