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Día: septiembre 14, 2023

4 razones para esperar al matrimonio para tener relaciones

Hablar de estos temas siempre trae controversia, pero debería ser de la buena, de la que te ayuda a cuestionarte, a mirar hacia adentro sin miedo y a reconocer lo que realmente eres. Esperar es realmente inquietante, más aún en medio de este tiempo donde todos andamos con la inmediatez a flor de piel. 

Para empezar aclaremos algo: ¿vivir la castidad en el noviazgo es solamente no tener relaciones sexuales antes del matrimonio? La respuesta es no. Estamos muy equivocados si pensamos que solo se trata de eso, va mucho más allá. 

La castidad es una virtud que ordena la sexualidad humana hacia el amor. Así que cuando te encuentres ante la posibilidad de “probar la compatibilidad sexual” para afirmar que será un “matrimonio exitoso”, recuerda que como persona humana que eres, estás hecha a imagen y semejanza de Dios, no eres un objeto. Tú no estás para pedazos, migajas o pequeños momentos “felices”, tú estás hecho para algo mucho más grande: la santidad.

Nuestro testimonio:

Te contamos un poco de lo que vivimos nosotros. Si bien Diego sabía que estar conmigo era iniciar una relación camino al altar y de ahí derecho hasta la santidad, no fue así desde el principio. Teníamos solo 15 años cuando nos conocimos. 

Mientras mi sueño desde muy joven era casarme, guiada por el ejemplo de mis padres, para Diego, el matrimonio no estaba en sus planes y mucho menos era una prioridad. Para mí, Diego no era una “opción” para ser el amor de mi vida, éramos muy nuevos en la parroquia y por primera vez en la historia tuvimos nuestro encuentro personal con Jesús. Pasaron cinco años de una hermosa amistad hasta que nos enamoramos. 

A la primera le dije que si estaba conmigo era para casarnos. Créeme que si alguien te dice eso cuando estás empezando una relación, te espantas y sales corriendo. Y así fue. Diego estuvo a punto de irse corriendo (varias veces). El camino no fue fácil, tuvimos muchas caídas en medio de nuestros primeros años de enamorados. Éramos unos novatos que no tenían los conceptos claros, desconocíamos muchas cosas y aún nos faltaba forjar muchísimas virtudes, pero Dios siempre sabe cómo irrumpir tu comodidad y te da lo que necesitas. Así fue, nos regaló un retiro de confirmación al que fuimos como catequistas y en donde cambió la forma de mirarnos el uno al otro en 360°.

Hoy como esposos te damos estas 4 razones para esperar al matrimonio para tener relaciones sexuales:   

#1 La persona no es un objeto

Esta razón es fundamental. En este tiempo hemos dejado de ver a los demás como seres humanos y los hemos empezado a ver como objetos: estoy con tal persona porque me conviene, por placer, porque hay un buen encuentro sexual o simplemente para ver si somos compatibles en la intimidad. Si todo lo mencionado anteriormente no se cumple simplemente desechas a la persona, la descartas y le damos paso al siguiente y así sucesivamente. Confundimos el verdadero fin de esta entrega mutua: la unidad y la procreación. Con estos tratos dejamos a la persona grandes heridas de autoestima, miedos y en una búsqueda de afecto interminable.

#2 La unión conyugal es fiel, total, libre y fecunda

Algo que fue impresionante y lo aprendimos en nuestra preparación durante el noviazgo fue que el matrimonio es fiel, total, libre y fecundo. Es por eso que es donde se puede vivir al máximo esta entrega mutua entre los esposos. Hoy en día, estando casados, se lo confirmamos. Aquí lo increíble está en que no solo es una donación en el ámbito sexual, sino también en lo afectivo, lo emocional y lo espiritual, toda mi persona. En pocas palabras, no hay espacio para preguntarse: ¿después de esto me querrá? ¿Me dejará? ¿Acabará con la relación en caso no haya sido “bueno” este encuentro? 

#3 Tienes libertad para identificar si ese noviazgo te conviene

Cuando iniciamos una relación con otra persona y la basamos solo en la atracción física es muy difícil avanzar más allá. Bienvenido, acabas de fundar las bases de tu relación en algo que en algún momento se acabará. Si no pasas de la famosa etapa de la atracción andarás enfrascado en una realidad que realmente no deseas, pero de la cual tampoco se te será fácil salir. 

