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Día: mayo 17, 2023

¡Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!

Hace unos días, en la homilía de la Eucaristía del domingo 30 de abril, el hermano Ángel de la Parroquia Cristo Salvador (Lima, Perú) mencionó esta frase; “Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!”. ¡Se me hizo tan profunda para reflexionar acerca de la maravilla de la vida, del sentido que tiene, de lo únicos que somos…! Por eso, quise compartirles algunos aspectos que me parecieron importantes al detenerme a pensar en esta frase.

 
 

Todos somos seres humanos, pero no somos iguales

 

Podemos pensar que todos somos seres humanos, pero nos diferencian muchos aspectos —sociales, culturales, demográficos…; pero sobre todo fisiológicos y de personalidad—. Cada uno de nosotros tiene rasgos y comportamientos completamente diferentes, lo que carecen de sentido frases típicas como “todos los hombres son iguales”: somos únicos e irrepetibles.

 

Somos únicos desde el momento de la concepción

 

En el momento en que se unen el óvulo (célula más grande de la mujer) y el espermatozoide (célula más pequeña del hombre), y ocurre ese momento sublime de la concepción, se forma la vida. No antes, no después. Y se trata de la vida de un ser único e irrepetible.

 

Nadie nace grande ni formado: somos parte de un proceso

 

En el momento en que se une el espermatozoide con el óvulo, no tiene forma humana, por supuesto. Se requiere de semanas en el vientre de la madre para formarse, e incluso de otros años más para terminar su maduración. Esto significa que estamos en constante crecimiento a nivel físico, intelectual y espiritual: incluso cuando ya somos “independientes” necesitamos evolucionar, mejorar, cambiar y aprender.

 

Debemos ser conscientes de la responsabilidad y consecuencias de nuestras decisiones

 

Si la pareja decide usar los días de fertilidad para tener intimidad, pero con la intención de no tener hijos, ello constituye una incongruencia, puesto que se parte de la base de la presencia en mayor proporción de la infertilidad a lo largo del ciclo. Por tanto, si se usan los días de fertilidad, simplemente la intención de uso es lograr el embarazo.

 

No somos dueños de la vida de nadie

 

No tenemos derecho a elegir la vida o no. Pensar que —dentro de las primeras horas de fecundación o con algunas semanas de gestación—podríamos elegir que siga la vida del óvulo fecundado, embrión o bebé no tiene sentido. Somos hijos de Dios, y es Él quien decide luego que los diferentes factores fisiológicos estén de manera adecuada. Bendecir a esa pareja con un nuevo integrante es donarles un hijo amado, y como tal, es bienvenido.

 

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Llegar a pensar que podemos decidir sobre la vida del otro, sustentados en la creencia de que “sólo es un embrión” —que no tiene forma ni alma— desvirtúa completamente los parámetros de la vida, del respeto a ella y de su cuidado. Somos hijos únicos de Dios: Él nos ha enviado a este mundo por una razón, con una misión. Por tanto, Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!

Estamos bien hechos

Un marido me confesaba que se sentía algo frustrado porque el sexo era difícil, ya que a su mujer pocas veces le apetecía tanto como a él. También una mujer me expresaba su desconcierto al no saber cómo responder mejor físicamente.

 

Este ejemplo, que habitualmente se suele dar —y podría pasar al revés: que ella tuviera más deseo sexual que él—, puede llevar a pensar que estamos mal conformados, o que vamos desacompasados.

 

¿Realmente estamos mal hechos?

 

No; no es que estemos mal hechos, sino que, ¡es tan importante saber descubrir la respuesta sexual tanto femenina como masculina! Precisamente las diferencias en la respuesta sexual nos complementan, son la clave para la donación mutua. En ella, no todo queda supeditado al impulso, sino que se destaca la entrega, esa entrega plena que nos da la felicidad.

 

Es necesario acompasarse

 

Es bueno prepararse para el encuentro sexual, saber esperar y ayudarse mutuamente, porque la relación conyugal es un acto libre e inteligente. Karol Wojtyla lo explica en Amor y responsabilidad: “Los sexólogos constatan que la curva de excitación de la mujer es diferente de la del hombre: sube y baja con mayor lentitud. En el aspecto anatómico, la excitación en la mujer se produce de una manera análoga a la del hombre (el centro se halla en la médula S2-S3); con todo, su organismo está dotado de muchas zonas erógenas, lo cual la compensa en parte de que se excite más lentamente. El hombre ha de tener en cuenta esta diferencia de reacciones, pero no por razones hedonistas, sino altruistas. Existe en este terreno un ritmo dictado por la naturaleza que los cónyuges han de encontrar para llegar conjuntamente al punto culminante de excitación sexual”.

 

También añade que es necesario acompasarse, porque “la mujer difícilmente perdona al hombre la falta de satisfacción en las relaciones conyugales, que le son penosas de aceptar y que, con los años, pueden originar un complejo muy grave… la indiferencia de la mujer es a menudo consecuencia de las faltas cometidas por el hombre que deja a la mujer insatisfecha”.

 

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En las diferencias encontramos una riqueza inmensa, se nos manifiesta el sentido de la sexualidad conyugal. No estamos mal hechos, sino que hombre y mujer tenemos que descubrirnos mutuamente para poder experimentar la entrega verdadera a través del acto sexual.