Para Santo Tomás, la persona es alguien único que conoce y ama libremente —en términos técnicos, sustancia individual de naturaleza racional—. En el caso del ser humano, ese alguien único es una unidad de cuerpo y alma. ¿Qué implica esto? Que la persona humana no está compuesta de dos cosas: cuerpo y alma. No. La persona humana es una sola realidad: cuerpo y alma. En el ser humano, cuerpo y alma son una sola cosa. Uno más uno es uno.
La persona humana, ¿tiene alma o es alma? Es alma, pero no es sólo alma. ¿Y tiene cuerpo o escuerpo? Es cuerpo, pero no es sólo cuerpo. Entonces, ¿qué es? Una única realidad: cuerpo y alma.
«Queremos salvar almas». ¿Está mal decirlo? No, siempre y cuando entendamos que estamos nombrando el todo por uno de sus componentes —o co-principios—. Quiero decir, siempre y cuando al decir alma estemos pensando en la persona completa: unidad de cuerpo y alma. ¿Y si me refiero sólo al alma? Entonces, me equivoqué de mundo. Porque Dios no se encarnó —se hizo cuerpo— para salvar almas, sino para salvar hombres y mujeres reales y concretos, de carne y hueso, cuerpo y alma. De hecho, el Génesis dice que Dios creó al ser humano —materia y espíritu— a su imagen y semejanza. El alma del ser humano, separada de su cuerpo, es menos imagen de Dios que el ser humano completo. Pues Dios no creó hombres y mujeres como almas etéreas que flotan en el espacio, sino personas concretas que caminan, contemplan, abrazan y aman.
¿A qué vamos con todo esto? No pretendo negar la clara primacía de lo espiritual sobre lo material, ni mucho menos el hecho de que el alma sobreviva a la muerte (de hecho, para Santo Tomás el alma es una cuasi-sustancia). Lo que me interesa enfatizar es que la corporeidad es una dimensión esencial de la persona porque la persona también es cuerpo. El cuerpo no es algo que se interpone entre Ricardo o Andrea y yo, sino que el cuerpo es la expresión visible de Ricardo y de Andrea; es la expresión visible —y audible y palpable— de toda su realidad personal. Así, cuando apoyo mi mano sobre el hombro de Ricardo, no toco su cuerpo, sino que lo toco a él. Y cuando tomo la mano de Andrea, no toco su cuerpo, sino que la toco a ella. ¿Se entiende el matiz?
Esto es importante para el mundo de la sexualidad porque la entrega del cuerpo es expresión de la entrega de la persona. O al menos está llamada a serlo. Disociar la entrega del cuerpo de una entrega total de la persona atenta contra esta unidad de la que venimos hablando. Cuando pongo en juego mi cuerpo, pongo en juego toda mi realidad personal.
En una relación de noviazgo, hay partes de mi cuerpo que mi pareja no debería tocar, así como hay partes de mi pareja que yo no debería tocar. ¿Por qué? Porque el tocar es signo de posesión. ¿Es que acaso no debería tocar porque su cuerpo no me pertenece? No. No debería tocar porque su persona no me pertenece. Me guste o no, no soy su dueño. Por más que la quiera, esa persona no es mía.
La cosa cambia en el matrimonio. Lo propio del matrimonio es que cada cónyuge deja de pertenecerse a sí mismo para pertenecerle al otro. El matrimonio-sacramento le agrega la dimensión sobrenatural: «en Cristo soy tuyo, y en Cristo, tú eres mía». Entonces, en el marco del amor, tomo tu cuerpo y a su vez te entrego el mío. Pero esa relación sexual no es solo un asunto de cuerpos. Esa relación sexual de amorosa donación mutua es la expresión física del estado de donación permanente de la vida matrimonial, en la que la totalidad de la persona de cada uno de los cónyuges le pertenece por entero al otro.
Este se trata sólo de un ejemplo inspirado en la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II, pero se podrían plantear otros. En todo caso, a lo que apunto con este post es a rescatar la integralidad del ser humano en todas sus dimensiones. Me gusta mucho recordar cómo Santo Tomás señala que, si bien el alma que contempla a Dios es ya feliz, su felicidad crecerá extensivamente cuando vuelva a unirse a su cuerpo en la resurrección de los cuerpos. Sólo entonces el ser humano —hombre y mujer en sentido pleno— gozará completamente de Dios.
*Publicado en el blog de la sita joven.