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Día: mayo 8, 2022

¿Vale la pena enamorarse?

El amor parece una espada de doble filo. Por un lado, te llena de vida cuando encuentras a alguien especial; pero por otro, te mata cuando te rompen el corazón. ¿Vale la pena exponerse a este daño emocional?

 

Mi respuesta es que… ¡Claro que sí! Porque, independiente del éxito o fracaso que puedas experimentar en tus relaciones afectivas, enamorarse es un proceso que tiene la capacidad de hacerte una mejor persona; incluso, de hacerte más inteligente. Pero, para que la experiencia sea provechosa, es importante considerar algunas pautas.

 

#1 No temas a las emociones, reconócelas

 

Cuando ves al amor de tu vida caminar en cámara lenta, o cuando se te acelera el corazón mientras le hablas en cavernícola, es porque las emociones entraron con fuerza, estampando a la razón. Al comienzo estás confundido: despertaron sensaciones desconocidas, que se sienten bien, pero te volvieron torpe. Sin embargo, ignorar lo que sucede y volver a tu zona de confort sería perder la oportunidad de desarrollar tu inteligencia emocional. Estar enamorado te obliga a escuchar tus sentimientos y a intentar verbalizarlos. Poco a poco, aprendes a encontrarles un propósito y a expresar las correctamente.

 

Sucede también con emociones opuestas. Como cuando suena una tetera hirviendo en tu cabeza, al discutir con tu pareja. Hay algo que te molesta y no sabes por qué. ¿Será que tienes un carácter irritable? ¿Será que tienes una buena razón para molestarte? ¿Serán ambas cosas a la vez? Analizar los sentimientos “negativos” y cómo se exteriorizan en tu relación, te dan la posibilidad de conocerte a fondo y a encontrar oportunidades de mejora.

 

En el caso de terminar una relación, hay que aprender a vivir el duelo. Seguramente puedes sentirte ridiculizado, humillado, dolido… En el fondo, puede ser por algo más allá de la ruptura. Puede ser el inicio de trabajar en una herida, o en un defecto que te llevó a ese momento. Las emociones desean comunicarte un mensaje potente. Si los escuchas, analizas y te propones trabajarlos, tienes la posibilidad de abrir un nuevo camino en tu vida. Además, al entender tus propios sentimientos, serás capaz de entender el de los demás y ser más empático.

 

#2 Diferencia las etapas del amor

 

Quizás la razón por la que muchos dilatan el formalizar una relación es porque se olvidan de que el amor tiene fases. Aunque tu meta sea el matrimonio, no necesariamente te casarás con quien vas a iniciar una relación. Primero debes evaluar y discernir en el tiempo, pasando por etapas de amigos, salientes, novios, compromiso y matrimonio. Así estarás más protegido porque sabrás cuál es tu lugar en la relación, sin generar más expectativas de lo debido.

 

El problema se da cuando las emociones le ganan a la razón y las manifestaciones de amor sobrepasan a la etapa donde estás. Ejemplo: son amigos, pero se dan besos. Son salientes, pero viajan juntos. Es decir: el grado de cariño no corresponde a la relación, y entras a una zona ambigua de no saber qué eres exactamente. En principio, muestra un deseo válido de iniciar algo especial. ¿Pero si todo se trata de un juego por la contraparte? ¿O si en realidad tú eres quien juega con el sentimiento de otra persona? Estás expuesto al riesgo y al daño.

 

Ante esta situación, siempre es posible purificar la intención. Quizás sea el inicio de una relación inesperada, así que conviene ordenarse cuanto antes y proponer reglas coherentes a la etapa en la que te encuentras. Ejemplo: si son amigos, acuerdan en seguir saliendo, pero sin besos. De esta manera, habrá una motivación mayor y un discernimiento mutuo para pasar a un siguiente nivel juntos. En el caso de que hayan tenido relaciones sexuales “prematuras”, siempre recomendaré que se proponga la castidad, a partir de ese momento. Es decir, postergar la intimidad sexual para el matrimonio. ¿Cómo hacerlo y qué implica? Puedes leerlo luego, aquí.

 

#3 Acumula experiencias para tomar decisiones

 

Muchas personas huyen de las relaciones porque tienen “estándares” altos, buscando de un Brad Pitt en adelante. O quizás, por prejuicios de no tener los mismos valores, buscan algo parecido a un Eduardo Verástegui. ¡Y ni qué decir de los hombres! En cierto sentido no está mal, pero también vale la pena tomar decisiones a partir de los hechos y las experiencias que vives. Hay que aprender a salir y probar cómo interactúas con el candidato. Lánzate a contar tu historia, y ve cómo reacciona. Si eres una persona de valores, ¿no podrías contagiarlos?