Una persona que lucha por todos los medios para vivir la castidad tiene mayor oportunidad de romper un vínculo afectivo basado en lo físico debido a que tiene claro qué es lo que merece y cuál es el fin de las relaciones sexuales. 

#4 La comunicación, la amistad y el conocimiento mutuo crece.

Cuando una pareja de enamorados vive esta espera hasta el matrimonio, mejora su comunicación. De esta manera, evitas que el placer sexual se convierta en la forma de acercarte y demostrar tu amor. Si este es el centro de tu relación, no estás ni el 1% de lo enamorado que crees. Una verdadera relación entre dos personas está basada en la amistad, la búsqueda de conocer al otro por medio de las conversaciones largas sobre temas personales, historia de vida, la realidad en la que se encuentra, etc. Descubriendo al otro en medio de sus cualidades, defectos, problemas y manías es que muchas personas se desencantan. Y donde otros tantos aquí se enamoran. Ante todo, pregúntate: ¿cómo “amar” algo que no conoces?

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Forjar esta espera en particular no es fácil, requiere de un sacrificio diario, constante y la consciencia de que es por un bien mayor. Aprendamos a ver la etapa del enamoramiento/noviazgo como una oportunidad para conocer más a tu pareja, para analizar en concreto si esa relación te ayuda a crecer. No tengas miedo a esperar, créenos: Dios ya tiene una gran historia para ti, y si estás leyendo esto y no vives la castidad hoy, siempre hay un nuevo día para empezar. Reconócelo de corazón y has una lucha diaria para dejar de hacerlo, confiésate, vive los sacramentos y vuelve a empezar. Jesús está esperando por ti. 

Como dijo San Pio de Pietrelcina 

“Ora, espera y no te preocupes”

¡Esperamos sea de ayuda para ti!

Con mucho aprecio y cariño

Lorena y Diego

@quelamornosacompane.blog

¿Por qué es importante educar a nuestros hijos sobre sexualidad?

La sexualidad es una parte esencial del ser humano, por tanto, es de suma importancia transmitir a nuestros hijos una educación sexual desde una perspectiva plena: incluyendo los aspectos biológicos, emocionales, psicológicos y espirituales. Guiándolos a tomar sus propias decisiones para vivir una sexualidad sana, orientada hacia el amor auténtico.

Muchos piensan que la educación sexual entre los cristianos es básicamente nula, o que se aborda como un gran misterio, lleno de tabúes, como algo sucio o pecaminoso que se prohíbe y de lo que no se debe hablar. Me atrevo a decir que incluso varios cristianos distraídos lo pensarán así. Por eso quiero aclarar que la visión cristiana de la sexualidad es la más completa, profunda, responsable, íntegra, científica y hermosa que hay. Y justo así deberíamos transmitirla a nuestros hijos

Si no lo haces tú, alguien más lo hará

Los padres de familia estamos en una competencia constante con los medios de comunicación, el internet, el gobierno y todo tipo de educadores que buscan adoctrinar a nuestros hijos en ideologías contrarias a los valores cristianos. Es vital que estemos formados en estos temas para guiar a nuestros hijos y ser capaces de resolver sus dudas en un ambiente de confianza y formación constante.

La educación sexual comienza en la primera infancia

No tenemos que esperar a que sean adolescentes para tener “la conversación” sobre sexualidad. Es un tema que se educa todos los días desde pequeños, comenzando por el respeto al propio cuerpo y de los demás, protegiendo su privacidad y guiando en su cuidado. Resolviendo sus dudas con respuestas acorde a su edad, como fuente segura y disponible de formación permanente.

La sociedad enfrenta desafíos constantes

La actualidad nos reta a estar preparados para abordar con nuestros hijos temas sensibles en el momento oportuno, como las preferencias y disforias diversas, las relaciones sin compromiso, el uso de la pornografía, las enfermedades de transmisión sexual, los métodos anticonceptivos y la prevención de abuso. Todo desde una óptica de valores, respeto y responsabilidad hacia la dignidad propia y de los otros.

