La práctica del aborto ha atravesado todas las épocas de la historia, y es importante alertar sobre los riesgos a los que se han sometido muchas mujeres al buscar abortos en lugares clandestinos, en los que se pone en peligro su vida. La realidad es que, por muchas situaciones de opresión y desventaja, a la mayoría de las mujeres no se le garantiza la protección debida en su niñez y adolescencia, no se les da acceso a educación sexual integral para ellas y sus parejas, y no se les otorgan los mínimos necesarios en vivienda, alimentación y salud. Incluso ocurre que muchas veces no se les dan garantías legales a la hora de denunciar a sus abusadores. Y, además, cuando deciden tener a sus hijos, se les niega el acceso a cuidados prenatales que les ayuden a continuar dignamente con su embarazo.
En estas circunstancias, vemos que muchos niños nacen en familias no preparadas, sin estabilidad económica, o incluso sin disposición real de acogerlos con amor y darles una vida digna y feliz. Por ello, aunque al hablar de aborto resulta imposible no remitirnos a la inmensa polémica que lo envuelve, el día de hoy queremos abordar el tema desde el amor.
El aborto como reivindicación
La capacidad de decisión también le ha sido negada a la mujer por muchos años: decidir sobre su vida y su futuro, decidir sobre su cuerpo y las relaciones que quería vivir, decidir en el ámbito social, cultural y político. La reivindicación de los derechos de la mujer y el libre ejercicio de su capacidad de decidir es un logro de toda la humanidad, y todos tenemos la obligación de defenderlo de cualquier injerencia y atropello.
Sin embargo, este es el panorama que nos introduce el aborto, no solo como una opción, sino como una necesidad. Necesidad de solucionar aquellas situaciones de vulnerabilidad en que se encuentras nuestras mujeres, necesidad de reparar los abusos y violaciones de las menores, necesidad de alcanzar igualdad y libertad para la mujer oprimida, que encuentra en el aborto una garantía para su decisión de no ejercer una maternidad que no desea.
Pero, aunque no podemos de ninguna manera negar estas situaciones que enfrentó la mujer de ayer y que siguen enfrentando las mujeres de hoy, resulta imposible afirmar que el aborto sea una solución, un derecho o una decisión de amor. Con el aborto, la primera que pierde sus derechos y su capacidad de decisión es la mujer.
Los derechos
No podemos hablar del “derecho a decidir” sin hablar de los derechos humanos. Estos son inherentes a la dignidad de las personas, son universales a inalienables. Nadie puede renunciar voluntariamente a ellos, y ninguna persona o Estado puede arrebatárselos a otra persona. En los derechos hay interdependencia e interrelación: el ejercicio de un derecho depende del ejercicio de otro; como el derecho a la libertad, que no podría ejercerse si primero no se garantizara el derecho a la vida.
Los llamamos “derechos humanos” porque son inherentes a todos los miembros de la raza humana. A todos, pues se comprende que somos miembros de la raza humana desde el momento de la concepción. Pensemos simplente en esto: no nos hacemos automáticamente humanos apenas después de nacer.
Con este panorama en mente, podemos preguntarnos: ¿cómo puede ser un “derecho de elección” un acto que priva a otros seres humanos de su derecho a la vida?, ¿cómo puede ser un “derecho de elección” uno que menoscaba considerablemente el derecho a la salud física, psicológica y emocional de las mujeres que lo practican?, ¿cómo puede ser una decisión de amor para la mujer un acto con el cual lucra millonariamente un cierto sector económico, pero que deja a la mujer en las mismas condiciones sociales, culturales y emocionales de vulnerabilidad y opresión en que se encontraba antes del aborto?, ¿cómo puede ser un logro para el feminismo, cuando a millones de niñas se les impide nacer, cuando se legitima que sus vidas acaben de forma violenta y dolorosa cuando están en su estado máximo de indefensión?
Digámoslo sin miedo: el aborto ni es derecho, ni es libertad de decisión, ni es un acto de amor. El aborto es la bandera sutil de la opresión femenina de los últimos tiempos.
Los datos irrefutables
Los resultados de las más fidedignas encuestas muestran que las situaciones que empujan a una mujer a abortar tienen que ver con problemáticas sociales prevenibles. El 44.4 % aborta por presión familiar o de su pareja; el 22.8 %, por interferencia a expectativas de vida; el 20.4 %, para ocultar el embarazo por temor; el 2.1 %, por abuso sexual reiterado y el 1.9 %, por abandono de la pareja.
Tras ver estas cifras, pensemos algo: si nuestras leyes y nuestras luchas no están dirigidas a solucionar estos problemas sociales de raíz, ni aunque legalicen el aborto en el mundo estos problemas dejarán de ocurrir.
