Me encanta iniciar un nuevo año: nuestra mente y nuestro corazón se recargan de energía positiva, y estamos muy motivados a mejorar en ciertas áreas de nuestra vida, esperando este año poder ser una mejor versión de nosotros mismos. Es aquí donde entran las famosas metas que nos proponemos cada inicio de año, y esta energía positiva nos motiva a cumplirlas las primeras semanas…, pero luego esa motivación se va desvaneciendo. ¿Por qué nos pasa esto?
Por mucho tiempo me pregunté por qué nos cuesta lograr algo que genuinamente queremos tanto: mejorar mi salud haciendo ejercicio y comiendo mejor, empezar mi propia empresa, conocerme más y trabajar en mí, dejar malos hábitos, o vivir más en el presente…
Pareciera, hasta cierto punto, que esa motivación no resulta suficiente: necesitamos algo más para poder lograr lo que nos propusimos. Vienen a nuestra mente pensamientos como “no puedo, es muy difícil” o “sé que es lo mejor, pero me va a costar”. Preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, y no dar un paso más o ayudar a nuestra mente a darlo, para poder lograr eso que tanto queremos o necesitamos. Finalmente pude comprender por qué esa motivación de inicio de año no es suficiente para lograr nuestras metas, ¡y eso quiero compartirles hoy!
Tres formas de posicionarnos frente a nuestras metas
Hace un par de años estaba hablando con un gran amigo, que es psicólogo y coach, y fue durante esa plática que pude entender por qué me costaba tanto lograr mis metas. Él me explicó que los humanos podemos abordar las situaciones desde tres posiciones diferentes, y que de eso depende nuestro nivel de motivación.
Para que quede más claro, les contaré con un ejemplo propio cuáles son estas tres formas de ver las metas.
1. Obligación.- La primera forma de posicionarnos ante aquello que queremos lograr es viéndolo como una obligación o una tarea. Cuando lo hacemos porque los demás nos dicen qué es lo que deberíamos hacer, la motivación dura muy poco. A mí me costaba mucho hacer ejercicio porque no me gustaba, o no había encontrado algo que me gustara, pero yo debía hacer ejercicio porque tengo un problema en la espalda, y el doctor me lo había indicado. Cada inicio de año, consciente de que el ejercicio me ayudaría a mejorar mi salud, iniciaba con mucha motivación a hacerlo, pero luego esa motivación se esfumaba.
2. Objetivo.- La segunda forma es ver esa situación como un objetivo o meta a corto plazo —por ejemplo, graduarme de la universidad, bajar diez libras, o correr media maratón—. Al plantearnos estas metas a corto plazo, es muy probable que la motivación dure más tiempo que si la vemos como obligación. Pero muchas veces no se trata de algo que deseemos tanto, de algo trascendental en nuestra vida… y la motivación también se termina por ir. Siguiendo con mi ejemplo del ejercicio, yo fui encontrando objetivos más concretos, como bajar de peso, para encontrar más motivación y hacerlo. Esto me duraba unas cuantas semanas más, pero luego mi zona de confort me atrapaba. La motivación seguía sin ser tan fuerte como para dar ese paso extra.
3. Propósito.- Esta tercera forma de ver aquello que queremos lograr es la que realmente nos ayuda a conseguirlo. La misión aquí es encontrarle un propósito a esa meta que te propusiste, un propósito que trascienda. Mi amigo me decía “debe ser algo que desees tanto que te queme por dentro, que no te deje ni dormir porque lo deseas tanto y que no te quedarás tranquila hasta conseguirlo”.
La clave es el propósito
En ese momento, lo que me explicaba mi amigo me hizo mucho sentido. Pero lo cierto es que encontrarle a mi meta —hacer algún deporte— un propósito que trascendiera me costó más de lo que había imaginado. Después de varios días, lo descubrí: mi propósito era ser mamá. ¿Qué tiene que ver esto con hacer ejercicio?
Uno de mis sueños más grandes es ser mamá, pero, por el problema de mi columna, puedo tener problemas en el embarazo; por lo tanto, debo fortalecer mi espalda desde antes. Cuando caí en cuenta de eso, la motivación surgió en mí inmediatamente: desde entonces, ¡ya llevo un año levantándome a las 5 de la mañana para ir a nadar! ¿Ha sido difícil? Claro que sí. ¿Hay días en los que no quiero levantarme? También. Pero cada mañana pienso en ese deseo tan grande, en ese deseo tan trascendente para mí…, y la motivación se instala de inmediato.
En este 2021 que iniciamos, quiero invitarlos a que hagan este ejercicio. Tomen su lista de metas —o, si aún no la tienen, escríbanla—, y luego piensen cuál es el propósito trascendental detrás de cada meta. El propósito es algo muy personal, y eso es lo que lo hace tan poderoso.
Es importante descubrir ese “por qué” detrás de nuestro afán por lograr esas metas: tener un propósito en claro es lo que nos ayudará a movernos día a día. Se trata algo que trasciende más allá de lo material, de algo que está conectado a ti, a tu corazón, a tu esencia.
Para más consejos como este, recuerda que puedes contactarme en @unapropuestadeamor.