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Día: diciembre 7, 2023

El problema de los anticonceptivos es que mienten (parte 2)

El mes pasado publicamos un artículo acerca de las mentiras respecto a los anticonceptivos. Fue desarrollado desde el punto de vista biológico y filosófico. Puedes leerlo aquí. En esta segunda parte, analizaremos algunos aspectos teológicos del mismo tema.

¿Por qué tanto alboroto?

Muchas veces nos resulta difícil comprender la enseñanza de la Iglesia sobre los anticonceptivos. Suele hasta parecernos ridícula. 

¿No representa la anticoncepción un innovador avance moderno que libera a las personas de las restricciones de otros tiempos? ¿No permite a los solteros explorar su sexualidad sin el riesgo de embarazos no deseados que podrían alterar sus planes de vida? ¿No brinda la oportunidad de garantizar la compatibilidad sexual antes del matrimonio? ¿No proporciona a las parejas ya casadas la posibilidad de disfrutar del sexo sin el temor del embarazo?

¡Estamos creados para el Amor!

Nuestra sexualidad es tan fundamental en nuestra creación que aparece desde el principio, en las Escrituras, en el Génesis. En el origen de nuestra historia Dios dijo que » los dos serán una sola carne» (Gn. 2, 24), con el siguiente objetivo: «fructifíquense, multiplíquense y llenen la tierra» (Gn. 1, 28).

Antes incluso de recibir estas directrices, se nos informa que Dios nos creó a su imagen, hombre y mujer, para poder entrar en comunión de amor y crear vida. El Papa San Juan Pablo II, en su Teología del Cuerpo, explica que al ser Dios un amante y, al haber creado a los seres humanos a su imagen, estamos destinados a ser amantes. 

Nuestros cuerpos, según San Juan Pablo II, tienen un significado que va más allá de su naturaleza física. Están diseñados para expresar algo verdadero sobre nuestra realidad interior. Esa realidad es nuestra vocación a amar.

El significado esponsal del cuerpo

¿Cómo expresan nuestros cuerpos que estamos destinados a ser amantes? Los cuerpos masculinos y femeninos están claramente diseñados para estar unidos. Son precisamente nuestras diferencias las que nos permiten complementarnos al punto tal de hacernos uno. El deseo apasionado de unirse subraya la verdad de que no estamos completos. Necesitamos de la otra persona para ser felices.

El hombre aporta su masculinidad y la mujer su feminidad. Así, crean lo que Juan Pablo II llama el significado esponsal del cuerpo. Es precisamente ese significado el que nos señala que estamos destinados a lograr una comunión de amor tan grande que es capaz de engendrar vida. En definitiva, ¡estamos creados para una fiesta de bodas! 

La unión física de los cónyuges ofrece a los seres humanos la oportunidad de escapar de la soledad fundamental y de conectarse de manera más completa con la pareja. La alegría pura de Adán por la creación de Eva refleja la necesidad innata de las personas de estar unas en relación con otras. Adán y Eva estaban destinados a utilizar su sexualidad para construir una vida juntos, buscando no solo el placer físico momentáneo, sino una unión que pudiera dar origen a una familia, una tribu, una nación y, en última instancia, a una comunión de santos.

La armonía anhelada

Imaginemos la vida de Adán y Eva antes de la caída como una existencia de armonía feliz. Nuestros anhelos insatisfechos indican un deseo de unión completa con otro, de afirmación mutua y de convivencia armoniosa. Aunque esta armonía es difícil de lograr en un mundo lleno de seres humanos imperfectos, Dios nos exhorta a profundizar en ese anhelo y a dejarnos redimir para vivir la armonía que Adán y Eva experimentaron. Además, nos promete la gracia necesaria a través de los sacramentos para ayudarnos en esta tarea.

El amor que se entrega

Después del pecado, lo que nos frena en la tarea de alcanzar la felicidad a través de nuestras relaciones sexuales es nuestra tendencia al egoísmo. Buscamos nuestra satisfacción personal por encima del bienestar de los demás. Utilizamos a los demás para satisfacer nuestros pequeños deseos. Este uso resulta incompatible con el verdadero amor.

Al reconocer esta realidad, Juan Pablo II, antes de ser elegido Papa, abordó este tema en su libro Amor y responsabilidad. Allí, nos ayuda a transformar nuestro impulso sexual centrado en la satisfacción personal, en un amor dirigido al bien del otro. 

Este amor es conocido como ágape. Busca afirmar y amar al otro. No pretende utilizarlo. El ágape implica adoptar una actitud de entrega.

Cooperando con Dios

En 1968, el Papa Pablo VI afirmó en su encíclica «Humanae Vitae» que es misión de los cónyuges cooperar con Dios en la transmisión de la vida humana. Es el máximo de los regalos para los cónyuges colaborar con Dios en la creación de nuevos seres humanos destinados a estar con Él eternamente.

