A primera vista, el pudor sería una suerte de vergüenza de exhibir el propio cuerpo, especialmente en las partes relativas a lo sexual. Para algunos, sería algo meramente convencional, dependiente de un entorno cultural puritano ya superado. Bajo esta consideración, el pudor no tendría razón de ser en la actualidad. Para otros, en cambio, el pudor sería uno de los tantos —y necesarios— remedios frente a la hiper-sexualización de la cultura actual, especialmente en el ámbito de la imagen. Pero el pudor sería de una índole tal que sólo podría ser sostenido a partir de alguna concepción religiosa. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Soy más que un cuerpo
Como se ha dicho, el pudor suele caracterizarse como una suerte de vergüenza a mostrar ciertas partes del cuerpo, especialmente aquellas más vinculadas al ámbito de lo sexual. Pero lo interesante es que, en lo que respecta a su sentido más profundo, el pudor no se aprende: es innato. Se aprende, sí, cómo expresarlo —y en esto juega un rol muy importante el entorno—, pero en cuanto tal, es un mecanismo espontáneo. Al respecto, nótese que los niños pequeños carecen de pudor. Éste recién aparece cuando comienzan a desarrollarse, y empiezan a ser conscientes de que, en atención a sus cuerpos, pueden ser considerados como potenciales objetos de placer por otras personas. Se presenta, pues, como un mecanismo de defensa natural, tendiente a que los valores del cuerpo no encubran el valor total de la persona.
El ser humano es cuerpo, pero no se agota sólo en su cuerpo: es una unidad de cuerpo y alma. Ciertamente, el cuerpo es la expresión visible de alguien que posee también un mundo invisible, el cual está dotado de una profundidad y de una riqueza insondables. Y así, uno no sólo puede sentirse atraído por un rostro o por un cuerpo hermoso. Uno también puede disfrutar de la compañía de alguien que siempre brinda una conversación agradable, o una sonrisa sincera. Uno puede aprender de otros que están dispuestos a compartir la experiencia adquirida a raíz de sus éxitos, o también de sus fracasos. Uno puede tomarse un café con algún auténtico maestro, y nutrirse de su sabiduría. Uno puede sentirse motivado por alguien que ha luchado por superar sus propios límites y alcanzar sus sueños. Así, pues, un acto de coraje, de entrega, de despliegue artístico, de sacrificio, ponen de manifiesto que el ser humano es más que su cuerpo: es una persona —unidad de cuerpo y alma—. Como tal, es poseedor de un valor que no se agota en lo corporal; y precisamente el pudor apunta a preservar ese insondable valor.
La atracción que despierta el cuerpo es meramente física, y visto sólo desde lo físico, el cuerpo atrae en cuanto potencial objeto de placer. Es precisamente el descubrir a la otra persona como un sujeto cuyo valor trasciende lo estrictamente físico lo que permite integrar y subordinar la atracción física al amor. El riesgo de mostrar en exceso el cuerpo radica en que éste termine por eclipsar el valor total de la persona, lanzando el mensaje de que el cuerpo es lo único por lo que uno vale. Esto implicaría un empobrecimiento del valor del ser humano en cuanto tal.
Un sano equilibrio
El ser humano es cuerpo, y por eso su cuerpo juega un rol fundamental cuando se trata de llamar la atención de la persona del sexo opuesto. Y precisamente el pudor se ordena a encontrar un equilibrio, de manera tal que el cuerpo no se muestre de un modo que encubra el valor total de la persona. Más que una negación, el pudor se ordena a lanzar un mensaje afirmativo: «Soy alguien valioso, y mi valor no se agota sólo en mi cuerpo.» No se trata de negar el valor que posee el cuerpo —de nuevo, soy cuerpo—, sino de permitir que a través de él se descubra el valor total de la persona. Se busca, pues, que los valores del cuerpo permitan que a su vez se luzca toda la riqueza del mundo interior.
Como movimiento de defensa, el pudor es innato. Sin embargo, la manera según la cual se expresa depende del entorno cultural, y se aprende. Por eso sus expresiones son distintas en un entorno musulmán, o en uno de raigambre occidental-cristiana; o en lugares de climas gélidos frente a lugares de clima tropical. Pero en todos los casos la constante es la misma: que el valor del cuerpo no encubra el valor total de la persona. Esto en orden a evitar que uno sea considerado por otros como potencial objeto de placer.
Si bien el pudor admite diversas manifestaciones —Ej. en las acciones—, hemos centrado el presente análisis en lo relativo al pudor en el vestido. En este ámbito, es preciso hacer una distinción adicional. No se considera impúdico el mostrar el cuerpo si es que la desnudez parcial cumple una función objetiva. Es el caso, por ejemplo, del deporte o la playa. Está claro que hay indumentarias deportivas o trajes de baño que resaltan en mayor o menor medida el cuerpo, y por eso también requieren ser valoradas a la luz del pudor. Esto ya que también en dichos casos se debe buscar que el valor del cuerpo no encubra el valor total de la persona. Y dado que no es posible establecer una medida en centímetros, el pudor estará sujeto a una valoración prudencial. Siempre teniendo en cuenta la función que cumple la vestimenta en atención al lugar y la actividad a realizar.