La perspectiva cristiana es fundamental

La doctrina cristiana enfatiza la dignidad inherente de cada persona, promueve el respeto por el cuerpo y la integridad de cada individuo, evitando la cosificación y explotación de cualquier persona; lo que llevará a nuestros hijos a vivir una sexualidad coherente, plena y feliz.

El núcleo es al amor auténtico

La educación sexual que se imparte actualmente en la mayoría de instituciones educativas, se aborda más bien como simple genitalidad con cuestionables y no tan eficaces métodos de prevención de enfermedades y embarazos “no deseados”, dejando de lado las dimensiones más profundas de nuestro ser y la visión íntegra de la persona humana. Mientras que el enfoque cristiano se centra en vivir la sexualidad desde una comprensión completa de nuestro ser y en relación con los demás, abordando también la parte emocional, psicológica y espiritual, con un enfoque en el amor auténtico, el compromiso, la responsabilidad y la donación.

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Educar a nuestros hijos, implica también guiarlos en la comprensión de su sexualidad; propiciando una comunicación abierta, en un ambiente de confianza y formación constante, para que nuestros hijos vivan su sexualidad de forma verdaderamente plena y feliz, según el plan de Dios.

Si quieres educar a tus hijos en sexualidad con visión cristiana y no sabes por dónde empezar, te recomiendo el libro “Abrazo de Amor”, de Rosario Laris; así como el curso de Teología del Cuerpo del Padre Daniel Torres Cox en Ama Fuerte.

5 consejos si estás empezando a salir con alguien

El amor siempre nos compromete con el otro. Cuando pensamos en la experiencia misma del amor, no podemos desligarla de la responsabilidad que poco a poco empezamos a sentir por el amado. Bien decía San Juan Pablo II que “entre más grande sientas la responsabilidad por la persona que amas, más verdadero es el amor”, por ello, estos son dos elementos que no se pueden separar cuando se trata de construir un amor verdadero hacia alguien más.

Para empezar, necesitamos comprender en qué consiste la responsabilidad afectiva. Se trata del cuidado y diálogo entorno a los sentimientos y emociones que surgen en una relación.  Es hacernos responsables también de lo que vamos a generar en el otro con nuestros actos y decisiones. Esto nos conduce necesariamente a ver la realidad del otro, a contemplarlo como persona amada. De esto te quiero hablar a continuación.

#1 Conocerse y conocer al otro

Ciertamente para vivir la responsabilidad afectiva hay que conocerse a sí mismo y conocer quién es el otro. El amor abraza a la persona en su totalidad, es un encuentro de dos personas que quieren disponerse para entregarse. Sin embargo, la persona para ser amada necesita ser comprendida, acogida por quien es en sí misma. Por tanto, conocer al otro ya es una puerta de entrada para amarlo. Algo que a menudo recomiendo a las parejas es ¡conózcanse!

El mundo actual en su afán de avanzar y de vivir interconectado nos introduce a todos en una dinámica de relacionamiento muy superficial que nos dificulta ver la individualidad del otro.  

Muchas veces las parejas terminan porque “no sienten amor”, “no sienten lo mismo de antes”, “se murieron los detalles”, “no se prestan atención”, en definitiva, dejaron de sentirse especiales y abrazados.  Por eso, procuremos siempre ir al fondo de quién es el otro para que nuestro amor responda a lo que nuestras parejas necesitan.

#2 Hacerme cargo de mi historia

Ser responsables afectivamente ciertamente implica también hacernos cargo de nuestra historia personal. Piensa ¿cuál es tu mayor herida? Podemos estar heridos de diferentes formas: identidad, sexualidad, afectividad, espiritualidad, etc. Alguien herido simplemente hiere.

