¿Existen placeres malos? Cuando uno hace algo bueno que le resulta placentero, nadie pone en duda que dicho placer sea bueno. Pero cuando uno hace algo malo que le genera placer, ¿ese placer también es malo?
Si existe, es bueno
Es importante hacer una distinción entre el plano de la existencia y el plano de la libertad. En el plano de la existencia, las cosas, por el solo hecho de existir, son buenas. A este nivel, todo lo que existe es bueno. Si acaso decimos que algo es malo, es por el mal uso que hacemos de ello. Pensemos en un veneno mortal. En la medida que existe cumpliendo una finalidad en la naturaleza, es bueno. Si alguien lo saca de ese contexto y se lo echa en la sopa a otra persona, seguramente la termine matando. Pero eso no hace que el veneno sea malo, sino que lo que es malo es la acción realizada con él.
Algo parecido ocurre con el placer. El placer no es algo que se use directamente —como el veneno del ejemplo—, sino que siempre es la consecuencia natural de la realización de una acción. Nadie elige sentir placer voluntariamente, sino que, para hacerlo, uno debe realizar una acción que le proporcione placer. Por ejemplo, para sentir el placer de refrescarse con algo dulce un día de calor uno puede comer un helado. Uno elige comer el helado, pero no elige que esa acción le resulte placentera: eso es algo que viene naturalmente con tal acto. Dicho placer es una consecuencia que siempre es natural, pues ya sea que uno haya comprado el helado o haya golpeado al heladero para robárselo, uno nunca elige sentirlo. Por eso el placer se encuentra en el plano de la existencia, y no de la libertad; y por eso, todo placer —incluido el sexual— siempre es bueno.
Lo que sí elijo
A diferencia del plano de la existencia, en el plano de la libertad sí se puede hablar de acciones buenas o malas. Pero la bondad o maldad se da respecto de la acción realizada libremente, y no de los efectos naturales de la misma, sobre de los cuales uno no ejerce control alguno. En efecto, uno puede elegir realizar una acción buena o mala, pero nunca elige sentir el placer que resulta de cualquiera de ellas. Como se dijo, dado que es una consecuencia natural, el placer se valora en el plano de la existencia —y no de la libertad—, de donde se concluye que es bueno por el solo hecho de existir.
Esta distinción es importante para el mundo de la sexualidad, pues ayuda a identificar qué debe ser censurado y qué no, evitando que se genere un sentimiento de culpa donde no tiene por qué darse. Así, cuando uno realiza una acción mala que le resulta placentera, aquello que hay que censurar es precisamente la acción realizada, y no el placer resultante de la misma. Ya sea consecuencia de una acción buena o mala, el placer que se siente siempre es el mismo; y poner el sentimiento de culpa en el placer —y no en la acción que la produjo— puede hacer que dicha culpa se siga sintiendo aun cuando el placer sea consecuencia de una buena acción. Para concluir, no está de más recordar que el placer es bueno porque ayuda a la continuidad de la especie facilitando la reproducción, y porque es un insumo para hacer que se fortalezca el amor —entendido éste como la decisión de buscar el bien de la otra persona.