Mi publicación anterior hablaba de cómo reconocer un posible matrimonio nulo. Ahora quiero profundizar un poco sobre el entramado psicológico que rodea este tipo de vínculos inválidos. El costo emocional de permanecer en un matrimonio así suele ser inmenso. Aunque la separación parezca la opción más fácil, puede pasar que las personas están atrapadas en un círculo de culpa, angustia, resentimiento y desesperación, sin solución a la vista. La idea de abandonar puede ser abrumadora; pero, reconociendo que este tipo de relaciones no tienen arreglo, podrás empezar a tomar decisiones adecuadas para tu futuro y el del resto.
Es importante recordar que, si un matrimonio no funciona, eso no significa automáticamente que sea nulo y no merezca la pena salvarlo. Conviene asesorarse por personas capacitadas para distinguir estas realidades: un psicólogo católico, claro, pero sobre todo un sacerdote que conozca del tema y pueda orientar a la pareja para tomar las decisiones correctas. Dicho esto, revisemos las aristas psicoafectivas involucradas en cinco frases que se dicen en casos en los que sí hay nulidad.
“Mi esposo (o esposa) es dueño de mi vida”
Aunque este puede ser un tema cultural en nuestros países latinos, tiene mucho influjo en esta frase una visión errada sobre el matrimonio. El verdadero matrimonio significa la entrega mutua de dos individuos: dos cuerpos, mentes y espíritus que se encuentran y escogen construir una vida juntos. Así lo creó Dios, aunque —como lo dijo el mismo Jesús en el sermón de la montaña— los seres humanos lo hayan desfigurado de muchas formas. El cuerpo es templo del Espíritu Santo, no una parcela cercada propiedad de otro.
El haber dado un sí ante un juez o un sacerdote no le da derecho a nadie sobre otra persona. Como Cristo por su Iglesia, el esposo da su vida por su esposa, no porque ella se la quite, sino porque él ha escogido entregarla. Y viceversa. Si esto nunca se dio ni hay visos de que se pueda dar, no hay ningún papel que te obligue a soportar ser objeto de nadie.
“Voy a arruinar a mis hijos”
Es evidente que en una relación disfuncional los que más sufren son los hijos. En una situación insalvable, no hay escenario ideal. Ambos deben ser conscientes de su responsabilidad hacia ustedes mismos y hacia los más vulnerables de esta historia: los niños. Y es frecuente que estos se desarrollen mejor con la posibilidad de una relación más tranquila y estable con cada padre por separado, que viviendo en una batalla campal día a día, en medio de dos fuegos enemigos.
Además, puede existir la idea en los chicos de que, si el matrimonio se declara nulo, no fueron queridos e incluso que su historia fue un cuento. Conviene hablarles para que distingan el amor que les tienen sus padres del que no pudieron hacer florecer como esposos. Al final, una separación en buenos términos puede resultar menos nociva para los chicos que una convivencia tóxica.
“La sociedad me va a crucificar”
No es raro sentir temor de que, de tomar la decisión de separarse, el círculo en el que uno se desenvuelve le haga a un lado, o le castigue de alguna manera. Sin embargo, no podemos dejar de buscar lo mejor para nuestras vidas por causa del “qué dirán”: debemos tomar decisiones basadas en lo que es correcto para nosotros y, por supuesto, para los más pequeños. No puedes dejar que el miedo al entorno dicte una decisión tan importante como esta, aunque sea trate de tu familia, tus amigos o el grupo de tu Iglesia. Quizá ellos no tengan una visión global del tema, y no entiendan.
Tu paz y bienestar resultanesenciales para que seas capaz de continuar tu vida con sentido y transites tu felicidad y la de los tuyos. Debes buscar dentro de ti, y así identificar lo necesario para seguir adelante con nuevos comienzos, agradeciendo los consejos que se dan con afecto, aunque no sean los más adecuados. La decisión final es de la pareja, y de nadie más.
“No sé si pueda vivir sin ella (o él)”
En muchos casos, las parejas terminan dándose cuenta y aceptando que han estado viviendo un vínculo inválido luego de muchos años de estar juntos. Es entonces cuando se debe dar un paso al frente y aceptar que no será posible continuar en esa relación. Es evidente que esto traerá sufrimiento, no sólo porque toda ruptura conlleva dolor, sino por haber compartido tiempo, experiencias y esfuerzos.
Has invertido tanto en la relación, aunque no haya dado frutos, que no sabes cómo seguir adelante sin ella. Pero, por mucho que te cueste aceptar este cambio en tu vida, es necesario comprender que la distancia te ayudará a sanar y que así, con el tiempo, podrás continuar desde un punto más saludable.
“Dios me va a castigar”
La culpa que nos ha introducido una mala pedagogía acerca de los sacramentos, los mandamientos y –sobre todo– el amor del Padre por sus hijos es razón para que muchas veces se piense que soportar una relación rota desde el inicio es cumplir con la voluntad del Señor.
El matrimonio es un reflejo del compromiso de amor de Dios por su Iglesia. ¿Y si nunca existió ese compromiso en la pareja? Si el otro jamás demostró buscar tu bien y tú no fuiste capaz de entender que esto significa que no te amó, entonces tampoco supiste respetar tu integridad humana y no te amaste. En estos casos, la voluntad del Señor es que empieces a amarte a ti mismo, para poder amar a los demás, comenzando por quien se casó contigo sin asumir lo que significaba, y aunque estén separados.
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Entender y aceptar que tal vez has luchado demasiado tiempo por defender una mentira es difícil y duele. Muchas veces, necesitarás el apoyo de una voz autorizada que te ayude a llegar a esas conclusiones. Ante eso, no existe una receta que se ajuste a todos los casos, ya que cada situación es única para la familia implicada. Te animo a sopesar con cuidado las opciones y a considerar todos los factores que influyen en esta difícil decisión.
Al final, la pareja debe encontrar la solución que les convenga a ambos y que, a la vez, tenga en cuenta los intereses de sus hijos. Si, llegado el caso, ahora entiendes que tu matrimonio es nulo y que se hacen más daño viviendo juntos que separándose, debes dar el primer paso fuera de esta situación. Y un psicólogo y un sacerdote seguro te podrán guiar en este difícil camino hacia una vida mejor para todos.