Resultados.

Día: noviembre 1, 2023

Los gustos, ¿se pueden educar?

“El hombre light, debido a su hedonismo y permisividad, no se preocupa por su estado afectivo y se deja elevar por la inercia, no tiene principios, va a la deriva. Se convierte en espectador de sus propios ríos emocionales interiores, pilotados por dos motores: el placer sin restricciones y la no presencia de prohibicionismo.” (Dr. Enrique Rojas)

“Bueno, pero si a él le gusta…”, “ya crecerá…”, “sobre gustos no hay nada escrito”, “si te gusta, hacelo…”. A lo largo de nuestra vida convivimos con ese tipo de expresiones, que más que expresiones, son una forma determinada de ver las cosas. Y muchas veces lo pensamos y decimos: “pues sí, los gustos son relativos, al fin y al cabo, cada uno siente de distinta manera”. Y no nos detenemos a pensar si eso tiene sentido o no.

Cuando hablo de “gusto” aludo a una cuestión mucho más amplia de la naturaleza humana que es la dimensión de los afectos. Ahí, quedarían incluidas además nociones como “sentimientos”, “emociones”, en definitiva, todo lo que tenga que ver con nuestra afectividad. Psicológicamente puede ser discutible, así que menos mal que acá estamos hablando de filosofía.

Considerando que como seres racionales podemos no solo “pensar”, sino también “fundamentar lo que pensamos”, escuchemos que tiene para decirnos el buen C. S. Lewis al respecto, y los invito a hacerse la pregunta: ¿En serio los gustos son relativos?

Los hombres sin corazón

Les pido que se detengan un momento para traer a la memoria el amanecer más fascinante que hayan visto, o la noche más estrellada que hayan presenciado. Supongo que les vendrán a la mente palabras como “hermoso”, “grandioso” o incluso “sublime”. Y de seguro que, si alguien pudiese ver lo que ustedes vieron, esperarían una misma reacción.

Pues bien, ahora imaginen que una persona se nos acercase y nos dijese “esos adjetivos con los que calificas a esos fenómenos naturales, no es porque realmente lo sean, sino que es tu interpretación de esos fenómenos”. En otras palabras, nada es en serio “hermoso”, “sublime”, o “delicioso”, sino que tu percepción lo es. No se trata de algo calculable o medible, sino de algo que depende solo de nosotros mismos. Esa es, justamente, la concepción que nace en los siglos XVIII en la filosofía, y que perduró hasta los días de C. S. Lewis. A inicios de 1940, el famoso autor de Las Crónicas de Narnia dedicó su genio a analizar un fenómeno pedagógico al que bautizó “La abolición del hombre” (plasmado en una serie de conferencias, y más tarde, en un libro).

Formando ‘hombres sin corazón’

¿Cuál fue su planteo? En su trabajo notó cómo desde hacía tiempo había tenido lugar un menosprecio de la formación afectiva en los alumnos. Claro, eran instruidos en las matemáticas, las ciencias, y el Derecho. Pero al hablar de los afectos, primaba esta idea de que, el sentimiento que producen en nosotros las cosas no puede corresponder a un valor objeto y, por lo tanto, no es medible.

Desde esa base, se empezó a creer que el mejor modo de formar en la emocionalidad en los jóvenes era suprimiéndola. El motivo era claro: los afectos son irracionales, no tienen orden alguno, y por ende, son irrelevantes. “Ellos pueden sostener realmente que los ordinarios sentimientos humanos (…) son contrarios a la razón y desdeñables y deberían ser erradicados.”. Ante eso, la educación de los sentimientos pasaría a segundo plano. 

Esto conllevó a la formación de individuos frívolos, secos, indiferentes. Son los que llama “hombres sin corazón”. Las emociones quedan bajo la subjetividad de cada uno, porque realmente no aportan nada. Lo único que se exige es practicidad, pragmatismo, lógica, más allá de si “nos gusta o no”. No importa el paisaje en sí, sino lo que pueda ofrecernos: “ya no son… hombres en absoluto”.

La naturaleza hambreada

El individuo de los nuevos tiempos ha ido perdiendo poco a poco la creatividad, la solemnidad, el orden, el decoro, el buen gusto. Claro ejemplo es el afán por la practicidad que ha llevado a que las majestuosas construcciones medievales sean reemplazadas por ridículos y grises rascacielos. O la valoración de las ciencias sobre poesía o la música.

