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Día: mayo 1, 2023

¿Por qué olvidar a un ex NO es el objetivo correcto?

Es comprensible que, ante el dolor de una ruptura, queramos olvidar para no sufrir. Comúnmente tendemos a evitar las fuentes de sufrimiento; sin embargo, la evitación impide sanar. Paradójicamente, entre más evitamos el sufrimiento, más lo provocamos.

 
 

Olvidar no es sanar (ni sanar es olvidar)

 

Déjame ponerte un ejemplo. Muchas veces nos estancamos en noviazgos que a todas luces nos hacen daño y que están lejos de ser sanos, en los hay maltrato o infidelidad, solo por evitar el dolor de la ruptura. Y terminamos sufriendo más.

 

Así, el querer olvidar se traduce en un mecanismo de evitación para no sufrir, lo que hace que no vivamos el proceso de duelo sanamente. Es frecuente que olvidemos sucesos de nuestras vidas y que creamos haberlos sanado solo porque no pensamos en eso con frecuencia, cuando en realidad no hemos sanado ni perdonado, por lo que arrastramos esas heridas a nuevas relaciones.

 

Y es que buscar olvidar hace que apelemos a estrategias como el consumo de sustancias (alcohol, medicamentos para la ansiedad o la depresión, sustancias psicoactivas…), o que persigamos en exceso la distracción, pasando mucho tiempo fuera de casa, refugiándonos en el trabajo o en el estudio, saltando a una nueva relación inmediatamente, etcétera. Hacemos eso para no pensar o para no sentirnos solos, lo que solo prolonga el duelo.

 

Con esto no quiero decir que recibir medicación psiquiátrica sea malo, sino que no debe ser utilizado como medio de escape al dolor, porque al final lo que tendremos será un duelo no resuelto.

 

Es importante permitir que duela

 

La manera más rápida de superar un dolor es permitirse atravesarlo, aunque no sea agradable. Un duelo debe doler. Es más sabio enfocarse en hacer un buen proceso de perdón y de sanación de heridas, así como darse espacios para recordar con gratitud. Y es que perdonar es la estrategia por excelencia para sanar heridas, y a su vez, sanar heridas es la clave para no seguir repitiendo los mismos patrones en nuestras relaciones.

 

Debemos entender que no hay atajos. Por ello, debemos permitirnos atravesar todas las etapas de un duelo y darnos el tiempo de valorar la pérdida. Y en este proceso también es importante mantener el contacto cero con la otra persona siempre que sea posible. Por lo menos, mientras llegamos a la etapa final del duelo, que es la aceptación, en la que ya no vemos al otro como una necesidad ni le idolatramos.

 

El tiempo en sí mismo no sana nada

 

El tiempo ayuda, pero lo que realmente sana es lo que haces en ese tiempo. Por eso te invito a preguntarte: ¿Qué has hecho para sanar esas heridas emocionales?

 

Te doy algunos ejemplos de acciones reales que te ayudarían en el proceso: psicoterapia, procesos de sanación interior, procesos de perdón, oración, recurrir a los sacramentos, abandonar el pecado, y trabajar en sanar los celos patológicos, la lujuria, la dependencia emocional, el exceso de control pueden ser algunos de ellos. Además, te invito a preguntarte: ¿qué más te comprometes a hacer para sanar?

 

Nuevamente te doy algunos ejemplos: no culpar a tu expareja por todos los problemas de la relación, evitar la victimización, renunciar a la venganza, cambiar esa creencia de que no necesitas ayuda, buscar ayuda profesional y espiritual son excelentes ideas.

 

¿Qué tengo que sanar?

 

Debemos sanar las heridas de relaciones anteriores, como fornicación, adulterio, pornografía, uso de anticonceptivos (que destruyen la salud física y mental), maltrato mutuo, falta de comunicación, egoísmo, humillación y manipulación.

 

Pero también debemos sanar las heridas con los padres y patrones heredados de ellos, porque en ellos tenemos el modelo de relación que estamos siguiendo, y que no siempre es sano. Por ejemplo, unión libre, fornicación, adulterio, divorcio, miedo al compromiso peleas, victimismo, frialdad afectiva, abandono físico, golpes, negligencia, adicciones, sobreprotección, tendencia a trastornos psicológicos, maldiciones y tendencia a la culpa.

 

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Sanar no es fácil: requiere de nuestro esfuerzo. Recuerda que tampoco debes dejarle todo el trabajo a Dios. Si bien es cierto que Dios es quien nos sana, también es cierto que Dios no hará por ti lo que tú puedes hacer por ti mismo. Por ello, es importante que te responsabilices de tu sanación y de tu vida.

 

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