 

Y en el caso de relaciones de más tiempo, probablemente ya tienen data suficiente para lanzarse a decidir. Si va un buen tiempo que la pareja es una piedra en el zapato, hay que evaluar darle un deadline o un memo. Si tienen todos los requisitos para casarse, ¿por qué no ir pensando en los pasos para hacerlo? Tomar decisiones firmes, aunque sean difíciles, te forja como persona.

 

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Quizás nunca has tenido pareja y temes lanzarte a la piscina. Quizás sales de una experiencia que te dañó y temes volver a pasar por lo mismo. Quizás un familiar te presenta a su primer novio y temes que la pase mal. En cualquier caso, pensar que no vale la pena enamorarse es perder la oportunidad de crecer como persona. Con esto no desestimo a las personas que tienen una vocación al celibato o a la soltería. Todo ser humano tiene capacidad de mejorar al mundo con amor. Pero es importante alentar a las personas a enamorarse —siempre y cuando lo deseen—, en un entorno donde no hay referentes de estabilidad, sino más bien de divorcios y separaciones. Si sientes el deseo enamorarte, búscalo. Si fallaste, vuelve a intentar. Y si sabes de alguien que necesita de un consejo, ayúdalo con madurez. Amar es de valientes. Y por más difícil que parezca, el resultado final siempre valdrá la pena.

 

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El matrimonio es para disfrutar

Siempre decimos que el matrimonio es para disfrutar, no para amargarse la vida. En el matrimonio hay renuncias, como las hay en cualquier relación humana, pero creemos que cargar las tintas en eso es un error.

 

Renuncia y satisfacción

 

A propósito de esto, el papa Francisco, en Amoris Laetitia (“La alegría del amor”), dice: “El ideal del matrimonio no puede configurarse sólo como una donación generosa y sacrificada, donde cada uno renuncia a toda necesidad personal y sólo se preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna”. ¡Qué bueno! Esto va en contra de cierta educación sobre el matrimonio que se ha dado durante siglos. La renuncia, la cerrazón ante cualquier satisfacción solo lleva, en nuestra opinión, a separar al matrimonio.

 

El no saber disfrutar del dar y recibir nos hace imposible estar preparados o capacitados para amar y, por lo tanto, para casarse. Pensemos en los jóvenes: la queja de que la crisis de la convivencia tiene que ver con que “esta generación no aguanta nada” —algo que también decían de la nuestra— es un síntoma del concepto que se tiene acerca del matrimonio…, y así nos va.

 

Cohabitación y matrimonio

 

Creemos que es la convivencia, y no el matrimonio, lo que está en crisis. Hablando de matrimonio o del cohabitar, hoy hay un lío. Más allá del asunto de las convivencias por fuera del matrimonio —ustedes saben que siempre nos dirigimos a las parejas casadas—, observamos que se llama “matrimonio” a lo que es en verdad cohabitar. Para ser amante de verdad, en nuestra opinión, se deben reunir las siguientes cualidades:

  • Capacidad de querer;

  • Inteligencia;

  • Voluntad;

  • Capacidad de dar;

  • Capacidad de recibir;

  • Fidelidad;

  • Capacidad de empatizar, de ponerse en el lugar del otro;

  • Capacidad de compromiso.

 

Con estas características, los amantes conforman una simbiosis: son como el liquen —por ejemplo, un hongo y un alga—. En la unión, los dos se dan, y los dos reciben; y gracias a esto llegan a colonizar sitios en donde solo el liquen puede vivir. Hay compromiso de por vida. En cambio, cohabitar es mutualismo: lo comparamos con la relación entra las abejas y las flores. Las dos sacan beneficio, pero no hay compromiso de por vida. Las abejas aceptan otras flores, y las flores, otras abejas.

 

Felicidad y complejidad

 

Parece que ser feliz y vivir bien el matrimonio están reñidos. Nosotros nunca ocultamos que el matrimonio requiere esfuerzo, y que, a semejanza del liquen, es la forma de vivir en pareja más comprometida. Y también, la más compleja. Pero creemos que eso mismo hace que sea la relación que más felicidad da a los amantes. ¡Felicidad y complejidad no están reñidas!

 

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Por todo esto, decimos que el matrimonio es para disfrutar, y que solo es para amantes. En efecto, se caracteriza por vincular a dos personas que se aman sobre todas las cosas, que se conocen tan bien que casi se adivinan los pensamientos; que se convierten en confidentes, compañeros de peleas, mejores amigos, y mucho más. De su amor nacen los hijos, que son fruto de su pasión, amor, entrega y generosidad. Así, el paso del tiempo, en vez de apelmazar ese amor, lo agranda. ¿Por qué? Porque cada día que pasan juntos, tienen más cosas en común.

 

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