La primera semana de agosto se celebra en varios países del mundo la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Este evento fue instaurado por la OMS (Organización Mundial de la Salud) en 1991, con el objetivo de dar a conocer los beneficios de la lactancia y promover que se la apoye. Cada vez hay más estudios e investigaciones que demuestran las numerosas ventajas que tiene el amamantamiento tanto para el bebé como para la madre e, incluso, para la sociedad entera. La OMS ha enumerado varios de ellos[1]. Sin embargo, es notable que, a pesar de los beneficios públicamente conocidos, sea bajo el número de bebés que llegan con lactancia materna a los seis meses de edad. Esto se debe, principalmente, al poco o nulo acompañamiento que tienen las madres para poder amamantar. Se trata de un acto hermoso, pero que requiere gran esfuerzo y constancia. Por este motivo, la lactancia necesita siempre del apoyo del entorno para ser exitosa.
Pero, ¿por qué un artículo sobre este tema? Porque la lactancia o su ausencia se presentan de modo inevitable en todo matrimonio que tenga hijos. Y, como todo evento familiar, repercuten en la relación de los esposos. Nos centraremos principalmente en reflexionar sobre este tema a la luz del misterio del cuerpo humano creado por Dios. Consideramos preciso aclarar que nos dedicaremos al tema del amamantamiento, pero afirmamos que los otros modos de crianza y alimentación que no están basados en la lactancia materna también pueden reflejar el amor de Dios y forjar un hermoso vínculo familiar, cuando así sea la intención de la madre y del padre.
Lactancia y Teología del Cuerpo
A lo largo de la Biblia, se observan numerosas afirmaciones que ayudan a comprender la bondad de la lactancia[2]. Se la ve como algo natural y, por lo tanto, querido por Dios. Incluso nuestro Señor fue amamantado por la santa Virgen María[3]. Si bien no podemos hacer un estudio exegético de los textos en cuestión, sí conviene detenernos en su implicancia para la teología del cuerpo.
La Teología del Cuerpo que desarrolló san Juan Pablo II nos muestra cómo el cuerpo humano revela el designio de Dios sobre el amor entre varón y mujer. Pero este estudio es de tanta riqueza que también nos hace ver el modo en que el cuerpo de la mujer nos revela la maternidad. Lo primero es encontrar en esta imagen, que parece meramente natural, el sustrato teológico que afirma, de hecho, su verdadera identidad.
Decíamos arriba que es “querido por Dios”, pero, ¿cómo lo sabemos? Sencillamente, porque encontramos una disposición fisiológica para tal acto, una preparación del cuerpo que va más allá de nuestra voluntad. La mujer no es quien decide sobre el comportamiento de las glándulas mamarias, por ejemplo, o de la composición de su leche, sino que todo ello está siendo orquestado por su Creador. La naturaleza humana se muestra bondadosa en esta disposición[4]. En este sentido, no cabe duda de que la voluntad del Creador se expresa mediante el cuerpo mismo de la mujer, le enseña que es co-dadora de alimento, de vida. Por este motivo, el bebé muestra una clara tendencia a alimentarse del propio cuerpo de su madre, así como lo ha hecho durante nueve meses, al punto que la leche es un compuesto adaptado para ese niño en particular.
Además de acoger vida en su vientre, la mujer observa que esta misma hospitalidad no termina allí, sino que se prolonga durante la etapa del amamantamiento, creando un vínculo bellísimo entre ella y su hijo[5]. Los especialistas, exponiendo abundantes datos científicos, recomiendan que esta etapa se prolongue “hasta los dos años de edad o más, con la incorporación de alimentos complementarios a partir de los 6 meses”[6]. Tanto el cuerpo de la madre como el del pequeño señalan explícitamente esta dependencia. Recordemos que no se trata de un “mero alimentar”, sino del establecimiento de un vínculo que acompañará a la madre y al niño durante toda su vida, en un sentido fisiológico y a la vez afectivo.
Haciendo uso de la metodología que representa la teología del cuerpo, podemos contemplar una interesante cooperación. Dios pide a la mujer que tome parte de Su Providencia para con el bebé, a través del lenguaje del cuerpo. Él ha deseado que, así como la salvación del mundo advino a través del “Sí (fiat)” de la santísima Virgen, también la vida de una persona indefensa dependa del “Sí” de su madre. La madre, accediendo al pedido de Dios y, por lo tanto, tomando un rol activo en la lactancia, se muestra colaboradora de Su Providencia e imagen Suya en la tierra. En otras palabras, su figura es catequética para con el bebé. Así, afirmando el significado objetivo del amamantamiento por medio de su consciencia y de su asunción en la acción, ella hace del lenguaje del cuerpo una bella liturgia, que señala hacia Dios. El amamantamiento que responde fielmente a aquella vocación implícita puede transformarse en un acto divino, pues se asume la Voluntad de Dios escrita en el cuerpo de la mamá y del bebé.
Una decisión de los esposos
Cuando un hijo nace de la unión de los esposos, el asunto de la lactancia aparece como una decisión que debe tomarse de a dos. Y constituye incluso un tema tan importante que debería conversarse desde el noviazgo, así como los criterios para la educación de los hijos. El amamantamiento se hace prácticamente imposible si el padre no colabora, ya que la mujer necesita tanto de ayuda concreta para las tareas domésticas como de un especial sostén emocional y afectivo para poder mantener la lactancia. A menudo, este tema se da por sentado como algo que sucede solo, y no se conversa ni se busca información… hasta que aparecen las primeras complicaciones.
