A veces el amor propio en la pareja puede llegar a verse o entenderse como un rival. Se piensa que consiste en enorgullecerse uno, en construirse una fortaleza y en autocoronarse. Y que, por ello, por el bien de la pareja, más vale arrinconar y dejarlo a un lado. Pero es más bien al contrario.
Aliado, motor y punto de partida
El amor propio es el aliado. A veces, el motor, o incluso el punto de partida. Pues la falta de amor propio es muchas veces el detonante de nuevas heridas, roces y discusiones. Caídas, frustración y desesperación. Dependencia o toxicidad. Y, como todo en la vida, a veces hay que decir que no. Hacer una pausa, analizar el terreno y decidir si se quiere volver al ruedo. Y establecer límites.
Y el amor propio fuera de la pareja está entendido como el aprender que priorizarse está bien que es necesario. Porque a veces decir “no” no es una renuncia. Es un “primero miro adentro, luego me pongo a ello”. Un “para algo mejor”.
Primero, conócete a ti mismo
Porque nadie da lo que no tiene. Y, para empezar a darse, a entregarse en las relaciones, con la familia, con los amigos y con la vida en general, primero hay que aprender a escucharse. Y es tan importante como escuchar al que tenemos al lado. Descubrir qué nos llena, qué nos hace felices, cómo somos, nuestras flaquezas y fortalezas, dónde sobresalimos, qué nos asusta y a qué le tenemos miedo.
El autoconocerse también viene del pasar ratos con uno mismo. De preguntarse y cuestionarse las cosas, para luego aprender a quererse y aceptarse tal cual uno es. Porque sí: hay que quererse.
El buen amor propio en la pareja
El amor propio bien entendido, en la pareja, la hace aún más grande. La ensancha. Hace que el camino a recorrer crezca y crezcan los dos. Al unísono. Queriéndose y aceptándose como se es. Porque ese es el buen amor propio, el que resulta de un proceso: del autoconocimiento, de la aceptación de su realidad, de sus defectos y de sus virtudes, de sus dones y de sus fragilidades. De quien se sabe querido y amado por Alguien aún mayor.
Y con ello, esa inicial inseguridad o desagrado hacia uno mismo puede transformarse —fruto de un camino— en un radiante amor propio. Ese estudio hostil y frustrado hacia las heridas y cicatrices del espejo o del alma puede transfigurarse en una cálida y acogedora mirada. Y así, del otro. Se aprende también a mirar al otro a través de su mirada.
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Así, uno aprende a no aceptarse por sus maravillosos talentos o por no errar nunca, sino que, precisamente, uno se abraza y se deja abrazar fuerte por el otro, por sus estrías e imperfecciones. Cuantas más, más batallas has librado, más fortalecido has salido. Eso sí: han de cicatrizar bien. Con cura y con mimo, con esfuerzo y con tiempo. Queriendo y dejándose querer y conocer por el otro. De este modo, los invite a cultivar un buen amor propio.
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