La facilidad para hacer algo es un indicador de aquello que es propio de un sujeto. Por ejemplo, para un pájaro es más fácil recorrer cien metros volando que caminando, por eso decimos que le es más propio volar que caminar. De modo similar, es más fácil para un ser humano adulto andar erguido que hacerlo apoyándose también en sus manos, por eso decimos que le es más propio caminar que gatear. Pero cuando aplicamos esto al mundo de la sexualidad nos encontramos frente un problema. En efecto, muchas veces es más fácil buscar el placer que tratar de ordenar las fuerzas de la sexualidad hacia el amor, lo cual sólo se consigue aplicando cierto esfuerzo. ¿Es acaso que lo más propio del ser humano es dejarse llevar por lo que siente y buscar el placer? Si esto es así, ¿por qué no simplemente dar rienda suelta a los propios deseos?
La dificultad planteada puede complejizarse todavía más. En efecto, seguramente todos hemos experimentado la sensación de que parecería ser más fácil hacer el mal que el bien. Siempre es más fácil destruir que construir. Por ejemplo, la confianza que uno puede haber venido trabajando durante años, puede venirse abajo con una sola traición. Siendo esto así, ¿no será acaso que lo más propio del ser humano es hacer el mal?
Hechos para el bien
El problema planteado nos sitúa frente a dos alternativas que traen consigo visiones distintas del ser humano. La primera consiste en afirmar que el bien y el mal son igualmente naturales a la persona, siendo igualmente equivalente para ella hacer el bien o el mal. El ser humano vendría “desde la fábrica” con esas dos fuerzas en permanente conflicto —yin y yang, por ponerles un nombre—, y daría igual inclinarse hacia una u otra. Ambas posibilidades serían propias de él en la misma medida. Sin embargo, esta opción es difícil de sostener. Si bien nos hallamos inmersos en un mundo lleno de luces y sombras, se trata de un mundo que encontramos inclinado a celebrar el bien y resistir el mal. Porque no nos da igual que un padre deje de comer por alimentar a su hijo o que lo deje morir de hambre comiéndose su comida. No nos da igual que un delincuente se arrepienta y cambie o que muera reincidiendo siempre en su crimen. No nos da igual que alguien busque el placer a toda costa —incluso usando violencia— o que lo busque en el marco del amor. Si el bien y el mal fueran igualmente naturales al ser humano, ¿por qué esa tendencia a preferir uno sobre otro?
La segunda alternativa va por un camino diferente. Consiste en considerar que el ser humano ha sido hecho para el bien y sólo para el bien. Si acaso convive en él una inclinación al mal no es porque la misma esté en su constitución original, sino por un daño sufrido cuando salió de la fábrica —que los cristianos denominamos “pecado original”—. Esta herida no anula ese deseo de tender hacia el bien, pero sí hace que sea más difícil conseguirlo. Pero que sea más difícil no quiere decir que sea menos propio o menos natural, pues la dificultad es causada por la herida, y no por la condición propia del ser humano. Es como quien recibe un balazo en la pierna. Que le sea más fácil arrastrarse no quiere decir que eso sea lo más propio de él. Por el contrario, lo más propio es que camine erguido y —mejor aún— que corra en libertad. Pero para eso hay que curar la herida.
Hechos para amar
En lo que refiere a la sexualidad, es más fácil dejarse llevar por los propios deseos que ordenar las fuerzas de la sexualidad al amor —entendiendo por amor la búsqueda del bien de la otra persona—. Pero esto no ocurre porque sea más propio del ser humano buscar el placer que el amor. La dificultad para tender al amor le viene dada por esa herida. Pero es importante tener en cuenta que lo que hace la herida es desordenar los deseos, mas no hacerlos malos.
Sin la herida, los deseos que uno experimenta en el ámbito de la sexualidad se ordenarían con facilidad al bien total de la persona. La herida, en cambio, hace que esos deseos miren sólo al bien del cuerpo —que es su fin inmediato—, dificultando que se orienten al bien de la persona en su totalidad. El placer es bueno para el cuerpo, pero no siempre es bueno para la persona. En efecto, tener relaciones usando a alguien como un objeto se puede sentir físicamente bien, pero no lo hace a uno ser mejor persona. De nuevo, los deseos son buenos, pero es necesario ordenarlos al bien total de la persona, lo cual sólo se consigue en el marco del amor. Y, si bien por la herida esto supone una dificultad —demandando a veces un gran esfuerzo—, es el camino que le toca transitar al ser humano para hallarse en su hábitat propio, que es el amor.