El escenario suele ser una mujer puérpera adolorida, agotada y sensible al extremo. y un recién nacido totalmente demandante y dependiente para sobrevivir. Y ahí es donde se pone en juego la confianza de los esposos en sí mismos, en la sabiduría de su cuerpo y del bebé y un entorno familiar, social y sanitario que rara vez acompaña y asiste de modo adecuado la lactancia. Cuando el esposo no acompaña o cuando duda de la capacidad de la mujer de alimentar al niño con su leche, la esposa se siente herida en su autoestima, con falta de confianza por parte del marido, culpable, y en definitiva, sola frente a todos estos sentimientos que, a menudo, no se anima a comentar a nadie. Por el contrario, cuando el varón acompaña positivamente, la relación de los cónyuges se ve nutrida y enriquecida de un modo único. La mujer se siente valorada y capaz, y el varón se admira y enorgullece frente al inmenso poder y misterio de la feminidad.
Es muy bello contemplar la figura del esposo y padre que no está alejado de esta realidad, sino que cumple, a su modo, un rol activo en la lactancia. El varón es para la familia columna firme que permite el sano desarrollo de la misma. Esto se cumple de distintas maneras, sólo nos detendremos en aquello que afecta al amamantamiento.
Dios, en su infinita sabiduría, quiso que la esposa sea su imagen providente inmediata. Sin embargo, el esposo no queda fuera de la ecuación, ya que, siendo providente de muchas maneras, lo es, sobre todo, de la seguridad que precisa su esposa para dedicarse a tal tarea. Él debe ayudarla y darle coraje para que asuma la lactancia como vocación particular de su ser esposa-madre. Karol Wojtyła, en un artículo de 1960, escribía respecto a la figura del esposo: “El hombre debe ser no solamente un ser social, organizador, proclamador y defensor de una idea, sino también, sobre todo, padre y protector. De modo contrario, no realiza toda la plenitud moral de su individualidad masculina”[7].
La doble función de padre y protector están unidas a su íntima naturaleza masculina, haciendo que el varón vea promocionada su propia humanidad al realizar actos que encarnen aquellas notas. El padre está llamado a proteger, entonces, este vínculo de amor. Él se hace presente de modo indirecto en la lactancia, permitiendo que tanto su esposa como su hijo sientan la tranquilidad que se merecen. Así, los tres participan activamente de la liturgia antes mencionada.
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Finalmente, en esta reflexión nos damos cuenta de que, en ocasiones, es necesario purificar la mirada. Purificar nuestra mente y nuestro corazón, para abordar el asunto de la lactancia de un modo sano. A menudo, incluso en ámbitos eclesiales, hay tabúes respecto de este tema. Es común que se tenga un concepto meramente erótico de los pechos femeninos —algo que la sociedad impuso culturalmente, en especial a partir de la revolución sexual—. De esta manera, se separó la idea de crianza de la del cuerpo de la madre, alejándose de las disposiciones naturales que hemos analizado antes. Esto sucede incluso dentro de la relación de los esposos, cuando a veces el varón puede ver con cierto recelo o rechazo el amamantamiento, aún de modo inconsciente.
El lenguaje del cuerpo nos ayuda aquí una vez más a limpiar la mirada y a descubrir la verdad de la sexualidad. Por un lado, es cierto que los pechos, así como varias partes del cuerpo de la mujer, tienen, de modo natural y fisiológico, un valor erótico de atracción para el varón y de placer para la mujer. Esto puede observarse en la Biblia: por ejemplo, en el Cantar de los Cantares, el amado describe con detalle la belleza de las partes del cuerpo de su amada. Y esto fue así dispuesto por el Creador, quien ha querido que los valores sexuales del cuerpo femenino sean no sólo eso, sino también fuente y sustento de su maternidad. La función orgánica de las mamas es producir leche y alimentar al bebé nacido del vientre. Estos dos significados del cuerpo no se contraponen, sino que deben coexistir en la integridad de la persona. Los esposos están llamados a trabajar en esta integración del amor y del cuerpo, asumiendo que el mismo cuerpo que se dona en el acto conyugal también está invitado a donarse de un modo distinto al hijo, a través de la maternidad. Porque gestar, amamantar y criar es una donación del cuerpo materno, por amor, para la vida nueva concebida como don de Dios durante la liturgia creadora del acto conyugal.
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[1] https://www3.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=9328:breastfeeding-benefits&Itemid=42403&lang=es [2]Podemos observar casos específicos de madres que amamantan a sus hijos: Sara a Isaac (Gn 21,7-8), Jocabed a Moisés (Éx 2,8-9), Ana a Samuel (1 Sm 1,22-24), Gomer a Lo-ruhama (Os 1,8). [3]Lc 11,27 [4]Que, siguiendo la filosofía de Karol Wojtyła, podemos llamar “actualización” en Persona y Acto, es decir la recepción de una forma accidental que perfecciona al sujeto, quien la recibe pasivamente. [5]Ver este y otro beneficios en: Comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría, “Lactancia Materna: guía para profesionales” (2004). [6]Asociación Español de Pediatría, con motivo de la Semana Mundial de Lactancia Materna (1-8 de agosto de 2021). En la web: https://www.aeped.es/sites/default/files/20210802_ndp_semana_mundial_lactancia_materna.pdf [7] K. Wojtyła, San Giuseppe, en: K. Wojtyła, Educare ad amare. Scrittu su matrimonio e famiglia, a cura di P. Kwiatkowski, Cantagalli, Siena 2014, 269 (traducción propia). El autor resalta en repetidas ocasiones la importancia del “ser protector”.