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Día: septiembre 30, 2018

Me amo, por eso te amo

Amar supone buscar el bien de la otra persona. Ciertamente, esto es algo que no sólo se da en el amor de pareja, sino en todas las clases de amor —amigos, familia, etc.—. Ahora bien, cuando hablamos del amor de pareja, esa búsqueda del bien del otro adquiere una dimensión más profunda y radical: «Quiero tanto tu bien que te entrego lo mejor que tengo: me entrego yo mismo.» Ahora el otro ocupa el primer lugar.

 

El que ama busca a su vez ser correspondido. Por eso la dinámica propia del amor supone un doble movimiento. En efecto, lo propio del amor es que al mismo tiempo que me entrego, recibo al otro como don. No sólo me entrego a la otra persona, sino que recibo el don que la otra persona me hace de sí. Amar implica, entonces, entregarse al amado y recibirlo como don.

 

Visto esto así, si no me amo, no puedo amar. En efecto, si no me considero valioso nada tengo para entregar a otra persona. De igual modo, si no me considero un alguien poseedor de un gran valor, no podré recibir el don que la otra persona me hace de sí misma, pues siempre me consideraré indigno ella.

 

Valgo porque existo

 

Amarse a uno mismo implica reconocerse valioso por lo que uno es. «Valgo porque existo.» No valgo por mi trabajo, ni por mis títulos, ni por las cosas que hago o poseo, ni por las amistades que tengo: valgo porque existo y punto. Nada que diga, que haga, que tenga o deje de tener puede hacer que se altere ese valor. Nada tengo que decir o que hacer para ser digno de amor. Me basta estar ahí: me amo simplemente por ser quien soy.

 

Esto no quiere decir que no reconozca mis miserias —todos las tenemos—. El punto es que pueda amarme y reconocerme valioso a pesar de mis miserias, e incluso con ellas. «Eso que soy, en el fondo, es bueno, verdadero, bello, digno de amor.» Amarme a mí mismo supone reconocer a todo nivel ese valor: saberlo con la inteligencia, y vivirlo en el corazón. Sólo en la medida que me descubro valioso reconozco que puedo ser sujeto del amor de otro; sólo en la medida que me amo puedo permitirme ser amado por otro.

 

¿Nadie me quiere?

 

Si no me descubro valioso por el simple hecho de existir, por el simple hecho de ser quien soy, permanentemente tendré que demostrar mi valor, probarlo. Y entonces, una y otra vez tendré que hacer cosas que me hagan sentirme valioso, tendré que rodearme de personas o de posesiones en orden a suplir ese valor del que por mí mismo carezco. Tendré que acreditar continuamente —ante mis amigos, ante mi pareja, incluso ante mí mismo— que soy digno de amor.

 

Si no me amo, no dejo que otro se acerque para darme amor; y si acaso lo dejo, desconfío, lo pongo a prueba. Esto porque si no soy capaz de amarme me costará creer que alguien más pueda hacerlo. De ahí los celos injustificados, o actitudes posesivas para con la otra persona. En efecto, si considero que valgo poco o nada, tenderé a creer que esa persona que dice amarme puede cambiar de opinión, pues nada hay en mí por lo que valga la pena quedarse a mi lado. Y entonces sentiré la necesidad de darle razones para amarme, tendré que hacer algo que justifique que me ame, que me haga sentirme digno de su amor.

 

Nadie da lo que no tiene. El amor a uno mismo no está en oposición al amor hacia los demás. Al contrario: mientras más me amo, más y mejor puedo amar, porque más tengo para dar. Mientras más consciente soy de lo que valgo, más consciente soy de lo que puedo entregar. No es por nada eso de «Ama a tu prójimo como a ti mismo

 

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