Lewis, visionario de su tiempo, predijo el resultado de ese proyecto: “Una naturaleza hambreada se vengará y un corazón duro no es protección infalible contra una cabeza blanda”. No se equivocó. A partir de los 50’s, las ideologías evolucionaron, llegando a una época de relativismo. La máxima “los afectos son subjetivos” permaneció, pero no con el propósito de eliminar el sentimiento, sino de “liberarlo”. Sigue sin existir un parámetro de nuestros gustos, pero ahora se celebra que “cada uno sienta y quiera como le guste”. Es otra abolición del hombre, más vulgar, hedonista, y superficial. La liberación sexual es una de sus muchas consecuencias.

Nuestros afectos siguen sin rumbo, y eso se refleja en las modas, las tendencias, las formas de entretenimiento. Por ejemplo, tenemos el caso del triunfo del placer sobre la sencillez, que ha reemplazado la delicadeza del vestido por la minifalda. O peor aún, la exaltación de la fealdad en un afán de “resaltar”, creando la moda de piercings y estrafalarios cortes de cabello. Y pensar que hay unos padres irresponsables que dicen “bueno, si a él le gusta”.

El valor objetivo de las cosas

A estas alturas del artículo, tal vez habrán notado cuál es mi punto (o la mayoría ya habrá huido espantada). Si decimos que existe una realidad objetiva, existente, ante la cual nuestra razón no puede hacer más que aceptarla humildemente, ¿no debería ser igual con nuestras emociones?

Contrario a sus contemporáneos, Lewis señala otra perspectiva: “La tarea del educador moderno no es desmontar junglas sino irrigar desiertos. La correcta defensa contra los sentimientos falsos es inculcar sentimientos rectos”. Citando a los grandes sabios de la historia, y las creencias de las distintas culturas, el autor sostiene que existe un criterio para el gusto, al igual que un criterio de “bien” y “verdad”. Es lo que él llama “Tao”, “la doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas posiciones son realmente verdaderas, y otras realmente falsas”. Es, en definitiva, contradictorio decir “es real esta melodía”, y al mismo tiempo “no es real que esta melodía es hermosa”. Si es hermosa, lo es, aunque no la sintamos así.

En toda afección participa algo que afecta (un chocolate, por ejemplo), y algo que es afectado (nosotros). Ambas cosas son reales, caso contrario, no habría afección alguna. Pero todo lo que existe exige una reacción afectiva adecuada, objetiva, real. No podemos quedarnos impasibles ante un esplendoroso amanecer. Y para ello, es necesario educar nuestra sensibilidad. Y la educación, es decir, “saber alegrarse y dolerse como es debido” (Aristóteles), es un ejercicio racional. Educar es ordenar nuestra naturaleza bajo la luz de la verdad, descubriéndola y asimilándola. No hay que cortar las emociones, mas sí “pueden ser razonables e irrazonables según se conformen o no a la razón. El corazón nunca toma el lugar de la cabeza; pero puede, y debe, obedecerla”.

* * *

En resumen, ¿podemos decir que “los gustos son relativos”? Lo son, en cuanto que uno tal vez no reaccione afectivamente a algo de la misma manera que yo. Pero eso no significa que todas las reacciones valgan lo mismo, sino que algunas estarán menos educadas que otras, y menos acordes a la realidad. Lewis da un ejemplo muy gracioso al respecto: “Aquellos que conocen el Tao pueden sostener que llamar agradables a los niños (…) no es simplemente registrar un hecho psicológico sobre nuestras propias emociones, sino reconocer una cualidad que exige una cierta respuesta de nosotros, la demos o no. Yo mismo no disfruto con el trato de los niños pequeños: porque yo hablo desde el Tao reconozco esto como un defecto en mí —tal como un hombre puede tener que reconocer que es sordo o daltónico—”.

Actualmente, se cree que la “libertad” está en “querer como uno quiera” o “desear como uno quiera”. Eso no es más que “imaginarse libre”. La libertad es racional, y por lo tanto, acepta una realidad verdadera. Una realidad que exige nuestra humilde aceptación, y más aún, que seamos agradecidos por ella. Agradecer que solo existen dos sexos, y cuidar tan maravillosa armonía de lo natural. Solo quien eduque sus afectos, y acepte el orden de la realidad tal cual es, podrá ser libre. En síntesis: “La Verdad os hará libres”.

