La confesión tiene el maravilloso efecto de borrarnos los pecados cometidos y hacer que volvamos a la vida de la gracia. Se trata de un de una especie de “nuevo comienzo” que Dios nos regala cada vez. Sin embargo, en materia de sexualidad, pareciera que ese nuevo comienzo no es desde cero, especialmente cuando hablamos de comportamientos que uno viene realizando durante algún tiempo.
En materia de sexualidad, cuando uno se confiesa, reconoce que aquellos comportamientos puestos como materia de confesión hacen daño. Siempre me dañan en cuanto ser humano, y en muchas ocasiones hacen daño también a otras personas. Por eso ofenden a Dios.
Ahora bien, si mis pecados han sido perdonados y estoy arrepentido, ¿por qué sigue presente el deseo de volver a cometerlos? A veces puedo estar un par de días en paz, pero pronto vuelven las ganas de regresar a lo mismo. Se puede dar incluso que esto ocurra tan solo horas después de haberme confesado. ¿Es que acaso la confesión no tuvo ningún efecto?
Gracia y naturaleza
La gracia supone la naturaleza; no la anula, sino que la eleva y la perfecciona. Es decir, toda la dimensión de lo sobrenatural se afirma sobre lo natural, pero sin que lo natural pierda su vigencia.
A nivel natural, nuestras acciones dejan una huella en nosotros. En la medida que esas acciones se repiten, esa huella se va haciendo más profunda, dando origen a hábitos. “Hábito” viene del verbo latino “habere”, que quiere decir “tener”. De ahí que el hábito es algo que se tiene, pero no como una posesión externa —como podría serlo un par de zapatos—, sino como algo que pasa a formar parte de mí.
Los hábitos que me perfeccionan en cuanto ser humano se denominan virtudes, y aquellos que me alejan de dicha perfección se denominan vicios. Pero nótese cómo nuestras decisiones nos van modelando interiormente para bien y para mal: en la medida que incorporo virtudes, soy virtuoso, y lo mismo respecto de los vicios. Todas nuestras acciones tienen consecuencias.
Una segunda naturaleza
Cuando algo nos sale bien con mucha facilidad, decimos que se nos hace “natural” hacerlo. Es siguiendo esta intuición que los hábitos se conocen como una “segunda naturaleza”. Es decir, los hábitos nos modelan interiormente, sí, pero no “en abstracto”, sino para realizar acciones concretas, haciendo que éstas se hagan de manera fácil, cada vez mejor, y disfrutando de dichas acciones. Por ejemplo, a quien tiene el hábito del estudio se le hará sencillo estudiar, podrá concentrarse sin problemas, y se sentirá bien haciéndolo.
Cuando se habla de la “naturaleza humana”, se hace alusión a algo que viene dado, a algo que no se puede cambiar. En ese sentido, los hábitos también se denominan “segunda naturaleza” para hacer alusión al hecho de que son realidades estables en el ser humano. Es decir, una vez que han surgido, son difíciles de cambiar.
Un acto no basta para construir un hábito; y, por la misma razón, un acto en contrario no basta para destruirlo. El que tiene el hábito del estudio no lo pierde si un día, en vez de estudiar, se pasa la tarde junando Fortnite. El hábito del estudio sólo empezará a debilitarse, con riesgo de perderse, cuando este comportamiento se sostenga el tiempo, dando origen así al hábito contrario.
Lo dicho de esta doble dimensión de los hábitos como “segunda naturaleza” se aplica tanto a las virtudes cuanto a los vicios. Tanto una virtud como un vicio hacen que sus actos propios se realicen con facilidad, y además son realidades estables, difíciles de cambiar.
En materia de sexualidad
La confesión opera principalmente a nivel sobrenatural. Si bien ayuda también a fortalecer la dimensión natural, no la anula: ésta mantiene toda su vigencia. Yendo a lo concreto, la confesión borra los pecados, pero no borra los vicios que podamos haber adquirido, incluidos aquellos en materia de sexualidad. Eliminarlos iría en contra de nuestra propia libertad, puesto que nosotros, mediante nuestras acciones libres, hemos optado por modelarnos a nosotros mismos de esa manera.
Lo dicho pone de manifiesto la necesidad de trabajar el nivel natural junto con el sobrenatural. Por ejemplo, para erradicar el vicio de la lujuria no basta sólo la confesión, sino también construir, mediante nuestras acciones libres, la virtud de la castidad. Y esto toma tiempo. Sin embargo, esto mismo juega también a nuestro favor. En efecto, no sólo en los vicios son difíciles de remover, sino también las virtudes. Por eso, adquirido el hábito de la castidad, un acto en contrario no la destruye.
Esto último es muy importante. Mucha gente piensa que, frente a las caídas en materia de sexualidad, uno pierde todo lo que venía avanzando, y esto es falso. A quien venía construyendo la virtud de la castidad, una caída ciertamente le hace perder la gracia, pero no hace que pierda lo ganado con relación a la virtud. Al ser una virtud —es decir, un hábito bueno—, la castidad no se pierde con la realización de un acto contrario. Sin embargo, es común pensar: “Como pasó una vez, da igual que pase de nuevo hasta que me confiese.” Esta idea sí es nociva, porque promueve que uno empiece a repetir comportamientos contrarios a la virtud, y esto no sólo debilita la castidad, sino que fortalece el hábito contrario, que después de la confesión, será más difícil de erradicar. Por eso, cada acción es importante.