Vivimos tan confundidos por tantos nuevos términos que se le atribuyen a la persona humana que, entre más explicaciones damos desde la razón, encontramos menos respuestas que llenen el corazón. Con tantas ideologías, nos han despojado de nuestras vocaciones. Por eso, por eso cada vez que me preguntan sobre la masculinidad y la feminidad, me gusta regresar al origen —aunque la respuesta no sea sencilla—.
Nos hablan de nuevas masculinidades y en realidad no, no hay muchas masculinidades. No hay muchos significados de masculinidad: solo hay una masculinidad que, si no es sana, entonces es otra cosa.
Nos hablan del empoderamiento femenino y en realidad no, no somos nadie para ejercer poder sobre otros. El poder no nos hacer salir de nosotras mismas hacia los demás, sino que nos encierra en nuestro ego.
Te anticipo que no vas a entender estas líneas si no intentas leerlas desde el Espíritu. Respondiendo a la pregunta que frecuentemente me hacen de: “¿cómo podemos entender la relación que hay entre la feminidad y la masculinidad?”, les dejo unas reflexiones.
#1 La ayuda adecuada
Cuando Dios nos creó, pensó en mandarle al hombre una ayuda adecuada. Muchos me han cuestionado si esa ayuda adecuada es en el sentido de que las mujeres somos inferiores para Dios. ¡PARA NADA!
La ayuda adecuada se entiende en el sentido de auxilio, auxilio del que se habla en el Salmo 121: “El Señor es mi auxilio”. La mujer le fue dada al varón como auxilio para que el hombre no perdiera su dignidad. Le fue dada como representante de Dios y del auxilio que Él es para el hombre. Le fue dada para custodiar que el hombre viva dignamente como hijo de Dios y viceversa.
¡Qué responsabilidad más grande la de custodiar al otro! ¿Lo estamos haciendo? No solo estamos hablando del matrimonio, sino también de custodiar la feminidad y la masculinidad en sí. Como mujer, ¿cómo estoy ayudando a los hombres a ser mejores hombres? Como hombre, ¿cómo estoy ayudando a las mujeres a ser mejores mujeres?
#2 Fecundidad
Toda relación entre mujer y hombre está llamada a ser fecunda. No hablo sólo del matrimonio, sino también de la amistad, de la vocación, etcétera. Estas relaciones están llamadas a dar frutos a partir del don de sí.
Ahora bien, en un matrimonio, la fecundidad de la masculinidad y la feminidad se da en su plenitud en la posibilidad de ser padres. Dios es tan pedagógico que, siendo padres, nos hace entender mejor nuestro lugar como hijos y nos ayuda a reconocer el amor que Él nos tiene como Padre.
#3 El mundo
Uno de los factores que distorsiona la relación entre masculinidad y la feminidad es el mundo. Debemos vivir en el mundo, sí, pero sin que nos aleje de lo que estamos llamados a ser.
En el mundo aprendemos a ser auténticamente humanos; y en él, tenemos que aprender a elegir —con la responsabilidad que esto conlleva—. Se nos van a presentar muchas opciones, pero la respuesta siempre depende de cada uno.
Hoy, el feminismo, el poder, el dinero, el machismo —y muchas cosas del mundo— nos pretenden decir cómo debemos ser, cómo debemos actuar, qué debemos decir, cómo debemos relacionarnos, etcétera. Sin embargo, ninguna de estas realidades nos puede dictar de qué manera debemos expresar nuestro llamado a la feminidad o a la masculinidad. Sólo Dios sabe a lo que nos llamó, y ese llamado único a ser quién eres es el que le da ese significado cool a tu feminidad o masculinidad.
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