Hace poco, en un encuentro de catequesis para adultos, una persona comentó: “está bien si alguien quiere ser practicante e ir a misa todos los domingos, pero me parece que es más importante ser buena persona”. ¡Pareciera tener lógica! ¿Quién va a decir que no es importante ser buena persona? Pero, si eso es lo mejor que el cristianismo puede ofrecer, entonces cerremos las iglesias y abramos escuelas de moral.
¿Verdaderamente el cristianismo puede ofrecer algo más que simplemente “ser buenas personas”? Podríamos preguntarle eso al propio Cristo, para qué vino a la tierra y él nos respondería “he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). También podríamos preguntarle para qué nos enseñó un estilo de vida tan particular y él nos respondería “les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15, 11). Entonces, en resumen, ¡el cristianismo se trata de alcanzar una vida plena y un gozo absoluto!
El camino más allá del cristiano
Sabemos que quien participa de misa todos los fines de semana, se confiesa, reza, practica obras de caridad, etc. logra una paz y una alegría que el mundo no puede ofrecer. Sin embargo, ¿es esa la plenitud de la que Cristo habla? Ciertamente no, porque aun así seguimos enfrentando el sufrimiento y el cansancio. Pero estamos en camino. Esa vida de plenitud y gozo comienza en la tierra, pero va creciendo hasta realizarse definitivamente en el cielo.
Aquí nos encontramos con otra dificultad: entonces, ¿qué es el cielo? Muchos de nosotros crecimos con imágenes erradas del cielo. Quizás vimos dibujos animados o películas donde el cielo es representado con algunas nubes, música lenta y aburrida y sin mucho para hacer. ¡Eso por toda la eternidad! ¡Y nos dicen que es algo bueno! ¿Quién quisiera ocuparse de ir a un cielo así? Necesitamos desesperadamente imágenes más adecuadas del cielo. Pero no porque necesitemos cambiar nuestra estrategia de marketing para apelar mejor a nuevos públicos, sino porque realmente el cielo es otra cosa.
No vamos al cielo a morir de aburrimiento
El cielo, aún más que un lugar, es la plenitud de una relación de amor. Como afirmó el Papa Francisco: “Nosotros, mujeres y hombres de la Iglesia, estamos en medio de una historia de amor: cada uno de nosotros es un eslabón de esta cadena de amor. Y si no entendemos esto, no hemos entendido nada de lo que es la Iglesia” (Santa Misa, 24 de abril de 2013). Toda la Biblia nos relata esta historia de amor y lo hace en clave esponsal. Es decir, comienza con un matrimonio humano (el de Adán y Eva) y termina con un matrimonio divino (el de Cristo y la Iglesia). Jesús se refiere a sí mismo como el esposo que se unirá a su esposa, la Iglesia. Entonces el amor humano, nos habla de otro Amor aún mayor.
En el punto culminante de esta analogía esponsal, San Pablo describe la unión “en una sola carne” de los esposos como un “gran misterio” que se refiere a Cristo y la Iglesia (ver Efesios 5, 31-32). Este “gran misterio”, nos dice San Juan Pablo II, es “el tema central de toda la revelación, su realidad central. Es lo que Dios, como Creador y Padre desea transmitir sobre todo a los hombres en su Palabra” (Teología del cuerpo, 93,2).
Ser cristianos de verdad
Si esto es así, si vemos el cielo y nuestro camino así, entonces ser cristiano no significa aprender un conjunto de reglas y doctrinas para “ser buenas personas”. Mucho más aún, significa el ser aquello para lo que fuimos creados: ¡ser llenados con la Vida divina en una fiesta extática de Amor! Y la mejor imagen para hablar de esta fiesta son las nupcias celestiales. Éste es el anuncio “que responde a las necesidades más profundas de las personas (…). Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor” (Evangelii Gaudium, 265).
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La buena noticia del cristianismo es que el cielo en realidad se parece mucho más a una fiesta. Pero no a cualquier tipo de fiesta, sino a aquellas que seducen a todo el mundo, a esas fiestas que se reproducen en películas y salen en portadas de revistas: una fiesta de bodas.
Si el cristianismo no se presenta como tal –como el deseo apasionado de Dios de unirse con nosotros y nuestra búsqueda de la verdadera satisfacción del deseo de amor– eventualmente se vuelve incomprensible e incluso carece de significado. Más que eso, incluso puede transformarse en algo destructivo para nuestra verdadera humanidad.