Cuando me puse frente al papel para escribir este artículo, pensé: “quiero tratar sobre sexualidad saludable”. Aparentemente, está todo dicho en esta simple idea: la sexualidad es saludable cuando refleja el amor en la pareja, y el amor es buscar el bien del otro. Entonces, cerremos, y el último apaga la luz. Pues no: pienso que esta idea, que parece tan sencilla, es complicada de llevar a la vida diaria, sobre todo en un mundo que confunde sexualidad con sensualidad. Así que, ¿cómo hablar en términos prácticos del sexo sano? Para responder a esta pregunta, se me ocurrió hacer analogías con cosas que podemos percibir con nuestros sentidos. Aquí vamos.
Sexo como regalo
Tal vez el más obvio cuando pensamos en que el amor conyugal se muestra en el don de sí mismo. Sin embargo, no parece tan claro cuando hay parejas para las que el sexo resulta una moneda de cambio: yo te doy sexo para que me des otra cosa; o, al revés, yo te doy lo que pidas a cambio de sexo. Recuerdo a Esther Vilar, que en su Varón domado hablaba de que la mayoría de mujeres ejercían una forma de prostitución inconsciente al acostarse con su esposo a cambio de seguridad y comodidad. Esto no dista de ser real aún hoy, medio siglo después.
Cuando hacemos un regalo, pensamos en lo que necesita y le gusta a quien lo recibirá, y se lo damos solo a él. No concebimos que después de un par de años le quitemos el regalo y se lo vayamos a dar a otra persona. Ahora pensemos que ese regalo somos nosotros mismos. Eso es lo que significa el don de mí en la sexualidad: me entrego a la pareja completa y exclusivamente. ¿Tiene sentido darle ese regalo a una persona hoy y a otra el año próximo?
Sexo como caja fuerte
Este puede prestarse a la polémica en un mundo que concibe la apertura como un bien supremo. Pero, si estamos hablando del sexo como una parcela fundamental de la vida de pareja, parece lógico que necesitamos protegerlo como un tesoro. Me viene a la mente cuando Fito Páez canta “conocí una muchacha de miel / con aceros reforzó la casa / no dejó entrar a nadie después / sin querer me devolvió mi alma”. Si necesitamos proteger ese don de nosotros mismos, debemos hacerlo con uñas y dientes.
Cuando tenemos una joya valiosísima, como el diamante “Estrella rosa”, no se nos ocurriría dejarlo en el patio para que cualquiera se lo lleve, sobre todo si ese individuo no conoce el valor que tiene. Lo ponemos en una caja fuerte, y mientras más segura, mejor. La sexualidad es un tesoro preciosísimo porque en él estamos compartiendo nuestro cuerpo, mente y alma con la pareja. ¿Queremos que cualquiera use y menosprecie ese tesoro?
Sexo como lazo
Aquí corremos el riesgo de tomarlo en mal sentido, como un recurso para atar a la otra persona, algo que no es poco frecuente, lamentablemente. De todas formas, la imagen del lazo que une al uno con el otro de una manera sólida nos ayuda a entender que una de las finalidades de la pareja es la unión íntima. Y traigo la imagen del cuadro El beso, de Gustav Klimt, donde parece que los amantes tuvieran un solo cuerpo cubierto por un manto dorado que los une. Es un vínculo que une sus vidas, no solo los cuerpos.
Cuando queremos que dos cosas estén juntas para que se vuelvan más resistentes, como un par de tablas para ponerlas como protección, las atamos bien para que no se separen. No nos sirve únicamente juntarlas y esperar que no se desunan ante algún golpe. Así queremos unirnos en pareja para resistir los embates de la vida, que es cuando más necesitamos ser un ejército. ¿Preferiremos esa unión por el puro placer del momento, y después cada quien por su lado?
Sexo como puente
Siguiendo el mismo concepto de la unión, nos llega la imagen del puente que comunica dos sitios separados. No solo vuelve dos cosas en una, como el lazo, sino que acerca dos realidades diferentes. El hombre y la mujer son dos seres distintos pero complementarios, y la sexualidad es un reflejo hermoso de esto. Recuerdo el tema de Gustavo Cerati, “Puente”, el cual trae la idea de que a través del amor juntamos dos historias en un momento. Cierra con ese hermoso “usa el amor / como un puente”.
