Ser mujer está inscrito en nuestra naturaleza. Y no: no es un sentimiento cambiante o una emoción que fluctúe, como lo hacen los estados de ánimo o algo que se puede adquirir si se decide querer serlo. No es algo de lo cual nos podamos deshacer, como un arrebato o capricho.
Y sí: sí podemos definirlo, a diferencia de muchos en nuestra sociedad actual, que —para adaptarse a una ideología y ser “políticamente correctos”— han perdido el sentido común y no se atreven a decir lo que es evidente. Lo que a voces somos como mujeres, y que embebe todo lo que percibimos, sentimos, pensamos, hacemos.
Porque somos mujeres en nuestra biología, en nuestro espíritu, en nuestra psicología, en cada rincón de nuestro ser. Solo aquellas que somos mujeres sabemos qué es serlo, porque es nuestra realidad, nuestra realidad palpable y evidente. Pero también es fundamental que nos tomemos el tiempo de indagar en lo más profundo de nuestra alma para ver cómo la feminidad inunda cada milímetro de nuestro ser. Debemos preguntarnos: ¿cómo vivo mi feminidad?, ¿cómo soy mujer única e irrepetible?, ¿cómo soy yo misma, desde mi feminidad?
Como mujeres, estamos llamadas a vivir nuestra feminidad a plenitud, y para ello debemos primero conocernos y amarnos, y así, poder darnos en libertad a nuestros hermanos y dejarnos amar por ellos, de acuerdo al estado de vida actual e individual, y a nuestra vocación particular —soltería, matrimonio o vida consagrada—.
Por eso, hoy quisiera que profundizáramos un poco más en cada uno de estos pasos que necesitamos emprender para llegar a encontrarnos a nosotras mismas. Las invito, así, a descubrir nuestra feminidad en Dios, para ser reflejo de esa esencia, luz y motivo de esperanza en nuestra sociedad. Al ser quienes somos, viviremos en comunión con quienes nos rodean, ¡y seremos felices!
# Paso 1: conocerme
Debemos comprender que somos cíclicas y que, por eso, nuestra psicología puede presentar variaciones derivadas de nuestras fluctuaciones hormonales. Mostramos una tendencia a presentar respuestas emocionales con mayor continuidad de sentimientos, en algunos momentos del ciclo más que en otros.
Concomitantemente, nuestra configuración cerebral hace que también seamos integrativas y capaces de captar muchas cosas a la vez, porque nuestra atención está dirigida a centrarse en las personas. Y, en consonancia con esa búsqueda del bien de los que nos rodean, en el área del lenguaje, podemos comprender gestos y emociones con mayor facilidad. También poseemos una mayor fluidez con las palabras, así como mayores habilidades para la comunicación verbal y la expresión oral, por lo que valoramos en gran magnitud la expresión verbal de los demás y, al mismo tiempo, valoramos ser escuchadas.
Por su parte, en el plano del aprendizaje, la adquisición de nuestro conocimiento se juega más por la intuición que por la razón. Ello no quiere decir que no racionalicemos, pero sí que la intuición juega un papel importante en nuestra forma de conocer el mundo, dándole una atención predilecta a los detalles.
Y tal vez muchas se preguntarán: ¿de qué me sirve saber todo esto? ¿Qué le dice esto a mi vida? Realmente es muy sencillo: esto quiere decir que en nuestra esencia están la empatía, la receptividad, el acoger y, por tanto, la maternidad biológica y/o espiritual, que parte de la complementariedad y la diferencia sexual y que garantiza esto: ¡sólo nosotras como mujeres podamos vivir este llamado!
¿Cómo? Dando vida a través de la procreación —es decir, de la maternidad biológica— o bien, generando vida a través de la comunión con todo aquel que sea nuestro prójimo en el día a día. Esto quiere decir que estaremos educando, acompañando, guiando, consolando, enseñando, abrazando y entregándonos a los demás, desde nuestra vocación —aquí entraría la maternidad espiritual—.
Por todo lo anterior, por nuestra naturaleza femenina, las mujeres aportamos calor de hogar. Estamos llamadas a ser abrigo, a aquietar el corazón atribulado, afligido, ansioso e inquieto, a nutrir, a ser un reflejo del Amor de nuestro Padre celestial en este mundo.
Pero este primer punto no solamente se trata de tener claras algunas realidades de lo que implica ser mujeres desde la dimensión biológica, psicológica y espiritual, que es común a todas nosotras, sino también de hallar nuestra identidad respondiendo, al gran interrogante: ¿quién soy yo, y cómo puedo vivir mi feminidad plenamente en mi historia? Mi consejo, como mujer que lucha todos los días por conocer un poco más de mí misma y por traer estas condiciones tangibles de mi ser mujer a mi vida, le respuesta es: pregúntale a nuestro creador y Padre. Él tiene todas las respuestas, te conoce mejor que nadie y te ama tal cual eres.
