¿Cómo hago para convencer a mis amigos de vivir la castidad? Tal vez nos hemos encontrado en alguna conversación con amigos hablando de diversos temas y, de pronto, salía el tema de las relaciones sexuales. Cada quien empezaba a hablar de sus experiencias sexuales y, de pronto, sentíamos que debíamos intervenir tratando de convencer a todos —o al menos a alguno— de que tenían que vivir la castidad.
Rara vez estas conversaciones terminan bien. De hecho, en ocasiones somos nosotros los que terminamos confundidos, pues nos hacen ver que nuestros argumentos tal vez no son tan consistentes como creíamos. En estos casos, ¿qué podemos hacer?
Una aproximación equivocada
Creo que el primer error que cometemos al tocar estos temas es el de querer convencer a los demás usando argumentos. Me explico. Los argumentos apuntan principalmente a generar un convencimiento a partir de la razón. Sin embargo, los motivos por los cuales uno empieza a tener relaciones sexuales, la mayoría de las veces, no son de orden racional sino afectivo.
Estas motivaciones de orden afectivo son de diversa índole. Por ejemplo, los hay quienes tienen relaciones sexuales porque sienten que aman a su pareja y creen auténticamente que esa es una buena forma de expresar eso que sienten por ella. Los hay también quienes simplemente tienen relaciones sexuales por el placer que les aporta un encuentro sexual. Y en medio de estas dos posturas hay infinidad de grises.
El punto es que ninguna de estas motivaciones son de índole racional. Y pretender convencer usando argumentos es como querer apagar el incendio del segundo piso echando agua en el primero. Es decir, argumentar racionalmente frente a cuestiones de índole afectiva es como querer apagar el incendio echando agua donde no hay fuego.
Una mejor forma de aproximarnos
Cuando uno plantea argumentos, la persona que los recibe puede sentirse juzgada —e incluso atacada—. Por eso, la reacción natural suele ser la de levantar las defensas y ponerse en guarida. Cuando esto ocurre, no hay posibilidad de diálogo, pues ninguna de las partes estará dispuesta a ceder su posición.
Ahora bien, cuando uno cuenta una experiencia de vida, la cosa cambia. Ya no se intenta convencer a otros de vivir la castidad, sino contar con naturalidad y alegría el tesoro que uno ha encontrado en la vivencia de esta virtud. La vivimos en medio de luchas —y, a veces, también caídas—. Pero, ya en esta búsqueda, nuestra relación con Dios, con nuestra pareja, con nosotros mismos, y con nuestras amistades adquiere una tonalidad y una profundidad diferentes. Gracias a la vivencia de la castidad encontramos paz.
Cuando uno da un testimonio, no hay lugar a debates. El otro puede no estar de acuerdo, pero no está siendo atacado, por lo que no hay necesidad de responder. De hecho, muchas veces el testimonio despierta interés y surgen preguntas. “Y cuando estás con tu pareja, ¿cómo hacen?” “¿O sea, nada de nada?” “¿Se puede?”. Y con las respuestas sinceras, naturales y alegres, uno puede sembrar una semilla que —¿quién sabe?—, con el tiempo, puede dar sus frutos.
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Dar argumentos —e, incluso, emitir juicios— es mucho más fácil, pues uno no necesariamente tiene que vivir aquello de lo que habla. El testimonio, en cambio, requiere coherencia, además de sencillez y humildad —pues nadie es perfecto—. Y si bien la castidad no siempre es fácil, el testimonio conmueve cuando viene de alguien que está convencido que en la búsqueda de vivir esta virtud realmente ha encontrado un tesoro.
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