Las heridas interiores que cargamos no nos dejan vernos como somos, no nos permiten comprender lo que nos pasa interiormente y validar la experiencia que tenemos. Muchas veces sentimos que rompemos una relación tras otra y llegamos a la nefasta conclusión de que “el amor no existe”. Esta es una premisa que muchas personas plantean en consulta psicológica, sin embargo, vemos alrededor nuestro evidencias concretas de personas que sí viven un amor verdadero. Por tanto, podemos decir que no se trata de que el amor sea un ideal, sino que este va a abarcar la totalidad de mi vida, de mi historia, de mis virtudes y heridas. De ese modo, podemos decir que para amar como nuestro corazón quiere, tendremos que aprender a asumir los pasajes mas dolorosos y oscuros de nuestra vida, para así podernos hacer cargo de nuestras emociones, de nuestra lectura del mundo y de lo que ocasionamos en los demás con nuestras actitudes y acciones. 

El amor pasa, no por un ideal, sino por la realidad de nuestras vidas. Dios nos ha amado en la realidad particular de cada uno de nosotros, y el Señor se acerca a tocar nuestra realidad particular para caminar con nosotros, ¿no es eso lo mismo que estamos llamados a hacer en el amor?

#3 Conocer las heridas del otro

El amor es, en esencia, dialogo. Entramos en diálogo con la existencia del otro, con su drama, con sus anhelos, sus sueños y heridas. Por eso para ser responsables afectivamente también necesitamos comprender  cuáles son las heridas del otro, su historia. Las heridas del otro nos hablan de su recorrido en la vida, no nos hablan “del otro” sino de su historia, pues somos mucho mas grandes que nuestras heridas, y nuestro pasado no alcanza a expresar quienes somos.

Algo que he reflexionado en el último tiempo es que cada persona tiene un motivo diferente para amar, para buscar al otro. Todos buscamos amar, pero no todos nos vemos movidos por lo mismo a la hora de hacerlo. Muchas veces nuestra búsqueda afectiva está movida por nuestras heridas y eso nos lleva a establecer ciertas dinámicas en nuestras relaciones de pareja. Atrevernos a cuestionarnos, a conocernos y profundizar en estas dinámicas es clave si lo que queremos es aprender a tener relaciones afectivas más responsables.

#4 Aprender a reparar

Un elemento fundamental para la responsabilidad afectiva es aprender a reparar nuestros errores. Cuántas veces hemos tenido peleas con quienes amamos y no nos pedimos perdón y simplemente dejamos que el tiempo pase hasta que el conflicto parezca olvidado. 

Hacernos cargo de lo que ocasionamos a los demás es clave si queremos que nuestra relación nos lleve a asumir nuestros actos de manera responsable. Piensa por un segundo en un plato que rompes en tu casa, mientras no hagas algo por arreglarlo, el plato permanecerá roto, asimismo ocurre en las relaciones afectivas. Mientras no hagamos un acto de reparación, la herida seguirá abierta. 

Existen diversas estrategias para lograr esto: escribir cartas, una invitación a comer, invitar a un diálogo al otro, etc. Todo esto es importante, pero lo imprescindible siempre será algo que en sí es muy sencillo: hablar de como me sentí y no culpar al otro sino hacernos cargo de lo que a cada uno corresponde.

La irresponsabilidad afectiva esta cargada de eso, de no saber cómo se siente el otro cuando yo realizo ciertas acciones y comentarios que lo hieren.

#5 Purificar el corazón

Ciertamente hay que atravesar un proceso de purificación de nuestro corazón y de nuestras intenciones si queremos vivir la responsabilidad afectiva. Purificar la mirada del cuerpo, del dinero, de la persona, de la familia, de la paternidad, entre muchos otros temas para poder ver la realidad mas acertadamente. Esta es una oración que hay que hacer: Señor, purifica mi corazón. Lo que a menudo termina conflictuándonos es lo que se anida en nuestro corazón. Por eso, es importante también detenernos a hacer un exámen de conciencia, para así ver y valorar lo que hay en nuestro corazón y lo que motiva nuestras búsquedas en el amor.

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La responsabilidad afectiva es un proceso que hay que vivir gradualmente, en el ejercicio de crecer en esta responsabilidad tendremos que aprender a detenernos una y otra vez sobre nuestra historia para comprender el camino que hemos recorrido y lo que este nos ha marcado en el interior. No es posible vivir el amor si no nos conocemos y sin conocer quién es el otro, pues de lo contrario, terminaremos siendo dos desconocidos que comparten una vida en común pero sin más sentido.