“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?” (Juan 8, 3)
Apuesto que, divagando por las redes sociales, o en sus ámbitos de estudio o de cultura, se les ha presentado un peculiar poema comúnmente titulado “Hombres necios que acusáis”. Échenle un vistazo:
“Hombres necios, que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Opinión ninguna gana, pues la que más se recata si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis? queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.”
Si lo leyeron con atención, puede que hallan notado lo polémico de sus versos. El escrito, titulado en un principio como “Redondillas” (1689), pertenece a la célebre Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), y es una punzante protesta femenina, sazonada con aquella ironía propia de la autora y una maestría lírica hija de aquel Siglo de Oro. Una pregunta que resume estas once estrofas puede ser algo como: ¿acaso la culpa es solo de la mujer?
¿La primera feminista?
Seguro que muchos de los que conocían el poema, no pudieron evitar vincularlo con nuestras amigas feministas. No los culpo. Tanto la imagen de Sor Juana como este mismo escrito ha sido convertido en insignia de esa causa, y han emergido de entre su círculo un sinnúmero de anécdotas y semblanzas (casi todas falsas) que coronan a la poetisa como “la primera feminista de América”. Algo lamentable, en primer lugar, porque ahora resulta que Sor Juana fue “feminista” (incluso antes de que existiese tal ideología); y, segundo, porque los cristianos nos lo creímos. No faltan, entre nosotros, aquellos que rechazan a la monja benedictina por lo que la sociedad moderna les ha vendido respecto a ella, ni aquellos que se jactan falazmente diciendo “¡Ja! ¿Ven? La primera feminista fue católica”, lo que no es sino reflejo de la pereza intelectual de nuestros tiempos.
Desde ya conviene dejarlo en claro: quien cree que Sor Juana Inés de la Cruz era “feminista”, no solo peca de “historicidio”, sino que además desconoce profundamente el cristianismo, y ya veremos por qué. Si es verdad que nuestra autora era de fuerte temperamento, que no gustaba de callar su indignación, y que muchas de sus líneas rozan la insolencia. Tuvo serios conflictos con las autoridades eclesiásticas de su tiempo, y una que otra vez fue víctima de la vanidad. Pero ella lo admitió, con pesar, hasta el punto de autoproclamarse: “yo, la peor del mundo”. Y más aún, tuvo la humildad, esa católica humildad, de rogar: “Dios me haga santa”.
Un poema realista
¿Por qué era feminista? ¿Porque defendía a la mujer? ¿Porque criticaba las malas acciones de los hombres? Vaya concepción limitada hay que tener para creer que solo las feministas defienden a la mujer y acusan a quienes hacen mal. La Iglesia hace eso desde mucho antes que la primera ola del siglo XIX (clara muestra de ello es el lugar que ocupan tanto la Virgen como grandes santas como María Magdalena, Santa Helena y Santa Teresa de Jesús). Las dichosas “Redondillas” no son feministas, al contrario, son frutos del cristianismo, y por ende, frutos del sentido común.
En el caso de la primera estrofa, leemos que la autora nos dice: “Hombres necios, que acusáis/ a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”. Vean que Sor Juana denuncia, no a todo el sexo masculino como haría una neofeminista de panfleto, sino a los “hombres necios”. Lo que nos está revelando acá, es una verdad propia de la sexualidad humana defendida por la Iglesia: debido a su naturaleza complementaria, hombre y mujer se condicionan mutuamente. Él influye en ella, y ella influye en él. Y por esa razón, ambos pueden ser para el otro, o el cielo, o el infierno. Se refleja, por ejemplo, en la cultura (o mejor dicho “descultura”) del reggaetón, donde la mujer accede a “bailes” cada vez más provocativos. Es claro que no se justifica, pero ¿quién tiene menos culpa? ¿la mujer que baila, o el hombre que le canta para que baile?
El hombre es contradicción
“Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm. 7, 19), es realidad misma de la naturaleza caída del ser humano, en donde inteligencia y voluntad chocan constantemente. No es de sorprendernos que, al tener el principio de nuestra sexualidad en la superficialidad de los placeres sensibles, seamos los hombres quienes más nos contradecimos, al punto de que existen ciertos hombres necios que “después de hacerlas malas/ las queréis hallar muy buenas”. Es decir, aquellos que incitan a la mujer a la indecencia, y después las critican cuando son indecentes: “a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis”. Cual fariseos, acusan a la pecadora, sin estar libres de pecado.
La naturaleza de la mujer, por el contrario, busca ser amada y deseada, cayendo a veces en la complacencia hacia el hombre. Y así, cuando la provocan a través de insistencias, reproches, e incluso tildándola de “ingrata” o “cruel” cuando se resisten, terminan cediendo ante esos necios. Todo para que después, esos que provocan su caída terminen llamándole de otro modo: “fácil”. Entonces: “¿O cuál es más de culpar/ aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga/ o el que paga por pecar?”.
Sor Juana concluye con una sentencia tajante, que no es sino muestra de su erudición teológica: “pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo”. Según la doctrina cristiana, estos son los tres enemigos del humano. Y, según ella, cuando el hombre incita a la mujer, están todos presentes: la carne herida por el pecado; el diablo en modo de tentación; y el mundo como ámbito de mala influencia.
“Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”
La degradación de ambos sexos en nuestros tiempos tiene entre sus factores aquello que muchos autores llamaron “la crisis del varón”. Siendo el varón siervo de Dios y protector de la creación, se puede comprender que la pérdida de la masculinidad ha llevado a la caída de la mujer. “Masculinidad” con todo lo que implica: desde la fortaleza, hasta la templanza y la caballerosidad en el trato con ellas. La degradación moral en la que vivimos se nutre de aquellos hombres de los que Sor Juana nos habla y que ya no merecen llamarse “varones”. Y por supuesto, no pierden la oportunidad de, luego de mirarlas indebidamente, quejarse de que son “infieles”, “mentirosas” o “livianas”.
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¿Cuál es la solución ante este panorama? Pues la misma autora nos la revela: “Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”. Es decir, o los hombres nos hacemos responsables de lo que causamos sin protestar, o nos comprometemos a reconquistar la virtud para querer y hacer mujeres virtuosas.
Juan Ignacio Rodriguez