¿Es acaso el sexo una realidad distinta al hombre? ¿Cuándo el objeto formal de una ciencia se traslada al material? ¿Por qué la gente vende con el sexo pero esconde a la persona? ¿Cuándo el sexo se volvió “contra” o “a pesar de” el individuo? Estos interrogantes, entre otros, nos dan pie para, en este artículo, poner sobre la mesa algunas realidades de nuestro día a día que es clave revelar.
En la primera parte, vemos cómo se provoca, actualmente, una suerte de alienación con el sexo. Se deja de lado la verdad sobre el sexo y se genera una dependencia de conocimientos en el campo de lo sexual que poco tienen que ver con la persona. En la segunda parte, ahondamos en la esperanza: ¿la del materialismo? No. La del camino para amar con trascendencia, cn humanidad: Dios.
La consecuencia: el materialismo de la unión conyugal de los esposos
El problema de todo esto no es la temible “lucha de clases” profetizada por Marx que, luego, se convertiría en la lucha de los sexos poniendo enemistad entre mujer y varón. La consecuencia es el materialismo que los capitalistas liberales promueven. En otras palabras, todo es, principalmente, materia, inclusive, el acto sexual o, como lo llaman ellos, “el sexo”.
Ahora sí, el acto conyugal se ha vuelto una “cosa” contra el hombre. Terminó siendo el producto de manos selectas por el proceso “cultural”. Se presenta, pues, como la felicidad, el anhelo último e insaciable de la existencia. Un “último” bastante cercano.
Sin embargo, la distancia se aprecia en la “plusvalía” (interés agregado). El hombre deambulará por el valle de la pesadez cotidiana con la esperanza de encontrar desasosiego en el escape feliz del sexo. Esto lo buscará a través de sus “formas” varias, pero siempre eufóricas, como la auto erotización -masturbación- y el uso del otro. No nos olvidemos que “el fin justifica los medios” como da a entender Maquiavelo en Príncipe.
Tanto el marxismo como el capitalismo liberal han acaparado el pensamiento social librando una batalla totalmente aparente. Ambos comparten el materialismo como pensamiento único. El hombre moderno “se comió el cuento” de la batalla cultural eligiendo uno de los bandos mientras que, respecto a la antropología, en ambos pierde de igual manera, tal como ha denunciado la Iglesia en numerosas ocasiones.
Si Dios no existe, todo está permitido
El hombre que sospecha de Dios y lo borra de todo lo humano, debe colocarse a sí mismo como un nuevo y absoluto dios. Así surge, por ejemplo, el pensamiento positivista. Compte, uno de sus padres, redujo lo humano a lo material, lo eterno en lo científico, lo divino en lo humano. Entonces, desde el positivismo, se coloca la esperanza en el avance científico.
La relación sexual reducida a “sexo” es una creación del hombre “demasiado humana”, tanto que olvida el origen y sentido de la sexualidad que está en lo Divino. Se intentó hacer “una vuelta a lo natural”, olvidando que lo natural en el hombre es bueno, justamente, por haber sido creado por Dios. Cuando la naturaleza humana es vaciada de toda nota trascendente, lo natural se convierte en una cierta confrontación con lo divino.
El acto sexual, de este modo, pasa de ser una expresión de amor que trasciende, a ser una planificación conjunta para “pasar un buen rato”. Relación de instantes, vida líquida de Bauman. El uso de la persona, aunque de recíproco permiso, parece ser obligatorio y esencial.
Lo que se desea, desde esta perspectiva, no es la persona, sino algo que puedo sacar de ella. Aparentemente, ha vencido el “reduccionismo materialista”. El anuncio “Dios ha muerto” se manifiesta en que el sentido trascendente de la vida humana en todas sus actividades ha desaparecido y ha sido reemplazado por uno nuevo. Lo que siempre estuvo en él se le “vende” como ajeno e inmediato.
La pérdida de lo trascendente conlleva, sin duda, la pérdida de la esperanza. Todo debe conseguirse “ya” y no hay capacidad de espera. Esto hace que las personas caigan en prácticas sexuales que distan mucho de ser verdaderos actos de amor y de entrega total.
El objetivo es sencillo: pasarla bien. Podemos cuestionarnos ¿pasar qué? Pasar la vida. Si todo es solamente material, todo es pesado. No obstante, esto contrasta con la Verdad que nos acerca Cristo: “Mi yugo es liviano y mi carga ligera” (Mt 11, 30). Nos quitaron, ya, aquel yugo: ese que los cón-yuges llevan juntos santificándose. En su lugar, nos colocaron la carga de la materia, el tedio y aburrimiento que advienen de modo indefectible cuando todo debe ser “divertido y placentero”.
Todavía es posible
A pesar de todo el esfuerzo del maligno, sucede que el acto sexual “promete mucho” porque se revela contra la reducción inmanentista y materialista, como un caballo con brío indomable. Esto se debe a que ha sido querido por Dios antes de que el hombre tuviera consciencia del mismo. Él nos ha regalado la posibilidad de actualizar las promesas matrimoniales.
El sacramento del matrimonio es la única salida en la carretera que nos lleva a la claudicación de la razón y la voluntad. Sólo este sacramento es capaz de proveer un verdadero “regreso a lo natural” por lo “divino”, ya que originariamente el hombre está llamado a la santidad en comunión con Dios y el prójimo. Esto lo describe de modo hermoso San Juan Pablo II cuando habla de la soledad originaria en su Teología del Cuerpo.
Los esposos reciben, explica santo Tomás en su comentario a las Sentencias, los bienes que cohonestan el acto matrimonial: la apertura a la vida, la fidelidad y el sacramento. El santo Doctor toma los dos primeros por naturales. Además, señala que el tercero es esencial al sentido propio de la unión haciendo de la entrega sexual un acto verdadero y honesto. Son actos “santos”, ya que con la intimidad física y espiritual los esposos se santifican.
En otras palabras, Jesús, quien prometió quedarse con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), nos regala la redención de nuestra carne y de nuestro corazón a través de la Gracia del sacramento. San Agustín lo menciona como el remedio para la concupiscencia (en El matrimonio y la concupiscencia). Esto no se refiere a un “uso” del otro legitimado por la Iglesia, sino a que es posible vivir un pleno don sincero de sí mismo en la entrega sexual sin caer en la pérdida de lo humano. Esto se nos da mediante una habitual vida de fe.
El Matrimonio otorga la perspectiva amplia de la vida de la gracia y de la elevación de los actos humanos a su verdadera veta divina. El acto sexual llama a una elevación del espíritu sólo posible en la correcta relación con Dios. Obviamente, esto no es algo mágico. El sacramento no cambia a las personas si ellas no lo desean. Como todo don de Dios, exige la apertura suficiente para que Él obre y lo haga radicalmente. Así, le otorga al hombre la capacidad de leer lo natural a la luz de la fe, guiándolo en lo que es propio de él. Dando sabiduría y aconsejándole contra toda trampa inmanentista.
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La forma excelente de amar es aquella que lo considera a Dios como fuente del amor que decanta en este acto. Cuando se desea el sexo por sí solo separado de uno mismo y de la persona del otro, se pierde el horizonte de amor humano y trascendente al cual Dios nos llama. Amar exige la apertura y aquellas corrientes contraculturales fomentan individuos que se cierran sobre sí mismos perdiendo la capacidad de “ser para otro”.
Volvamos a Dios que nos ofrece el camino para amar como se debe: con trascendencia y profundidad en lo humano. Todo lo demás, como el placer y el gozo de amar y saberse amado, “vendrá por añadidura” (cf. Mt 6,33s).