En efecto, lo que pretenden negar aquellos que defienden el aborto no es la religión, sino la ciencia. La medicina moderna y los avancen en embriología demuestran que desde el momento de la fecundación se inicia la vida humana de un nuevo individuo. Desde la semana 12 de gestación, el feto siente dolor, ya que el tacto es el primer sentido que desarrollamos los seres humanos. No es un simplemente un embrión, o un “cumulo de células”, porque desde la semana 8 de gestación el feto ya tiene todos los órganos internos, como el corazón, que se desarrolla en la tercera semana de gestación.
Es un ser humano diferente, con órganos propios, con una carga genética (ADN) distinta y con un ritmo cardiaco diferente del de la madre. En el aborto. la mujer no decide sobre su cuerpo: decide sobre el cuerpo de alguien más. En el aborto, la mujer no ejerce libremente sus derechos, sino que es convencida de atropellar el derecho más importante de alguien más: el de la vida.
Y así, la mujer misma pasa a ser una víctima del negocio del aborto que, solo en Estados Unidos, cuesta alrededor de $ 1500 USD por procedimiento quirúrgico. Teniendo en cuenta que sólo en lo corrido de este año llevamos 6´970.600 abortos en el mundo, vemos que es un negocio redondo.
Un negocio que, además, es utilizado desde sus inicio, como herramienta de control poblacional, ubicando las más grandes clínicas de abortos en lugares de población afrodescendiente, de migrantes, de países del tercer mundo, entre otros sectores minoritarios. Un pequeño ejemplo de esto es que cerca del 96 % de los casos de Síndrome Down terminan en aborto. El mensaje es claro: no toda vida vale igual, ya que pareciera que sólo son dignas las vidas de aquellos que son deseados. Los demás pueden ser desechados.
Por otro lado, es una “decisión” en la cual la mujer misma no está segura: de hecho, un estudio en Finlandia demostró que hay un aumento significativo en el riesgo de muerte por enfermedades cerebrovasculares en mujeres que han abortado. La universidad de Cambridge logró determinar en su estudio que las mujeres que abortaron tienen 55 % mayor probabilidad de suicidio que aquellas que no abortaron, y el incremento en mujeres que consultan el psiquiatra después de un aborto es del 160 %.
Por su parte, The British Journal of Psyquiatry determinó que las mujeres que abortan tienen 81 % mayor probabilidad de sufrir enfermedades mentales. El Journal of affective Disorders encontró que el comportamiento suicida en mujeres adolescentes está directamente relacionado con procedimientos abortivos previos. Y, como si fuera poco, en Estados Unidos el 30 % de las víctimas sobrevivientes de tráfico sexual afirman haber sido llevadas a abortar en clínicas legales, sin que se hubieran llegado a descubrir jamás las situaciones de explotación en las que se encontraban.
La verdadera decisión de amor
Es por esto que nos permitimos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el aborto no representa un logro para el feminismo y su capacidad de decisión, sino todo lo contrario. El aborto es el culmen de la opresión a la mujer, de la vulneración sistemática de sus derechos, de la mercantilización de sus cuerpos, del uso del feminismo como maquinaria política y de la legitimación de la violencia más atroz contra las mujeres, todo esto disfrazado de derecho y de libertad. La dictadura mejor consolidada es la que mayor control tiene sobre sus oprimidos, porque consigue que sus esclavos sientan placer en serlo. Asimismo, la belleza, la bondad y la justicia de la reivindicación femenina, y la exigencia de su capacidad de decidir, han sido desvirtuadas, usurpadas y atropelladas… y hasta se ha conseguido que las mismas mujeres lo celebren.
¿Esto significa que las mujeres que han abortado, quieren abortar o están atravesando embarazos no deseados deban ir presas y ser condenadas por la sociedad? De ninguna manera. Lo que significa es que debemos exigir soluciones eficaces para la mujer, no remiendos fáciles que disculpen a los Estados de la obligación que tienen frente al cuidado integral de sus ciudadanos. La cuestión no es si preferimos abortos clandestinos o abortos legales: la cuestión es si legalizamos la muerte y la violencia, para no enfrentar los problemas de fondo que aquejan a nuestras mujeres.
Existen muchos problemas de salud pública y muchas causas de muertes maternas y femeninas que son completamente desatendidas por la sociedad y los Estados… Pero, mágicamente, para el aborto sí hay recursos y preocupación a nivel mundial.
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Mujer, mereces decidir. Mereces decidir en amor y por amor. Mereces que tu cuerpo y tu situación de crisis no sean usados para permitir lucrar a unos pocos, o para abanderar ciertas campañas políticas. Mereces recibir atención integral ⎯atención que los grupos y organizaciones provida a nivel mundial estamos dispuestos a ofrecerte⎯, mereces que tu estado de vulnerabilidad no sea abanderado por causas injustas. Mereces no ser abandonada a la inestabilidad psicológica y emocional después de ejercer tu “derecho a decidir”. Mereces mas que un aborto.
Optar por las dos vidas no te hace menos mujer, ni menos libre. Optar por las dos vidas, buscar ayudas reales para tu situación y no permitir que otros te revictimicen: ese es el verdadero derecho a decidir.
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