Soy Juani Rodriguez pero

@decime.negro

Los gustos también se pueden educar

“El hombre light, debido a su hedonismo y permisividad, no se preocupa por su estado afectivo y se deja elevar por la inercia, no tiene principios, va a la deriva. Se convierte en espectador de sus propios ríos emocionales interiores, pilotados por dos motores: el placer sin restricciones y la no presencia de prohibicionismo.” (Dr. Enrique Rojas)

“Bueno, pero si a él le gusta…”, “ya crecerá…”, “sobre gustos no hay nada escrito”, “si te gusta, hacelo…”. A lo largo de nuestra vida convivimos con ese tipo de expresiones, que más que expresiones, son una forma determinada de ver las cosas. Y muchas veces lo pensamos y decimos: “pues sí, los gustos son relativos, al fin y al cabo, cada uno siente de distinta manera”. Y no nos detenemos a pensar si eso tiene sentido o no.

Cuando hablo de “gusto” aludo a una cuestión mucho más amplia de la naturaleza humana que es la dimensión de los afectos. Ahí, quedarían incluidas además nociones como “sentimientos”, “emociones”, en definitiva, todo lo que tenga que ver con nuestra afectividad. Psicológicamente puede ser discutible, así que menos mal que acá estamos hablando de filosofía.

Considerando que como seres racionales podemos no solo “pensar”, sino también “fundamentar lo que pensamos”, escuchemos que tiene para decirnos el buen C. S. Lewis al respecto, y los invito a hacerse la pregunta: ¿En serio los gustos son relativos?

Los hombres sin corazón

Les pido que se detengan un momento para traer a la memoria el amanecer más fascinante que hayan visto, o la noche más estrellada que hayan presenciado. Supongo que les vendrán a la mente palabras como “hermoso”, “grandioso” o incluso “sublime”. Y de seguro que, si alguien pudiese ver lo que ustedes vieron, esperarían una misma reacción.

Pues bien, ahora imaginen que una persona se nos acercase y nos dijese “esos adjetivos con los que calificas a esos fenómenos naturales, no es porque realmente lo sean, sino que es tu interpretación de esos fenómenos”. En otras palabras, nada es en serio “hermoso”, “sublime”, o “delicioso”, sino que tu percepción lo es. No se trata de algo calculable o medible, sino de algo que depende solo de nosotros mismos. Esa es, justamente, la concepción que nace en los siglos XVIII en la filosofía, y que perduró hasta los días de C. S. Lewis. A inicios de 1940, el famoso autor de Las Crónicas de Narnia dedicó su genio a analizar un fenómeno pedagógico al que bautizó “La abolición del hombre” (plasmado en una serie de conferencias, y más tarde, en un libro).

Formando ‘hombres sin corazón’

¿Cuál fue su planteo? En su trabajo notó cómo desde hacía tiempo había tenido lugar un menosprecio de la formación afectiva en los alumnos. Claro, eran instruidos en las matemáticas, las ciencias, y el Derecho. Pero al hablar de los afectos, primaba esta idea de que, el sentimiento que producen en nosotros las cosas no puede corresponder a un valor objeto y, por lo tanto, no es medible.

Desde esa base, se empezó a creer que el mejor modo de formar en la emocionalidad en los jóvenes era suprimiéndola. El motivo era claro: los afectos son irracionales, no tienen orden alguno, y por ende, son irrelevantes. “Ellos pueden sostener realmente que los ordinarios sentimientos humanos (…) son contrarios a la razón y desdeñables y deberían ser erradicados.”. Ante eso, la educación de los sentimientos pasaría a segundo plano. 

Esto conllevó a la formación de individuos frívolos, secos, indiferentes. Son los que llama “hombres sin corazón”. Las emociones quedan bajo la subjetividad de cada uno, porque realmente no aportan nada. Lo único que se exige es practicidad, pragmatismo, lógica, más allá de si “nos gusta o no”. No importa el paisaje en sí, sino lo que pueda ofrecernos: “ya no son… hombres en absoluto”.

La naturaleza hambreada

El individuo de los nuevos tiempos ha ido perdiendo poco a poco la creatividad, la solemnidad, el orden, el decoro, el buen gusto. Claro ejemplo es el afán por la practicidad que ha llevado a que las majestuosas construcciones medievales sean reemplazadas por ridículos y grises rascacielos. O la valoración de las ciencias sobre poesía o la música.

