Cuando se busca una relación sexual sin consecuencias, el riesgo recae principalmente sobre la mujer. En efecto, sólo ella puede quedar embarazada. Con la aparición de los métodos anticonceptivos de uso masculino, de alguna manera el riesgo de la mujer seguía en manos del varón: las consecuencias eran sólo para ella. Sólo él podía vivir su sexualidad «libremente». Ella no. La aparición de métodos anticonceptivos de uso femenino cambió esta situación. De alguna manera, «empoderó» a la mujer dándole también a ella el control de su vida sexual. Ahora era ella quien podía decidir cuándo asumir o no las consecuencias de una relación sexual. Superaba así la «desventaja» en la que la naturaleza la había colocado respecto del varón.
De alguna manera, el derecho al aborto se inserta en esta dirección. Ningún método anticonceptivo es 100% seguro. De ahí que en lo que respecta al empoderamiento de la mujer respecto de su propia vida sexual, el aborto es una suerte de solución final. Éste elimina definitivamente las «consecuencias» no deseadas de la relación —aunque no sin causar otras—. Así, los derechos sexuales y reproductivos se ordenan a facilitar una búsqueda de placer sin consecuencias. Y si no hay consecuencias, no tiene ya por qué haber un vínculo fuerte, íntimo entre quienes se involucran. Nos damos las gracias y aquí no pasó nada. En suma, se «libera» también la relación sexual de los vínculos del amor. Placer por el placer, sin consecuencias y sin ataduras.
Placer por el placer
Para empezar, es preciso aclarar que el placer es bueno siempre, pues es la consecuencia natural de la realización de un acto. Lo que puede variar —ser bueno o malo— es lo que hago para conseguirlo. Yo no elijo sentir o no placer, pero sí puedo elegir el acto que lo causa, y sólo los actos libres pueden ser calificados como buenos o malos (sobre la bondad del placer se puede leer más en El sentido del placer).
Es indudable que el placer sexual genera una gran satisfacción. De hecho, Santo Tomás señala que, a nivel físico, es el placer más intenso que podemos experimentar. De ahí que si fuéramos sólo cuerpos, el placer sexual sería suficiente para hacernos felices. Podríamos buscarlo como un fin y de cualquier manera, porque siempre nos haría sentir plenos, satisfechos, llenos. Las prostitutas serían las mujeres más felices del mundo; y su trabajo, el trabajo soñado: dar felicidad. Pero no es así.
Hay relaciones sexuales que uno prefiere olvidar. Ya sea porque la persona no fue la indicada, porque no fueron «divertidas», porque no me trataron como yo esperaba. Más que una experiencia ganada, uno se siente como si le hubieran quitado algo. Y esto al margen del placer que se haya podido experimentar. ¿Por qué?
Amor y placer
Somos cuerpos, sí, pero no somos sólo cuerpos. Somos lo que vemos —cuerpo— y también lo que no vemos: sueños, metas, aspiraciones, instintos, deseos, recuerdos, proyectos… en suma, somos una unidad de cuerpo y alma. Por eso el placer, por más intenso que sea, colma el cuerpo, pero no llena el alma. Eso explica la sensación de vacío que puede sobrevenir después de una relación sexual.
Uno siempre podrá embarcarse en la búsqueda de placeres más intensos, pero la realidad se impone: el placer satura, pero no llena. Es como comer chicle cada vez que tienes hambre. Por más intenso o duradero que sea su sabor, te alcanza sólo para el momento. Y a veces ni eso. Una relación sexual que busca sólo el placer es un asunto de cuerpos, no de personas. Es un acto físico, pero no espiritual. Hay contacto, pero no hay unión. Hay cercanía, pero no intimidad. Soy libre para poner en juego mi cuerpo, sí, pero no tengo la libertad interior suficiente como para poner en juego toda mi realidad personal, todo lo que tengo, todo lo que soy.
Ese horizonte espiritual y de plenitud lo da el amor. Amor como búsqueda del bien del otro. Amor como entrega, amor como donación de mi persona —amor matrimonial—. Amor que está presente antes, durante y después de una relación sexual. Lo que me plenifica no es tomar el cuerpo de alguien, sino entregarle mi persona. Amor que se expresa en una relación sexual y a su vez se nutre y se hace fuerte con el placer que se experimenta en ella. Pero lo que llena es el amor, no el placer. El placer potencia el amor, pero sólo este llena, y por eso una pareja puede seguir junta y seguir siendo plena aun cuando por algún motivo no pueda tener relaciones sexuales. Facilitar el acceso al chicle no soluciona el problema del hambre. Más aún, puede agravarlo. Creo que algo similar puede plantearse respecto del placer.