Lo comentaba el otro día con un amigo. Me hablaba de una relación que acaba de romper: “Me equivoqué cuando me casé”, me decía. “Fue todo muy rápido. Ya sabes: el amor es ciego”. Y me dejó pensativo. Es cierto que muchas veces se toma una decisión basada en el sentimiento y, cuando pasa ese sentimiento, se ve todo distinto. El amor es ciego. Pero una ruptura así, ¿es una decisión racional?
Información y riesgo
En la vida tomamos muchas decisiones. Decisiones de todo tipo. Y todas están basadas en una combinación de información y riesgo: cuanta más información, menos riesgo. Cuanta menos información, más riesgo. Las decisiones personales no son diferentes. El problema en todas las decisiones es que muchas veces nos dejamos llevar por la intuición, por los prejuicios, por el sentimiento, por el “feeling”. Y, a veces, la intuición nos traiciona. Aunque veces nos da pistas. Entonces, podemos preguntarnos ¿hay que descartarla?
Cuando se elige pareja es importante considerar algunos puntos clave, como tener claros los valores propios y los del otro; que haya sintonía de valores. Eso es información, son datos. Más datos, menos riesgo. Es importante el conocimiento propio y el del otro, desde el punto de vista personal: maneras de reaccionar, forma de ser… Eso también son datos, es información, es conocimiento del otro. A más información, menos riesgo.
El sentimiento
Sin embargo, muchos se lanzan a una relación seria con la sola base del sentimiento. Parece que con el sentimiento es suficiente, que el amor rompe todas las barreras. Y eso tiene parte de verdad, claro. Pero también esconde un peligro, un riesgo. Porque el amor es ciego, y el sentimiento nos impide ver de forma objetiva los defectos del otro, los impedimentos, la realidad… los datos, la información. Y se toman decisiones basadas en los sentimientos y no en los datos.
¿Y entonces qué hago con los sentimientos? Tenerlos en cuenta, sin duda. Son fundamentales. La intuición y el sentimiento son una de las tres bases sobre las que se asienta una relación: sentimiento, inteligencia y voluntad. El sentimiento es el que habitualmente toma la delantera. Es el impulso inicial, es lo que viene con el “flechazo”. Es esa fuerza casi inexplicable que, de repente, sin venir a cuento, hace que se sienta una atracción difícil de rechazar. Parece que no puede existir nada mejor, nada más ideal.
El sentimiento despierta torrentes de hormonas de dopamina y de oxitocina que llenan nuestro cuerpo y nos producen placer. Placer por sentir amor y por sentirnos amados. Deseo de que ese sentimiento se perpetúe en el tiempo: de que dure para siempre.
Esos sentimientos son maravillosos, pero no pueden conformar la única base de la decisión. Y vienen entonces las expresiones del tipo de “no puedo vivir sin él (o ella)”, “estamos hechos el uno para el otro”, “es el complemento perfecto para mí” o “sé que es la única persona que puede hacerme realmente feliz”.
La razón
Existe también la razón. La razón es la visión objetiva de la casa. Es quien nos contesta a preguntas tan sencillas como “¿esta persona por la que siento algo especial, me conviene? ¿me hace sacar lo mejor de mí?”, “¿me hace ser mejor persona?”, “¿comparte los valores que son fundamentales para mí?”.
Es entonces cuando puedes poner a “luchar” a los sentimientos contra la razón. Y puede surgir un diálogo sin duda sesgado, en el que te autoconvences de que no tiene los mismos valores, pero conseguirás que cambie. O que quizás no saca lo mejor de ti, pero que te hace sentirte diferente… Y, como muchas veces no eres totalmente objetivo, lo que conviene es pedir consejo a aquellos que te conocen bien y te quieren bien, y plantearles esas mismas preguntas: Oye, ¿tú crees que me hace ser mejor persona?, ¿crees que hace que saque lo mejor de mí?, ¿crees que compartimos los mismos valores?
