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Día: abril 27, 2023

¿Cómo reconocer un matrimonio inexistente?

Toda ruptura es difícil y dolorosa e implica un proceso de duelo. Pero si estamos hablando de un matrimonio, resulta muchísimo peor por el compromiso involucrado e incluso por haber formado una familia o adquirido proyectos y bienes conjuntos. Existen casos en que dichos compromisos, sentimientos, personas o cosas, lejos de ser consecuencia de una relación sólida y estable, terminan funcionando como parches que no alcanzan a pegar dos vidas que nunca se unieron. Este artículo no pretende hablar de parejas bien constituidas que terminan separándose por situaciones externas o internas (bancarrota, enfermedades, traiciones, etc.) que no supieron manejar. Aquí vamos a hablar de asumir la realidad de una pareja que se casa por las razones equivocadas y en algún punto logran ver que no pueden seguir viviendo una mentira, un matrimonio nulo. Es un tema que no suele hablarse por una mala comprensión de lo que esto significa. Hay determinados aspectos que debemos tomar en cuenta para saber a qué nos referimos. ¡Veamos!

 

“Éramos muy jóvenes”

 

Esta situación se da, muchas veces, porque aún no tenían la madurez necesaria para entender que estar enamorado no es suficiente para mantener un matrimonio. Así como un niño puede preferir comer dulces a alimentarse sanamente, una persona inmadura (en lo mental o emocional) se puede casar pensando que el matrimonio está constituido sólo por los buenos momentos compartidos, sin poder asumir los deberes y responsabilidades que implica.

 

“Nos casamos por la presión social”

 

Muchas veces una pareja siente que la sociedad los empuja al matrimonio como requisito o para contentar a los familiares o amigos. Una persona a cierta edad, según los estereotipos, debe juntarse con otra y formar un hogar, una versión del “estudia una profesión, consigue trabajo, una pareja y ten hijos”. Sin embargo, es importante tener en cuenta que una decisión como esta, debe estar respaldada por el amor, el respeto y la comprensión de los dos para que sea duradera. Actuar una obra teatral frente a la sociedad no puede sostenerse mucho tiempo.

 

“No sabía en lo que me metía”

 

Esto suele pasar cuando las personas acuden a la boda por razones lejanas al amor y el deseo de formar una familia y lo ven como la solución a algún problema de índole emocional, psicológico, material o incluso espiritual. Una persona puede buscar a otra que le haga sentir amada si nunca percibió que la amaban, o para que le arregle la situación financiera, o alguien que sea muy piadoso para que los miembros de la parroquia aplaudan. Pero la realidad puede resultar mucho más fea y encontrarse con un sinnúmero de debilidades en el otro, escollos en la relación y dificultades en uno mismo para enfrentarlo.

 

“Me vi obligado por las circunstancias”

 

Frecuentemente las personas se ven obligadas a casarse por distintos motivos que no siempre son que le pongan una pistola contra la cabeza. Un hijo no esperado, unos padres que acuden al chantaje emocional, malos consejos de amistades o guías espirituales, la vergüenza por haber tenido relaciones sexuales aunque no hayan sido consentidas… la lista puede continuar. El caso es que estas personas se encuentran atrapadas ante una decisión fatal. Los caminos parecen llegar siempre a la misma conclusión, y muchos ven en el matrimonio una vía de escape que les permitirá sentirse en paz. Lejos de ser así, el peso de una mala elección se tornará imposible de soportar.

 

“Me casé con otra persona”

 

En ocasiones, un individuo puede ser engañado por el comportamiento de su pareja. Aun después de estar comprometidos durante mucho tiempo, deciden dar el siguiente paso sin conocer realmente a la persona con la que van a pasar el resto de sus vidas. Esto puede ser muy peligroso, ya que una vez casados, descubrirán muchas cosas sobre la otra persona que los afecta de forma grave. Cierto tipo de personalidades pueden jugar muy bien el papel de ser la última coca cola en el desierto, un premio inmerecido, un ser casi angelical, y una vez conseguida la presa (luego de la boda) muestran su verdadero rostro, que suele ser mucho más violento y agresivo.

 

“Siempre hubo alguien más en la relación”

 

Y no siempre es un amante escondido, sino la mamá, los amigos (o uno en particular), el jefe obsesivo y posesivo, etc. Estas personas suelen influir en las elecciones de los esposos sin que estos se den cuenta. Cabe destacar también el daño psicológico que alguien puede causar, en especial si no se encuentra presente para que el otro descubra su verdadera identidad (en ocasiones, ni siquiera se menciona). La pareja no discute para encontrar soluciones y caminos conjuntos, sino que la decisión ya ha sido tomada por influjo de un tercero en uno de sus miembros, muchas veces sin siquiera ser notado por la otra parte. Y cuando se trata de temas sensibles como la intimidad, la crianza de los hijos o los proyectos a largo plazo, puede resultar devastador.

