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Día: noviembre 2, 2019

4 mitos sobre la castidad

Si se celebrara hoy una fiesta de la sexualidad, seguramente nadie sacaría a bailar a la castidad. Sería de esas que, cuando llegan a la fiesta, todos las miran de reojo y siguen en lo suyo. La ignoran, pretenden que no está. Definitivamente, no es popular. Pero el problema no es la castidad, sino lo que se dice de ella. Le han hecho mala fama, pero sin conocerla. Se dicen de ella muchas cosas, pero la mayoría no son ciertas. En este artículo, intentaremos limpiar su fama y conocerla un poco más a partir de cuatro mitos que se dicen de ella.

 

Mito 1: Castidad es un “no”

 

Una primera cosa a tener en cuenta respecto de la castidad es que ésta es un hábito. Como todo hábito, se adquiere mediante la repetición de actos. Tomemos, por ejemplo, el hábito del estudio. ¿Cómo se adquiere este hábito? Estudiando. Pero, como todo hábito, no basta sentarse a estudiar una tarde, sino que uno debe sostener dicho acto en el tiempo. Lo interesante es que, a medida que pasa el tiempo y se va adquiriendo el hábito, el acto propio de ese hábito —estudiar— se va haciendo cada vez más sencillo, uno se siente bien haciéndolo, y lo hace cada vez mejor. Esto es así para todos los hábitos.

 

Si el acto a partir del cual se construye el hábito del estudio es estudiar, el acto a partir del cual surge el hábito de la ­castidad es ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor; o, dicho de modo más simple, elegir el amor. Amor entendido no como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien de la otra persona. Por eso, la castidad, más que un “no” es un “sí”: un “sí” al amor. Es cierto que muchas veces la castidad se encara desde las cosas que uno no debe hacer. Sin embargo, para que surja auténticamente la castidad, ese “no” debe ser siempre la consecuencia de un “sí” más grande. “¿Por qué no veo pornografía? Porque prefiero ver a las otras personas como sujetos de amor, y no como objetos de placer.” El “no” se entiende siempre desde el “sí”.

 

Mito 2: Castidad es represión

 

Un segundo error respecto de la castidad implica considerar que ésta se identifica con la represión. Si quisiéramos ejemplificarlo, podríamos comparar el deseo sexual con una manguera que tiene la boquilla rota y que tira agua para todos lados. Si la castidad fuera represión, ésta consistiría en tapar la manguera. Sin embargo, esta “solución” no pondría fin al problema, porque el agua seguiría fluyendo, y se correría el riesgo de que, tarde o temprano, el tapón de la manguera termine cediendo. Si esto llegase a ocurrir, el agua saldría con más fuerza por la presión acumulada.

 

La castidad no es un tapón, sino una boquilla nueva para la manguera. En vez de que la manguera tire agua en todas las direcciones, la castidad hace que el agua fluya sólo en una dirección: hacia el amor. Y lo interesante es que, concentrando el flujo en un solo punto, el agua fluye con más fuerza, y por eso llega más lejos. Pero siempre en la dirección correcta, que es el amor. La castidad no reprime: ordena. Quien vive la castidad, vive con mayor libertad. Si no se experimenta esta sensación de libertad, algo está faltando en la vivencia de la castidad.

 

Mito 3: Castidad es no tener relaciones sexuales

 

La castidad es el hábito por medio del cual se ordenan las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia su objeto propio, que es el amor. Vista así, la castidad no se puede identificar sin más con la ausencia de relaciones sexuales, porque, por ejemplo, una pareja de esposos vive la castidad teniendo relaciones sexuales en el marco del amor. Pero se puede decir todavía más.

 

Para que un hábito surja, no basta con repetir actos, sino que uno debe ejecutarlos libremente. Por ejemplo, quien estudia obligado, se acostumbra a estudiar, pero no adquiere el hábito del estudio. Apenas dejan de obligarlo, abandona el estudio como si nada. De ahí que, para que surja el hábito, se requiere una actitud interior: uno debe saber por qué hace algo y querer hacerlo. En ese sentido, alguien que quiere tener relaciones pero no puede —porque no tiene con quién o porque su pareja no quiere— no vive realmente la castidad. En su interior, no está dispuesto a vivir la castidad, por más que exteriormente se vea “obligado” a hacerlo. Y la castidad es principalmente una actitud interior.

 

Nótese que la castidad no gira solamente en torno a las relaciones sexuales, sino que es mucho más amplia. Abarca todos los actos en los que se pone el juego el mundo de la sexualidad, ordenándolos al amor. De ahí que castidad implique una manera de mirar, de tocar, de expresar afecto, de pensar, etc. La castidad es una actitud que compromete la totalidad de la vida.

 

Mito 4: Si fallo una vez, lo pierdo todo

 

El hábito no surge inmediatamente con la realización de un acto, sino que se requiere repetir dicho acto con una cierta frecuencia. Es el caso, por ejemplo, del estudio. Lo interesante es que, una vez adquirido, el hábito no se destruye con la realización de un acto contrario. No se pierde el hábito del estudio por pasarse una tarde jugando Fortnite. Algo similar ocurre con el hábito de la castidad.

 

Mucha gente que trata de vivir la castidad cae en el error de pensar que, cuando se realiza un acto contrario, se pierde todo lo que se venía avanzando. Esto es un error porque, como se dijo, así como un acto aislado no basta para construir el hábito, un acto en contrario no es suficiente para destruirlo. El problema de pensar que se ha perdido todo es que se tire la toalla y se diga: “si pasó una vez, da igual que pase de nuevo”. Esto último sí puede ser un problema, porque puede hacer que el acto en contrario empiece a sostenerse en el tiempo. Y es aquí donde el hábito sí empieza a debilitarse, y realmente se corre el riesgo de perder lo que se venía avanzando. Esto es importante: un acto contrario no hace que se pierda el hábito de la castidad.

 

Si pasa una vez, ¿qué hacer? Para empezar, no perder la esperanza. Recordar que el hábito de la castidad todavía no se ha perdido, y que uno puede levantarse reafirmándose en el propósito de seguir viviendo la castidad. Si uno es creyente, esto se hace posible además recurriendo al sacramento de la confesión.

 

Artículo publicado con algunas modificaciones en Catholic-link.