# 2 Amarme: el conocimiento no se puede quedar en la mente
Con el conocimiento de quién eres, viene un segundo paso, que nos cuesta mucho: amarnos tal cual somos, sin que esto signifique que nos resignemos con todo aquello que sabemos que no está bien por nuestras heridas del pasado, y que dejemos de luchar por ser cada vez mejores.
A lo que me refiero específicamente, es a que el autoconocimiento nos debe llevar a bajar las armas en una batalla campal que hemos iniciado desde el mismo momento del comienzo de nuestra existencia, una guerra contra nosotras mismas, con nuestro ser mujeres, con nuestra esencia.
En nuestros días, muchas mujeres, por no entender la esencia de la feminidad, combaten contra quienes son. Ignorando la diferencia sexual, buscar igualarse al varón, confundir la feminidad con estereotipos absurdos y pensar que así serán realmente libres. Y no se dan cuenta de que están atrapadas en una espiral de odio, baja autoestima y poco conocimiento de ellas mismas, que las lleva a la autodestrucción.
Entender mi feminidad y amarme implica saber qué es ser mujer en sí mismo y en relación con la diferencia con el varón, amar lo que soy y que se me ha dado a través de esa feminidad y así, empezar a caminar para comprender cómo lo viviré yo en mi vida.
# 3 Darme en libertad: conocer al otro y amarlo
Los seres humanos fuimos creados para el encuentro, y crecemos en la relación. La dualidad sexual es la certeza tangible de ello, y nos permite existir en reciprocidad. De esta forma, en la aceptación de la diferencia del otro y en la integración de la riqueza de lo que yo soy y lo que el otro me aporta que yo no tengo, podemos realmente vivir en plenitud.
Por consiguiente, para poder darme en libertad, necesito conocerme, amarme poseerme como mujer, y así poder conocer, amar y entregarme al otro. Así, se hace necesario que nos tomemos el tiempo de conocer al otro y que comprendamos claramente la diferencia sexual. La complementariedad entre varón y mujer no sólo es perceptible y evidente, de forma multidimensional y en el encuentro con los demás, sino que los deseos del corazón del varón son complementarios con los nuestros, porque esta complementariedad se encuentra inscrita en las raíces más profundas de nuestro ser.
Vale decir: para poder comprender y vivir nuestro ser mujeres completamente, estamos llamadas a vivir esta complementariedad. ¿Cómo? Fortaleciendo el diálogo con el varón —a ellos no se le facilita expresar lo que sienten, como a nosotras—, enfocándonos en la vida relacional con quienes nos rodean e invitando al varón a hacer lo mismo, fomentando el tiempo de calidad en familia, admirando el valor y la dignidad de todo ser humano en sí mismo y entendiendo que el varón quiere luchar por nosotras, descubrir la belleza de nuestra feminidad en esa comunión diaria y vivir con nosotras la travesía de la vida y, en reciprocidad, comunicándoles que sí queremos que luchen por nosotras, que admiren nuestra belleza. Así nos embarcaremos juntos en el viaje de dar y compartir la vida.
# 4 Dejarme amar
Por último, el autoconocimiento nos mueve a comprender que necesitamos de los demás y, en especial, a ver cómo los varones son ayuda idónea también para nosotras. Cuando reflexionamos sobre la diferencia sexual y, sobre todo, cuando se interioriza su importancia en la relación, es posible llevar a la cotidianidad que no sólo debemos amar, dándonos libremente a cada instante, sino, del mismo modo, dejar que nos ayuden. Dejar que nos apoyen, que nos guíen, que nos protejan, que nos contengan, que nos consuelen… ¡que nos amen! Así experimentaremos el amor de Dios a través de ellos.
De esta manera, por ejemplo, como contamos con una capacidad imaginativa mayor que la del varón, ellos nos pueden conducir para no poner los detalles triviales o las emociones por encima de los hechos, y que podamos controlar esa imaginación, en ocasiones un tanto alocada y no acorde a la realidad, para evitar complicarnos. Igualmente, nuestro temor a no ser amadas es una preocupación que muchas mujeres albergamos en nuestro corazón, en mayor o menor proporción, y lo que ellos hacen al amarnos totalmente por quienes somos, custodiar nuestro corazón y el anhelo de amor que se alberga en lo más íntimo de nuestro ser.
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Así, no me queda más que animarte a que vivas este proceso, estas etapas que como mujeres necesitamos experimentar para ser cada día más nosotras mismas, para ser coherentes con nuestra naturaleza y nuestra esencia. Algunas veces estas etapas ocurrirán entretejidas unas con otras, y en otros momentos de la vida sucederán de forma simultánea, porque así es la vida. Pero, ¡no te quedes sin realizar esta introspección, sin entender tu rol! Aunque es una experiencia que puede sentirse fuera de nuestro alcance, es el hermoso proyecto de tu vida, es tu misión como mujer en esta tierra, la que sólo tú puedes llevar a cabo —con la guía del Espíritu Santo— y que solo tú, conociéndote, amándote, dándote a los demás y dejándote amar por los que lleguen a tu vida, podrás hacer posible.