La voluntad
Finalmente, está la voluntad. La voluntad es la que, evaluando los sentimientos y guiada por la razón, decide seguir adelante o no. Es la que, una vez decidido si una relación me conviene o no me conviene, ejecuta la decisión, intentando no dejarse llevar por los sentimientos. La voluntad es el fruto de ese diálogo interno que termina en una decisión definitiva.
Enamorarse y desenamorarse
Todo esto puede pasar cuando eliges pareja, cuando te enamoras. Sin embargo, en muchas ocasiones la decisión es mucho más intuitiva, no razonada. Se pasa directamente del flechazo al sentimiento, y la voluntad solo se deja llevar. No deja que la razón intervenga. El amor es ciego. Y yo pienso que, más que ciego, probablemente es irracional, poco inteligente, imprudente. Y, si me apuras, necio, tonto.
Tonto, porque los amores que se dejan llevar por el sentimiento sin pasar por la inteligencia con frecuencia producen mucho sufrimiento, tanto en los dos, como, cuando los hay, en los hijos o incluso amigos y personas cercanas. Esto es lo que pasa cuando te enamoras: tiendes a tomar una decisión que no siempre es la más adecuada, si no pasa por el filtro de la razón y si no se deja conducir por la voluntad, siguiendo esas indicaciones de la razón.
Y eso es algo que también pasa cuando te desenamoras, cuando hay una crisis. Cuando una relación entra en un proceso de desamor —llámale “crisis”, llámale “bajón”, llámale “un mal momento”), entonces te pasará lo mismo: el sentimiento toma también la delantera. Si antes el sentimiento eran mariposas en el estómago, ahora se siente angustia, se sienten dolor y malestar.
Es hasta físico. Si antes el sentimiento parecía no poder ser más ideal ni más pleno, ahora parece justo lo contrario: “jamás volveré a sentir como al principio”, “esta situación es insoportable”, “así no puedo seguir viviendo”, “nunca seremos felices”, “somos claramente incompatibles”.
Un poco de cordura
Y es entonces cuando, una vez más, hay que dejar que sea la razón, la inteligencia, la que ponga un poco de cordura sobre las decisiones. Pero es difícil. ¿Recuerdas que el amor era ciego, tonto e imprudente? Pues el desamor también lo es. Diría que lo es todavía más.
Más ciego, más tonto y más imprudente. Y toma decisiones de las que es fácil arrepentirse luego. La razón te dirá si realmente una ruptura te conviene a ti y a los que te rodean, si realmente ahora sois tan incompatibles, cuando antes os considerabais complementarios, si realmente esas barreras que ahora parecen grandes muros son realmente tan insalvables… Y entonces, también debes pedir consejo a quien te quiere bien, volviendo a las mismas preguntas de antes: ¿crees que puede sacar lo mejor de mí?, ¿crees que me hace mejor persona?
Y, después, involucrar finalmente también a la voluntad. La voluntad es la decisión de trabajar a lo largo de la vida para seguir mejorando junto al otro, para ser mejor persona. Voluntad para darte sin esperar nada a cambio. Voluntad para amar al otro como es, y no como te gustaría que fuera. Voluntad para dejarte amar como el otro sabe amar y no como te gustaría ser amado. Y voluntad para luchar juntos, para hablar las cosas, para conoceros mutuamente cada vez mejor, para decirle al otro, con cariño y sin reproches, cómo te gusta ser amado y cómo sueles amar. Y para preguntarle también al otro cómo le gusta sentirse querido, y cómo yo me siento cuando nos queremos.
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Sentimiento, sí. Inteligencia también. Voluntad, sin duda. Cuando te enamores y cuando estés pasando por malos momentos, no te dejes llevar sólo por los sentimientos; y cuando te desenamores, tampoco. Los sentimientos son cambiantes, dependen de muchos factores y circunstancias. Las razones son más estables. Permanecen en el tiempo. Son la ley objetiva de la casa, son la visión humana que saca el mejor partido a los sentimientos, para ayudar a la voluntad a querer lo que le conviene.
El amor es ciego. El desamor también lo es. Por eso, deja que la razón y la voluntad intervengan también. Cuando te enamoras y cuando pasas momentos difíciles, deja que la razón y la voluntad ayuden a los sentimientos a elegir bien.
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