En todo escenario, programa, película o novela romántica existe un antagonista. Ese que detestamos y que queremos que desaparezca, pues interfiere en el amor que los protagonistas se prometen. Diría yo que le llegamos a sentir coraje. La realidad es que existe un personaje que nos acecha todo el tiempo y es el enemigo de toda relación: la soberbia.
El soberbio antagonista
Este personaje antagonista se presenta como el sabelotodo en una relación. No le importa nada, es irrespetuoso, sarcástico e inclusive grosero. Le gusta dar órdenes. Este, habiendo cometido crímenes, se cree superior, cree que tiene el derecho a no recibir ningún castigo, quizás piensa que no lo merece.
¿Saben qué es lo curioso? Nosotros mismos podemos convertimos en el antagonista de la relación. No se encesita un ente externo, ¡podemos serlo nosotros! Preguntémonos, ¿cuántas veces pedimos las cosas de una forma sarcástica o grosera a la persona que deberíamos amar y respetar? ¿Cuántas veces faltamos el respeto al querer dejar en claro —o imponer— nuestra posición? ¿Cuántas veces nosotros creemos tener la razón? ¿Cuántas veces creemos merecer algo sin razón alguna?
¿Y qué sucede? La soberbia, junto al irrespeto, hieren de muerte el amor de toda pareja que desea estar junta. Este es el virus que puede llegar a poner fin a toda relación. Si no se lucha contra la soberbia, la relación morirá. Y cada vez que el antagonista entra por la puerta, el protagonista se marcha por la ventana. A todo esto, ¿quién es el protagonista?
El protagonista
El protagonista procura hablar con humildad, con ternura, con cariño y con mucho respeto. En otras palabras, no se cree superior y reconoce que hay alguien importante a su lado. Si el antagonista es la soberbia, el protagonista es el amor.
Seguramete nadie quiere convertirse en el antagonista de su propia relación. Por el contrario, todos queremos ser protagonistas. ¿Cómo llegar a serlo? Algunas actitudes que deben estar presentes en todo protagonista son las siguientes:
1.- Hacer el esfuerzo real por comprender al otro. Ponerse en sus zapatos.
2.- Hablar siempre con clariad y, de ser posible, con cariño.
3.- Mantener siempre el respeto.
4.- Tener la suficiente humildad para aceptar los propios errores.