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Día: mayo 25, 2024

El orden natural según Chesterton: el precio por ver a una mujer

“Una felicidad incomprensible se apoya en
una condición incomprensible.”

(Ortodoxia, 1908)

Hablar sobre amor y sexualidad es imposible sin un poco de sentido común. La forma de
pensar que tenemos hoy en día tiene su base en la muerte del sentido común. Recuerdo que,
una vez, un amigo me dijo: “si Dios no quiere que seamos como Él, habrá de ser terrible
egoísta”. Un poco de sentido común o, como decimos cotidianamente, tener dos dedos de
frente, habría bastado para hacerle comprender que, lo que hace que Dios sea Dios es,
efectivamente, que no exista otro igual a Él y eso no es cuestión de egoísmo.

Hoy, vivimos hablando de ser abiertos de mente. No obstante, nunca en la historia hemos
sido tan cerrados. Así, el principio de que toda opinión es válida se cierra a la perspectiva
de que no todas las opiniones son válidas.

El mundo tiene un orden

“Desde el momento en que caminas en el mundo de hechos, te
introduces en un mundo de límites”.

Entender que el mundo tiene un orden es algo intuitivo. La realidad posee una armonía, una
coherencia, incluso, en el más ínfimo detalle. Que algo sea, necesariamente, implica que no
puede ser otra cosa. Quien se encierra en su propio ego jamás podrá entender las leyes a las
que la naturaleza está atada. Por eso, el ideal de liberación, ya sea sexual, moral, etc.,
conduce a consecuencias catastróficas. Recordemos lo que, al respecto, opina nuestro autor:
“no obres como un demagogo, alentando a los triángulos para que se suelten de la prisión
de sus tres lados. Porque si un triángulo reniega de sus tres lados, su vida llegará a un final
lamentable.”

La finitud de las elecciones

“Cuando eliges algo, rechazas todo lo demás”

Chesterton explica que incluso hasta la más libre de nuestras elecciones está limitada a no
poder elegir otra cosa. En ese sentido, hasta la propuesta más liberadora no llega a ser
realmente liberadora. No podemos ser indiferentes, mucho menos, negar los límites de
nuestra misma existencia. Por esa razón, afirmamos, por ejemplo, que el universo posee
ciertas proporciones. Además, es algo que en realidad es mucho más pequeño de lo que
parece, definido por límites más profundos. Por más grande que nos parezca el cosmos, está
sometido a ese receptáculo milagroso del orden natural.

Ese orden es un milagro

“Una ley implica que conocemos la naturaleza de la generalización
y promulgación de una ley, no simplemente que hemos advertido
uno de sus efectos”.

¿Cuál el fundamento de este orden natural? El planteo de Chesterton avanza hacia verdades
cada vez más sobrenaturales, llegando a una mística incógnita. Podemos percibir la
secuencia de causas y efectos, entender que un peral siempre dará peras, o que las rosas son
rojas. ¿Cómo es que existe tal coherencia de hechos? Lo desconocemos.

Una cosa son las leyes de la ciencia que explican la necesidad de estos efectos. Otra es
explicar por qué está definido que estos sucesos se den de esta manera. La ciencia se queda
en una parte y no contempla que no hay motivo para fundamentar por qué los huevos salen
de las gallinas, algo que, a primera vista, parece que no tiene nada que ver.

En el fondo este orden es un misterio. Los hombres serios convierten al orden natural en
una repetición de hechos insípidos y rutinarios a los que nos acostumbramos. Pensar que el
peral de hoy dará peras también mañana es comprender que puede no ser así. Ahí se está
dando una milagrosa estabilidad.

Puede no haber existido un orden natural y, sin embargo, acá está. Nace gente todos los
días, repetidamente. La sencillez del sentido común percibe el milagro de la vida cuando
comprende que un nacimiento podría no haber sido o que ese nacimiento pudo haber sido el
último.

El milagro asombroso del orden XXXX

“La admiración tiene un elemento positivo de
alabanza”.

Cuando nos despojamos de la idea cientificista de que “las leyes lo explican todo”,
podemos visualizar el milagro de todas las cosas. Es incomprensible, al fin y al cabo, este
orden natural para nosotros. Lo admitimos con gusto. Un científico no se contenta de que
las hojas sean verdes, porque para él pueden ser de otro modo. No obstante, quien percibe
el misterio, puede hasta asombrarse del color de las hojas, entendiendo que pudieron haber
sido rojas. Entendiendo que “algo se ha hecho”.

