Antes de casarnos, un médico —que también es laico consagrado— nos dio una excelente charla sobre la ideología de género que les transcribiría aquí, pero la guardaré para otro momento. Terminó diciendo algo como: «esto es lo que sufren muchas personas que experimentan atracción al mismo sexo…». Automáticamente se levantó una de las novias en señal de protesta y exclamó «¿por qué dice que sufren?». A lo que el doctor respondió: «porque los conozco, trato con ellos a diario y me cuentan».
¿Aceptación?
En esta época, sea por corrección política o por un genuino deseo de acoger, se validan y se toman como ordenados todos los comportamientos de índole sexual para que así las personas que queremos se sientan aceptadas y felices. Vivimos una cultura que defiende que el querer define al ser, cuando debería ser al revés. Se impulsa que cada uno es lo que siente o quiere.
Pero esto no es solo cuestionable sino filosóficamente ilógico.
La complementariedad es irremplazable
Si algo hemos aprendido en nuestro matrimonio es que la complementariedad es un ingrediente esencial para la relación varón-mujer y que, por obvias razones, las relaciones entre personas del mismo sexo no tienen. No significa que no puedan quererse y preocuparse mutuamente, pero es una ilusión e injusticia querer comparar el amor de pareja entre dos personas del mismo sexo frente a la complementariedad recíproca de la relación varón-mujer.
La cultura LGTB o el movimiento pride, en su intento de liberación, le ha dado al sexo un lugar desproporcionado. El sexo ha dejado de ser un medio para hacerse don para el otro, y se ha convertido en una práctica que define la identidad. Ya no eres hombre o mujer: tu rol sexual te define. Además, ya no importa el don, sólo el placer.
La Iglesia siempre ha propuesto la castidad para todos, y esto incluye a quienes experimentan atracción por el mismo sexo, aunque para algunos suene impensable. Esto tiene total sentido al ver el daño que causa vivir la sexualidad de manera promiscua y desordenada al margen de la atracción que uno tenga.
Desapareciendo la identidad
Un segundo tema preocupante con el auge del movimiento trans es desvincular la identidad respecto de la constitución biológica. Se plantea que la sexualidad es algo maleable, llegando a extremos de mutilar cuerpos sanos para “transicionar” al sexo opuesto.
Esto no se puede responder con un desinteresado «es su vida». Más aun cuando se está probando que las cirujías de “cambio de sexo” pueden ocasionar un gran daño físico y mental, pues son practicadas a menores de edad que luego se arrepienten de dicha operación.
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A todos nos cuesta la castidad, pero es el camino del amor verdadero. Y si alguien se dice cristiano (influencer o sacerdote) y promueve el pride, en el mejor de los casos, ignora todo lo que está de fondo, y le importa más generar muchos likes.
Conociendo el testimonio de personas que experimentan atracción por el mismo sexo y que viven en castidad, promover que no hay otra salida más que la que propone el colectivo LGTB es una falta de respeto a su voluntad y esfuerzo. ¡Ánimo! ¡No tengamos miedo a la verdad!