Lewis, visionario de su tiempo, predijo el resultado de ese proyecto: “Una naturaleza hambreada se vengará y un corazón duro no es protección infalible contra una cabeza blanda”. No se equivocó. A partir de los 50’s, las ideologías evolucionaron, llegando a una época de relativismo. La máxima “los afectos son subjetivos” permaneció, pero no con el propósito de eliminar el sentimiento, sino de “liberarlo”. Sigue sin existir un parámetro de nuestros gustos, pero ahora se celebra que “cada uno sienta y quiera como le guste”. Es otra abolición del hombre, más vulgar, hedonista, y superficial. La liberación sexual es una de sus muchas consecuencias.

Nuestros afectos siguen sin rumbo, y eso se refleja en las modas, las tendencias, las formas de entretenimiento. Por ejemplo, tenemos el caso del triunfo del placer sobre la sencillez, que ha reemplazado la delicadeza del vestido por la minifalda. O peor aún, la exaltación de la fealdad en un afán de “resaltar”, creando la moda de piercings y estrafalarios cortes de cabello. Y pensar que hay unos padres irresponsables que dicen “bueno, si a él le gusta”.

El valor objetivo de las cosas

A estas alturas del artículo, tal vez habrán notado cuál es mi punto (o la mayoría ya habrá huido espantada). Si decimos que existe una realidad objetiva, existente, ante la cual nuestra razón no puede hacer más que aceptarla humildemente, ¿no debería ser igual con nuestras emociones?

Contrario a sus contemporáneos, Lewis señala otra perspectiva: “La tarea del educador moderno no es desmontar junglas sino irrigar desiertos. La correcta defensa contra los sentimientos falsos es inculcar sentimientos rectos”. Citando a los grandes sabios de la historia, y las creencias de las distintas culturas, el autor sostiene que existe un criterio para el gusto, al igual que un criterio de “bien” y “verdad”. Es lo que él llama “Tao”, “la doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas posiciones son realmente verdaderas, y otras realmente falsas”. Es, en definitiva, contradictorio decir “es real esta melodía”, y al mismo tiempo “no es real que esta melodía es hermosa”. Si es hermosa, lo es, aunque no la sintamos así.

En toda afección participa algo que afecta (un chocolate, por ejemplo), y algo que es afectado (nosotros). Ambas cosas son reales, caso contrario, no habría afección alguna. Pero todo lo que existe exige una reacción afectiva adecuada, objetiva, real. No podemos quedarnos impasibles ante un esplendoroso amanecer. Y para ello, es necesario educar nuestra sensibilidad. Y la educación, es decir, “saber alegrarse y dolerse como es debido” (Aristóteles), es un ejercicio racional. Educar es ordenar nuestra naturaleza bajo la luz de la verdad, descubriéndola y asimilándola. No hay que cortar las emociones, mas sí “pueden ser razonables e irrazonables según se conformen o no a la razón. El corazón nunca toma el lugar de la cabeza; pero puede, y debe, obedecerla”.

***

En resumen, ¿podemos decir que “los gustos son relativos”? Lo son, en cuanto que uno tal vez no reaccione afectivamente a algo de la misma manera que yo. Pero eso no significa que todas las reacciones valgan lo mismo, sino que algunas estarán menos educadas que otras, y menos acordes a la realidad. Lewis da un ejemplo muy gracioso al respecto: Aquellos que conocen el Tao pueden sos­tener que llamar agradables a los niños (…) no es simplemente registrar un hecho psicológico sobre nuestras propias emociones, sino reconocer una cualidad que exige una cierta respuesta de nosotros, la demos o no. Yo mismo no disfruto con el trato de los niños pequeños: porque yo hablo desde el Tao reconozco esto como un defecto en mí —tal como un hombre puede tener que reconocer que es sordo o daltónico—”.

Actualmente, se cree que la “libertad” está en “querer como uno quiera” o “desear como uno quiera”. Eso no es más que “imaginarse libre”. La libertad es racional, y por lo tanto, acepta una realidad verdadera. Una realidad que exige nuestra humilde aceptación, y más aún, que seamos agradecidos por ella. Agradecer que solo existen dos sexos, y cuidar tan maravillosa armonía de lo natural. Solo quien eduque sus afectos, y acepte el orden de la realidad tal cual es, podrá ser libre. En síntesis: “La Verdad os hará libres”.

Soy Juani Rodriguez pero @decime.negro