El amor siempre crea vida, ya sea espiritual o biológica. Por lo tanto, hacer el amor, naturalmente, va ligado a la creación de la vida. Cada acto sexual conyugal significa: «me estoy entregando por completo a ti». Es un regalo posible gracias al don de la sexualidad, un don hecho por Dios a cada uno de nosotros. 

La anticoncepción excluye a Dios y, también, anula el acto creador de la unión. Por tanto, impide este regalo completo del Padre. Por ende, la anticoncepción lleva a los esposos a usarse mutuamente. Anula la entrega total.

Consecuencias negativas de la anticoncepción

Llegados a este punto, conviene considerar algunas repercusiones negativas de los anticonceptivos. Aumentan significativamente las relaciones extramatrimoniales. Conducen a abortos. Son causa de familias monoparentales. También, de matrimonios precipitados. De forma particular, los anticonceptivos químicos afectan adversamente el cuerpo de la mujer. Trastocan las relaciones interpersonales y, de ese modo, la sociedad y hasta el medio ambiente.

Los anticonceptivos químicos conllevan múltiples síntomas secundarios físicos: aumento de peso, depresión, reducción de la libido, migrañas, riesgos potenciales de coágulos sanguíneos mortales. Actúan suprimiendo las hormonas fértiles naturales de la mujer. Alteran su atractivo para los hombres, al sustituir a estas hormonas fértiles por otras, sintéticas que evitan la ovulación. 

Además, los anticonceptivos químicos pueden influir en la elección de pareja de la mujer mientras los usa. La anticoncepción también favorece la convivencia previamente al matrimonio, lo que deviene en una preparación deficiente para el sacramento. 

En muchos casos, la anticoncepción química fue el factor que contribuyó al divorcio. Afectando gravemente la felicidad tanto de los cónyuges como de los hijos. Así, influencia la a la familia extendida y, también, a los amigos. 

Planificación familiar natural

Importa visibilizar un mito: este enfoque no convierte a los cónyuges en meras máquinas de hacer bebés. Dios no exige a los matrimonios que tengan tantos hijos como sea posible. Solo da tantos niños como puedan criar bien. Así, la decisión de limitar el tamaño de la familia se toma en oración, considerando motivos fisiológicos, psicológicos, económicos o sociales. 

La planificación familiar natural (PFN) permite, por lo tanto, a la pareja, determinar la fertilidad de la mujer, requiriendo períodos de abstinencia para evitar el embarazo. Aunque la PFN y la anticoncepción permiten relaciones sexuales sin la intención de tener hijos. La diferencia entre la PFN y los métodos anticonceptivos radica en la forma de vivir el sexo, de ver no solo al cónyuge y, además, a los hijos y al mismo Dios. 

La anticoncepción es afirmarle al otro: te quiero, pero no por completo, y me entrego, pero no por completo. Al utilizar estos métodos, la dimensión de la fertilidad siempre se excluye y, por lo tanto, también, se deja de lado al Señor, quien es el dador de vida.

Algunas diferencias 

Las experiencias varían entre parejas en cuanto a la facilidad de uso de los métodos de PFN. Aquellos que practicaron la abstinencia antes del matrimonio, a menudo, encuentran que la PFN es manejable, dado que han desarrollado autodominio y diversas formas de compartir momentos íntimos. 

Por otro lado, quienes eran sexualmente activos antes del matrimonio pueden hallar que la PFN es un desafío, al estar habituados a que las relaciones sexuales sean la principal forma de intimidad.

La mayoría de los usuarios de la PFN, independientemente de la facilidad o dificultad que experimenten, informan que mejora notablemente la calidad de su matrimonio. Algunas esposas se sienten verdaderamente amadas y valoradas por sus parejas, quienes dominan sus deseos sexuales en beneficio de la familia. Los esposos, a su vez, se sienten respetados por sus compañeras, las que valoran la responsabilidad de éstos como hombres.

Además, los cónyuges que usan métodos de PFN rara vez se divorcian. Al planificar su vida sexual y el tamaño de su familia, fortalecen, de esta manera, su matrimonio. Mejoran la comunicación. Incluso, se sienten en armonía con Dios. Los PFN les brindan paz al saber que están siguiendo la voluntad divina, convirtiéndose en modelos ejemplares de castidad para sus hijos, familiares y amigos.

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Para concluir, recordamos, entonces, que nuestros cuerpos están diseñados para expresar la verdad sobre nuestra realidad interior. Esa realidad es nuestra vocación a amar. Son las diferencias entre la masculinidad y de la feminidad las que nos permiten complementarnos y hacernos uno. 

Hacer el amor, naturalmente, va ligado a la creación de la vida. La diferencia entre la planificación familiar natural y los métodos anticonceptivos radica no solo en la manera de experimentar el sexo, sino en la mirada que los esposos tienen de ellos mismos, de los hijos y de Dios Padre.