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Día: octubre 11, 2022

¿Perdonarte 490 veces?

Seguramente es por muchos conocido el pasaje en el que Pedro es mandado perdonar hasta setenta veces siete a todo aquel que en algún momento le ofendiese. Además, probablemente también sepamos que no es que el evangelio se estuviese refiriendo a llevar la cuenta de las ofensas del otro —como quien marca en una lista—, hasta que se cumplan las cuatrocientas noventa veces perdonadas, para, a la vez cuatrocientos noventa y uno, dejar de perdonarte y empezar a tomar represalias.

 

Nada más alejado de la realidad. Jesús nos manda a perdonar siempre, en todos los casos y sin excepción, sin que importen la circunstancia, el contexto o la gravedad. De lo contrario, la cita habría sido más bien: “Tienes que perdonar setenta veces siete, al menos que… (inserte aquí la situación que prefiera)”. Pero no es el caso.

 

En ese sentido, si mi enamorado, novio o esposo me ofende, ¿lo debo perdonar? Pos, sí… ¿Y si la ofensa es muy grave? También. Ahora, antes que el artículo ya esté ofendiendo a más de uno —por lo cual tenga que perdonarlos—, vamos a ver algunas consideraciones o reflexiones relacionadas con los actos de pedir perdón y ser perdonados.

 

“Perdono, pero no olvido”

 

No es posible afirmar que se ha perdonado a alguien y, sin embargo, no olvidar ese mal que nos han hecho. Ahora, ese “no olvidar” debe entenderse en el sentido de que no se debe guardar rencor —más que en contraer de pronto amnesia respecto de un hecho concreto.

 

En la práctica, esta situación equivocada —sobre cuyas consecuencias a veces no somos tan conscientes— puede llevar a uno a no tratar al que ha hecho la ofensa de la mejor forma, a tratarlo de forma no tan caritativa —entendiendo la caridad como aquella a la que Cristo nos llama—. Por lo tanto, al final no nos hace tan libres no poder soltar este pensamiento en alguna medida rencoroso, y estar siempre pensando en eso que en algún momento nos hizo daño.

 

Evidentemente, esto no quiere decir que sea fácil en todos los casos, y depende mucho de cada persona y de la gravedad que cada situación; mas no por eso imposible. Si Jesús lo pide, no es porque sabe que no podemos: al contrario, confía en nosotros y quiere lo mejor.

 

Propósito de enmienda

 

De parte de la persona que comete la ofensa, debe haber una firme resolución, acompañada de acciones concretas que ayuden a que así sea, de no volver a cometer la acción que llevó a ofender al otro. Es decir: si uno comete una falta y simplemente pide perdón, pero este perdón no va acompañado de esas acciones, se podría decir que el arrepentimiento no fue tan pleno, que está incompleto.

 

Reparación

 

Además del hecho de que el que haya cometido la falta busque los medios necesarios para no volver a hacerlo, si al momento de hacerla hubo daños, también es importante que encuentre la forma de repararlos. Lamentablemente, muchos de ellos serán sumamente difíciles reparar, debido al tipo de daño que se hizo.

 

El ejemplo común es el del ladrón que roba una gran cantidad de dinero: a la persona a la que se le robó esa fuerte cantidad no le sirve de mucho el perdón del ladrón, si este no va acompañado de la devolución del dinero —además, debe asegurarse que no lo volverá a hacer.

 

Perdonar y pedir perdón

 

Tan importante como perdonar es saber pedir perdón. En cualquiera de los casos, hay que dar un paso de humildad, y con dolor del corazón, decir “Perdóname, la malogré” o “Está bien, te perdono”.

 

Lo que en lo personal me sirve mucho es pensar que Dios, a pesar de que siempre la ando malogrando y de que lo estoy ofendiendo constantemente, no se cansa de perdonarme, sin importar lo que yo haya hecho. Si Dios me perdona a pesar de todo lo que hago, ¿no puedo yo hacer lo mismo? ¿Acaso me creo mejor o más que Él?

 

* * *

 

Aprendamos a pedir perdón y a perdonar. ¡Seamos santos!

¿Cómo saber cuándo casarnos?

¿Hay un tiempo límite de espera? ¿Qué pasa si no estoy suficientemente preparado para afrontar el compromiso del matrimonio? ¿Estoy listo? ¿Quiero hacerlo? ¿Me siento presionado? ¿El amor de ambos será suficiente para asumir tal responsabilidad de una familia? Estas preguntas —y muchas más— son pan de cada día para una pareja que ya lleva un tiempo de enamoramiento, y a la que su entorno intenta convencer para que “formalicen”.