 

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Este es, evidentemente, un tema muy complejo, y es posible que haga falta dedicarle más artículos. Hoy quise enfocarme en algunas cosas que debemos reconocer para determinar si estamos tratando de defender un vínculo que nunca existió, pues jamás hubo amor, compromiso, respeto ni verdad. Esto es muy distinto a desistir en la lucha por un matrimonio que está pasando por una crisis, pero que se puede levantar con fe, esperanza y amor. Si notamos algunas de las señales anteriores, podemos saber que lo mejor es iniciar el proceso para salir de una convivencia que no hace sino daño. Es muy importante ser honesto con uno mismo y con la pareja y tomar la decisión, pues algo que no va a mejorar solo puede empeorar. Así, habrá que enfrentar las consecuencias prácticas, legales, y –ante todo– emocionales y espirituales que hagan falta. Ya continuaremos hablando de ello.

 

El punto está en no seguir desgastándose con algo que nunca pudo ser, por más tiempo que haya pasado. Es hora de sanar.

 

Para más consejos, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo.

¿Buscar un amor sin Dios?

Todos queremos vivir un amor verdadero, pleno, que nos permita ser felices. Pero a veces en la búsqueda de ese profundo anhelo, terminamos enredándonos y quedándonos en conceptos e ideas de lo que pensamos que es, pero que no llenan ese corazón inquieto que está hecho para la plenitud. Valdría la pena preguntarnos entonces, ¿de dónde proviene el amor que anhela nuestro corazón? ¿Cómo lo construimos?

 

Estamos hechos para un amor que nos trasciende. Solo somos capaces de amar verdaderamente si vamos a la fuente original: Dios. Porque todos los demás amores son solo expresión del Amor con mayúscula.

 

#1 El amor que no tiene a Cristo en el centro se busca a sí mismo y no busca entregarse.

 

Como somos humanos y sabemos poco del amor, solemos buscarnos a nosotros mismos y encerrarnos en nuestros intereses antes de darnos al otro. Pero el egoísmo es lo opuesto al amor. Cristo nos enseña que la felicidad está en salir de uno para entregarse: fuiste creado para ser un don para los demás, y en ese darse está tu plenitud.

 

Dios nos muestra el camino que implica romperse un poco por el otro: salir de mí para amar. No se busca el propio interés, ni el propio placer, ni la propia comodidad, se busca la felicidad, el bien y la plenitud de la persona amada. El amor en Cristo nos habla de la entrega hasta la Cruz, de la permanencia con el amado en la Eucaristía, del perdón en la Confesión. Cristo solo sabe dar, recibiendo poco o nada a cambio, sin reclamos ni reproches. Ese amor es el que nos precede.

 

#2 El amor que no tiene a Cristo en el centro es una ilusión que no perdura.

 

Cuando Dios no precede nuestro amor es muy fácil aburrirse y abandonar cuando «ya no hay ganas», cuando pasa la ilusión y el entusiasmo inicial. Es entonces que el amor se confunde con un sentimiento y comienza a depender de nuestro entusiasmo, estado de ánimo e incluso de las circunstancias. Cuando Cristo está en el centro, nos educamos en un amor que implica decisión y compromiso, que se sobrepone a las ganas y al sentimiento para permanecer amando. Se convierte entonces en una apuesta a largo plazo, un sí diario más allá de sentimentalismos.

 

#3 El amor que no tiene a Cristo en el centro abandona en la dificultad y huye ante la incomodidad.

 

Todo lo que vale la pena cuesta trabajo, y aprender a amar no es la excepción. Mientras una relación se construye, ya sea durante el enamoramiento, noviazgo o matrimonio, siempre surgen dificultades. En la existencia humana es inevitable el sufrimiento y es una tentación salir corriendo cuando lo vemos llegar. Resulta muy fácil abandonar la carrera cuando empieza a costar un poco y echarle la culpa a cualquier cosa que nos rodee. La filosofía del mundo es: ante la dificultad, salir corriendo. Que no haya nada que perturbe tu paz, siendo capaces de deshacernos de todo aquello que puede significar dificultad o perturbar la calma.

 

Por el contrario, el amor en Cristo te reclama quedarte a los pies de la Cruz: quedarte porque Él se quedó por amor a ti. En el fuego se prueba el oro, en la dificultad las virtudes crecen, el amor se fortalece, se purifica y se hace capaz de superar cualquier porvenir. El amor en Cristo nos demuestra que, si el amante permanece en el momento más duro de la Cruz, es premiado sin demora con la Pascua eterna.

 

#4 El amor que no tiene a Cristo en el centro no es amor.

 

Para amar necesitamos ir a la fuente de ese Amor inagotable, que nos enseña, nos forma, nos da ejemplo, nos capacita y nos mantiene. Sin Cristo podemos hacer buenos intentos, pero nuestra humanidad limitará la capacidad de entrega, nuestras fuerzas quedarán gastadas, nuestros sentimientos pasarán y las pocas ganas terminarán venciendo. Sin Cristo nuestro mejor intento nunca va a ser suficiente, no va a llenar por completo ni va a satisfacer los anhelos profundos del corazón. Con Cristo el amor se perfecciona, trasciende, nos muestra la grandeza de la vida diaria, de la entrega cotidiana. Con Cristo el amor se ordena, el dolor encuentra sentido y la entrega se vuelve necesaria.

 

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Podemos amar solamente porque Él nos amó primero. Buscar un amor sin Dios, ¿vale la pena? El amor que anhelamos es posible, pero con Él al centro.