Cuando uno ama de veras, no ama de manera parcial; es decir, no busca fragmentar al otro quedándose sólo con lo que a uno le gusta. Por el contrario, uno acepta el desafío de amar absolutamente, y busca ser amado en la misma medida. En una relación sexual, uno está llamado a experimentar ese amor total: sentirse amado en toda su integridad, en toda su persona. Y uno está llamado también a amar en la misma medida. Sin embargo, cuando no se quiere un amor con todas sus consecuencias, la propia vitalidad de la sexualidad —que se expresa en la fertilidad— se puede volver un enemigo que “complica” esa entrega que debería ser total.
La salud que se vuelve en contra
La posibilidad de dar origen a una nueva vida es un singo de vitalidad y de salud, tanto del varón como de la mujer. Las leyes del cuerpo —las de la fertilidad— no están sujetas a nuestra voluntad. Por eso parece que complican las cosas. Cuando no se quiere tener hijos, se genera una tensión entre la salud del cuerpo y la “expresión del amor”, y no queda otra que “cuidarse” y resignarse a que la salud del otro sea un riesgo para el proyecto de ambos —en el que no hay lugar para un hijo—. La fertilidad es expresión de la salud de la persona, pero alguno tendrá que suprimir la suya propia para darle prioridad al proyecto de la pareja. La salud del otro o la propia se presentan así como un enemigo interno, que nadie sabe cómo ni cuándo terminará traicionando.
¿El amor sólo podrá tener lugar si se excluye la fertilidad? ¿La entrega se debe hacer con la resignación de suprimir algo de uno mismo o del otro? ¿La expresión del amor pasa de ser un acto de entrega a una actividad de riesgo de la que hay que “cuidarse”? Se presenta la paradoja: se busca expresar el amor con el cuerpo, pero el cuerpo mismo se vuelve un peligro para el amor. ¿Hay que cuidarse de la vitalidad y de la salud del cuerpo como si fuese algo malo?
De la ignorancia al conocimiento
Para que en una relación sexual se viva auténticamente el amor es indispensable conocer la fertilidad humana y aceptarla con sus reglas propias, y no considerarla como el “desconocido que traiciona”. La fertilidad del varón es continua, siendo la mujer la que tiene un momento de fertilidad por ciclo. En efecto, mientras que el varón produce sus células reproductivas en grandes cantidades y de forma ininterrumpida, la mujer produce solamente una célula reproductiva de manera cíclica. El momento de fertilidad de la pareja se dará cuando el espermatozoide tenga la oportunidad de fecundar el óvulo maduro. Esto marca que el tiempo de fertilidad de la pareja se dé una vez por ciclo. Esta realidad es el punto de partida para poder vivir plenamente la sexualidad, lo cual se hace posible gracias al uso de métodos naturales.
Ajustarse a los ciclos es un desafío porque el deseo de expresar el amor no siempre se ajusta a los ritmos de la fertilidad. La pareja está llamada a “abrazar” la fertilidad, y no vivirla con desconocimiento o con miedo. No se trata de buscar controlarla a voluntad, sino de conocerla y entender que el cuerpo tiene sus tiempos, aceptando que, en el fondo, no se posee el control absoluto. Cuanto mayor sea el conocimiento de la fertilidad humana, más segura estará la pareja de la vivencia de su propia sexualidad, y mayor será la entrega. No se trata de someter la naturaleza, sino de vivirla con una actitud de gozosa aceptación.