 

Lo curioso de todo esto es que esas preguntas calzan en nuestra vida tan perfectamente que ahora somos nosotros quienes hemos empezado a cuestionarnos con ellas. Se han vuelto parte de nosotros, y la paciencia prima, esperando una respuesta sólida de nuestro subconsciente y de nuestro corazón —¡y de nuestra billetera!, ja, ja— que nos invite a dar el siguiente paso. Ese paso de la individualidad a la unidad, ese que nos hará ser dos personas en una sola carne. Para esto, debemos tener en cuenta muchos puntos que nos ayuden a entender cuándo es el momento indicado. A raíz de lo experimentado en nuestra vida como pareja joven, y sabiendo cuándo será nuestro momento, estos son algunos puntos que a nosotros nos han servido para decirle que sí al siguiente nivel.

 

Amor y responsabilidad

 

Para empezar, no creemos que exista una fórmula más que esta: “amor + responsabilidad”. Si hay amor, pero no está la responsabilidad de asumir el compromiso, es en vano. Si hay responsabilidad, pero no hay amor, quizás el siguiente paso termine por fracasar.

 

No se apresuren

 

Sabemos que las preguntas del tipo “y…, ¿para cuándo se casan?” abundan. Y, aunque efectivamente ya nuestro corazón y oídos se acostumbraron a esa pregunta, a veces nos termina “apurando” a tener una respuesta “correcta” para otros.

 

Los tiempos de Dios son perfectos

 

Podrás haber planeado absolutamente todo para una fecha en particular. Podrás incluso haberlo soñado; pero en el camino pueden presentarse diversas situaciones que impliquen cambios en ese plan. ¡No te entristezcas por ello! Dios siempre tiene el plan más perfecto.

 

El amor lo puede todo

 

Creemos firmemente en el amor para siempre, en ese que, sólo a través de la unión de dos cuerpos que son uno, logra que estos se hagan mejores y que experimenten su plenitud. Si hay amor, lo demás viene por añadidura.

 

Por amor me hago responsable

 

Creemos que el tema del matrimonio es una responsabilidad que no sólo conlleva unión, sino también procreación. Por tanto, no planeamos casarnos para no tener hijos. Queremos casarnos con la enorme decisión de abrirnos a la vida desde el primer día. Por ello, es importante hacernos responsables en el sacrificio y en el crecimiento, no sólo espiritual, sino también profesional: queremos darle a nuestra familia un lugar seguro.

 

Reconocer nuestra realidad con paciencia

 

Amaríamos que todo fuera como lo planeamos desde que iniciamos, amaríamos tener la suficiente solvencia económica e independencia para decir “¡Hoy es!”, y que no importe nada más. Pero ese es un mundo paralelo… Nuestra realidad nos invita a esperar con paciencia, a soñar, a luchar, a ser empáticos el uno con el otro.

 

Cada relación es única

 

Duele muchísimo compararse con otros y ver que han avanzado más que uno; y sabemos que no debemos hacerlo, pero no deja de doler. Duele cuando nos dicen que otros se casaron a los 22 y con casa propia, y nosotros estamos aún viviendo en casa de nuestros padres a los 25.

 

Sin embargo, sabemos que cada relación que se vive es totalmente única, distinta y especial. Fallaríamos al compararnos, pues tan solo hacer una mínima comparación con otra relación —ya sea de padres, amigos o conocidos— nos hace mucho más daño. Daño del que somos conscientes, porque ya lo hemos experimentado, ¡y duele! Nos ha costado, pero hay que hacerlo: es preciso entender que todos somos realidades diferentes y complejas, con necesidades peculiares, en momentos diferentes, y con edades y contextos incomparables.

 

El cargo profesional de tus sueños también puedes lograrlo durante tu matrimonio

 

Porque, claro, muchos tenemos premisas como “Mejor primero consigo mis sueños o anhelos de manera profesional, y ya después me caso”, o bien, “Esperaré a ser el jefe”. Y así, esperamos a realizarnos en todo de manera independiente, aplazando nuestras metas de pareja. Es importante darles un lugar digno de vida a tus hijos, pero también dártelo a ti y a tu esposa. Un lugar digno no sólo por el tema monetario, sino que sea digno también en cuanto a su compromiso: amarse para toda la vida.

 

El sueño es nuestro, pero la gracia es de Dios

 

Si de soñar se trata, seguiremos haciéndolo. ¿Por qué? Porque, desde el primer día, lo anhelamos. Anhelamos ser uno. Pero absolutamente todo se lo atribuimos a Dios. Es por Él que estamos aquí, y somos conscientes de que sin Él no podríamos lograr nada. Todo lo dejamos en sus manos, sabiendo que las nuestras ya trabajaron.

 

* * *

 

Y recuérdalo: la formula la escribes tú, de la mano de Dios. El matrimonio no son matemáticas, es la combinación de todas las materias de la vida. Y sólo como pareja, y con compromiso y responsabilidad, podrán aprobarlas. No por felicidad de otros sino buscando la plenitud en la unión de sus vidas.

 

Entonces, ¿cómo saber cuándo casarme? Mira al otro a los ojos y mírate a ti mismo. ¿Estás listo? Solo tú lo sabes.

 

Atentamente,

Los Compis.