Cuando buscamos acercarnos a alguien que está en otra orilla, buscamos o construimos un puente. Y, si queremos volver a encontrarnos, querremos que ese puente sea sólido y permanente. No tendría sentido cruzar solo para un instante, y luego ir buscando otras orillas mientras nos gastamos en conseguir puentes. El acto sexual es ese puente que nos junta en un momento único e irrepetible, pero nos hace querer mantener ese encuentro el resto de nuestra vida. ¿Valdría la pena el esfuerzo de tenderlo para unos cuantos minutos de estar junto a alguien?
Sexo como comida
Cuando comemos algo lo hacemos para alimentarnos, por el placer de su sabor y por el encuentro con las personas con quienes compartimos esa comida. No lo hacemos por llenar la panza o por obligación, nada más; aunque hay gente que así lo hace. La sexualidad es alimento para el vínculo de los esposos, es un placer que se disfruta en conjunto, y que llena el alma y fortalece el sentimiento de pertenencia. Me viene la imagen de las obras de Giuseppe Arcimboldo, que retrata seres humanos construidos por cosas comestibles. Pienso en ese ser siendo ingerido por su pareja, como don de sí mismo, encontrando sentido a su existencia.
Cuando nos reunimos con alguien, sea por diversión, estudio o trabajo, pensamos en qué comeremos juntos. Las reuniones familiares tienen implícito el momento del almuerzo o la cena. Cristo se hizo alimento físico y espiritual en la eucaristía. No nos gustaría invitar a alguien y que llegue, coma y se vaya. La sexualidad es ese disfrute carnal, pero que está rodeado de un encuentro entre dos seres que comparten todo. ¿Reduciríamos ese encuentro a la parte física?
Sexo como oración
Es cierto: esto no es tangible. Pero imaginemos a una persona arrodillada en un templo. La sexualidad es una ventana hacia la trascendencia, aun siendo cuestión de un momento. Sin embargo, ese momento nos abre a la pareja y a una vida entera que queremos caminar uno al lado del otro. Ese camino va más allá de nuestra vida: deseamos perpetuarlo en unos hijos y una familia, en proyectos conjuntos, en algo que sea más grande que nosotros mismos. Ese es el sentido de la oración: pedir, alabar y agradecer a Dios, en este caso, por ese camino. Mi memoria me trae el cuadro de Jean-François Millet, El Ángelus, en el cual una pareja detiene su trabajo para elevar una oración al Cielo, quizá por la cosecha que vendrá.
Cuando nos sentimos agradecidos, necesitados o simplemente para hablar con nuestro Creador, oramos. Cuando el amor nos llena de gratitud, y la juntamos con nuestros instintos naturales y el deseo de conectarnos más con nuestra pareja, tenemos relaciones sexuales. ¿Tendría sentido elevar una oración por una relación que no irá más allá de esos instantes?
Sexo como flor
La analogía tiene muchos sentidos. La flor es hermosa, es delicada, toma tiempo de cuidados para que brote, su destino es el fruto. La sexualidad humana es igual. Sin embargo, hay amores que son estériles porque, en una sociedad utilitaria e inmediatista, no queremos gastar tiempo y esfuerzo en algo que puedo usar y tirar. Nuestros ancestros de las cavernas hacían arte para favorecer la fecundidad de la agricultura y de la familia, como la Venus de Willendorf. Ese mensaje de buscar el fruto del amor nos llega aún hoy.
Cuando queremos tener una naranja, sembramos, regamos y cuidamos un arbolito de naranja. Cuando vemos la flor, sentimos que está cerca nuestro objetivo, pues aquello que cultivamos tendrá el fin que perseguimos. La sexualidad humana es la flor de donde sabemos que puede llegar el don del hijo. ¿Si nos cerramos a ese fruto, para qué cultivamos la flor?
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En fin: la sexualidad, que es reflejo de una relación equilibrada entre lo físico, lo psicoafectivo y lo espiritual nos hace sentir plenos, complementados e íntegros. Lo entendemos como un don de nosotros mismos, como un tesoro que cuidar, como un vínculo indisoluble. Lo vemos como un puente que nos une en nuestras diferencias y un alimento para nuestras vidas. Se vuelve una oración que nos conecta entre nosotros y con el Cielo, y una flor que cultivamos para que dé un fruto que nos trascienda. La sexualidad humana es una gracia de nuestro Padre que quiere que disfrutemos, nos unamos y nos perpetuemos. ¿Vamos a despreciarla?
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