Hoy son muchas las voces que presentan la masturbación como algo normal. Tocarse para obtener placer sexual sería incluso algo beneficioso y hasta recomendable, por ejemplo, para liberar tensiones, reducir el estrés, conocer el propio cuerpo —aunque sin excluir otras bondades—. Ciertamente, al amparo de estas ideas se han implementado talleres de masturbación, y con nombres como «El placer está en tus manos». De hecho, se habla de llevar estos talleres a las aulas en el marco de un plan curricular de educación sexual más amplio.
Quienes defienden esta práctica, dicen además que la masturbación no sería un sustituto para las relaciones sexuales, sino una actividad independiente. Y uno podría practicarla estando soltero, de novio, o incluso casado. Si acaso es mal vista o genera algún tipo de culpa en quien la practica sería a causa de concepciones morales anticuadas, que verían el placer como algo malo, prohibido, impuro. Y esta mirada sobre el placer sería incompatible con la concepción actual, que considera que todos tenemos derecho al placer, derecho a explorar, a descubrir y a disfrutar de las sensaciones que genera el contacto con el propio cuerpo.
Aclarando el panorama
Para empezar, hay que decir que el placer no es malo ni algo impuro. Es siempre la consecuencia natural de la realización de un acto, y por eso es bueno. De hecho, es algo muy bueno (ver al respecto El sentido del placer). En todo caso, lo que puede ser malo es cómo consigo el placer. Y así, si acaso hay algún problema con la masturbación no es porque el placer que se experimente al practicarla sea malo, sino porque eso que hago para experimentarlo no me hace bien.
Al ver las listas que presentan las bondades de esta práctica uno llega a la conclusión de que todas ellas se centran principalmente en el «bien» que se le aporta a la persona principalmente en atención a su cuerpo. Pero la persona es más que su cuerpo, y por eso algo que puede ser bueno para el cuerpo puede no serlo para persona en su totalidad. Robar una double cheese burger de Burger 54 me puede quitar el hambre, pero no me hace ser mejor.
En materia de sexualidad, el parámetro de aquello que me hace bien en cuanto persona —y no sólo en cuanto cuerpo— me lo da el amor. Si aquello que hago es una auténtica expresión de amor, es decir, si hay una auténtica búsqueda del bien del otro, eso que hago me plenifica, me perfecciona, me hace bien. Alguno objetará que la búsqueda del placer no tiene por qué estar siempre unida al amor. El problema con esto es que el deseo sexual no es una fuerza «neutra». Si no la ordeno al amor, inevitablemente me inclina hacia una actitud de uso, en la que las otras personas dejan de ser para mí sujetos y se convierten en cuerpos, en objetos de placer.
¿Me hace bien?
Nadie se masturba viendo una carrera de tortugas, ni pensando en un torneo de ajedrez. Quienes lo hacen, suelen recurrir a imágenes —generalmente pornográficas—, o se imaginan situaciones que les resultan estimulantes. Pero siempre la constante es que la persona que se tiene al frente —en la pantalla o en la imaginación— es considerada un objeto, una cosa; un algo para usar, y no un alguien para amar.
El gran drama de la masturbación es que me aleja interiormente del amor. En efecto, los actos generan hábitos, y los hábitos contrarios no pueden existir juntos. Si genero en mí el hábito de usar, cuando quiera amar no voy a empezar de «cero», sino que voy a tener que remontar el camino inverso hecho al usar. Y no es lo mismo empezar a subir una montaña desde la base que desde un agujero. Por eso, alguien que recurre constantemente a la masturbación —por ejemplo, viendo pornografía— suele centrarse más en los valores relativos al cuerpo de la otra persona, y le cuesta descubrir en ella la riqueza de su mundo interior. Ciertamente, pues, la masturbación me inclina a desarrollar una actitud de uso, y me va generando una herida —un hábito contrario al amor—, que me incapacita para amar.
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