Si lo ven bien, la oportunidad de existir llega hasta ser emocionante. El hecho precioso,
pero misterioso a la vez, de que todo se haya dado de esta manera, hace que todo sea
motivo para asombrarse: el color de las hojas, la forma de los triángulos, los dos sexos. El
orden de las cosas se convierte así en algo digno de ser apreciado, de ser admirado. Todo
tiene coherencia, todo tiene sentido, todo es bueno (si recordamos cómo califica Dios en el
Génesis a su creación. La admiración hacia lo bueno de las cosas es una reacción
agradecida de la manera como fueron creadas.

Fue así como Chesterton llegó a una conclusión que fue la revolución de su vida: que la
gratitud por las cosas buenas implica que hay un benefactor a quien agradecerle. Así,
aseguró: “nuestro mundo tiene algún propósito, y si hay un propósito es que hay una
persona”. A un orden con sentido le debe anteceder, necesariamente, una razón ordenadora.
No se le dan las gracias a las cosas buenas. Se debe ser agradecido a Aquél que nos las ha
dado.

Ese asombro exige un precio

“La felicidad dependía de no hacer algo que podía hacerse en
cualquier momento y que, por mucha frecuencia, no era obvio
por qué no debía ser hecho”.

Si agradecemos por algo, es porque vemos eso como algo bueno. Pero el ver algo bueno
implica amarlo tal cual es. No podemos pretender ser rebeldes ante esos límites, que capaz
no comprendamos, pero son los que hacen bueno al mundo. Es esto aquello a lo que nuestro
autor denominaba una “doctrina de la alegría condicional”. Disfrutar de este orden exige
respetar ciertas condiciones. Es lo que pasa en los cuentos de hadas. Para gozar de los
regalos de la magia es necesario no romper sus reglas: Cenicienta podía disfrutar de sus
zapatitos de cristal, pero con la condición de volver antes de las doce.

De la lógica de las hadas, Chesterton aprende a vivir con el milagro del orden natural. No
tengo derecho a quejarme de los misteriosos límites de la belleza cuando ni siquiera los
comprendo el todo. Así, sostenía que: “se puede ser modesto y sumiso a los límites más
extraños de esta misteriosa benevolencia”.

¿Cuál es el precio por ver a una mujer?

“Ser frágil no es lo mismo que ser caduco. Golpea un
vaso, y no durará un instante; simplemente, no lo
golpees, y durará miles de años.”

¿Cuál es, finalmente, el precio por ver a una mujer? Todo lo que queramos disfrutar en esta
vida, exige un precio a pagar. La realidad es algo extremadamente bueno, pero, a su vez,
extremadamente frágil. Por ende, para poder disfrutarla con plenitud, debemos aceptar sus
condiciones.

Desde nuestra perspectiva, siguiendo a Chesterton, las causas por la liberación sexual son
fantasías inentendibles. El sexo mismo es, básicamente, una limitación entre dos. Quejarse
de la monogamia termina siendo una queja ridícula, por no decir peligrosa.

Sostenemos, entonces, con nuestro autor, que “ser fiel a una mujer es un pequeño precio
para algo tan grande como ver a una mujer”. Marido y mujer responden a algo más que una
decisión. Responden al misterio asombroso del orden natural. Renegar de esta verdad no es
“liberar” la sexualidad, sino dañarla, romper lo que es, atentar contra su belleza.

Concluimos, así, con él, afirmando que “todo bien –como el sexo- era un despojo que debía
guardarse y ser considerado sagrado” y, eso es pura cuestión de sentido común.

***

Algunos afirman que la idea de que existen dos sexos debe ser abolida por no ser más que
una construcción social. ¿Esa afirmación no es, también, una construcción social digna de
ser abolida? La estrechez mental anula el sentido común, que es lo que permite que
ampliemos nuestra mirada, y nos posibilita entender la paradoja de la realidad.

¿Cómo volver al puerto seguro del sentido común? Un buen punto de partida puede ser leer
a Gilbert Keith Chesterton. Definitivamente, él comprendía cosas que nosotros no. La
amplitud de su pensamiento es sin duda un prodigio visto muy pocas veces en la historia.
La agudeza de su perspectiva le permitió abordar un sinfín de temas como, por ejemplo, el
principio ético de la sexualidad.