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Día: mayo 30, 2024

Conocer mi ciclo es conocerme a mi: la perspectiva de una mujer soltera

Muchas veces, pensamos que los métodos naturales o los, también, conocidos como métodos de
reconocimiento de la fertilidad son, exclusivamente, para los esposos. Es decir, para aquellos que
buscan vivir una sexualidad plena al mismo tiempo que cumplir los objetivos que se han trazado
como familia. Sin embargo, aunque todo lo anterior es cierto y completamente bello, esta visión
parcializada deja un panorama fuera del alcance de muchas mujeres. Podemos, al reconocer la
fertilidad, llegar a un autoconocimiento profundo de nuestra ciclicidad femenina, del desarrollo
de la misma en nuestras vidas y en nuestra persona. Las formas son multidimensionales.

El ciclo: ¿solamente, posibilidad de acoger y sostener vida?

Biológicamente, es fundamental entender que el ciclo menstrual es, en realidad, un ciclo ovárico.
Se traduce en producción hormonal y en fluctuaciones que tendrán efectos en otros órganos
reproductivos: la capa interna del útero o endometrio, el moco cervical producido por el cuello
uterino y la temperatura corporal basal (en adelante: TCB). El objetivo principal es que podamos
albergar vida en nuestro ser, que podamos acoger y sostener la vida de nuestros hijos en un
futuro, convertirnos en madres, experimentar nuestra maternidad biológica. Cabe aclarar que
estos objetivos nos los ponemos las mujeres que discernimos la vocación del matrimonio.

No obstante, parte de conocernos no es sólo llegar a la teoría biológica de por qué nuestra
fertilidad es cíclica y de pensar, entonces: “la ciclicidad no será útil para mi, que no contemplo
formar una familia” o “será útil más adelante, cuando busquemos el embarazo”. Desde este
pensamiento, expresar nuestra feminidad en plenitud puede pensarse como que se deja como en
una sala de espera. No vivimos en una sala de espera. La ciclicidad revela la totalidad de nuestra
corporeidad femenina y de nuestro ser mujer. Estamos llamadas a vivir nuestra ciclicidad aquí y
ahora, incluso en nuestra soltería.

Conocer el ciclo, reconociendo la fertilidad, nos permite, desde ya, evaluar nuestra salud tanto
procreativa como integral. Con la información que recopilamos con este conocimiento, hacemos
palpable la función ovárica: ovulación y producción hormonal de estrógenos y progesterona, a
través de la observación de la secreción del moco cervical sano, que varía según la hormona
predominante y la TCB. Recordemos que la TCB se eleva con la liberación de niveles óptimos
de progesterona cuando ovulamos. Esto claramente es fascinante. Dejamos de adivinar qué es lo
que ocurre con nuestro ciclo y empezamos a vivir anticipando lo que está ocurriendo.
Advertimos nosotras mismas, con total confianza, que estamos sanas. Llegamos a un
conocimiento más profundo sobre quiénes somos, sobre lo que nuestro cuerpo manifiesta.

La naturaleza receptiva de la mujer

La ciclicidad femenina, dada por la ventana fértil, se abre una vez por cada ciclo hacia la
posibilidad de dar vida. Nos permite comprender cómo las mujeres somos por naturaleza
receptivas y generosas. La receptividad nos posibilita recibir a todo aquel que llegue a nuestra
vida con apertura de corazón, con flexibilidad.

Así, la receptividad nos abre la puerta a ser vulnerables y extender los brazos para acompañar el
camino de crecimiento de los demás. Esa actitud generosa nos da el empujón necesario para salir
de nosotras mismas con el fin de ver a los otro, anticiparnos a sus necesidades. En definitiva, nos
impulsa a darlo todo, a amar a quienes hacen parte de nuestra vida.

Ser cíclicas es, realmente, saber que estamos llamadas a ser madres biológicas y/o espirituales,
dando vida tangible física al formar una familia y/o consolar, abrigar, apoyar, arropar y buscar
siempre el bien del otro, su felicidad, su santidad, dondequiera que nuestra vocación nos lleve.

La psicología femenina es cíclica

Nuestro ciclo, con sus variaciones hormonales, marca definitivamente el desarrollo cerebral y,
por consiguiente, nuestra psicología. Nuestras emociones y sentimientos tienen un componente
originario principalmente de nuestras situaciones y experiencias externas, y de nuestra
personalidad. No obstante, la ciclicidad tiene un impacto significativo en cómo vivimos nuestros
días y en las decisiones que tomamos en la cotidianidad.

La fase menstrual es, entonces, un tiempo de supresión hormonal. Se caracteriza por una
disminución en la función de la corteza cerebral, con receptores hormonales escasos e, incluso,
puede haber síntomas como dolor de cabeza, por la caída de los estrógenos. Desde el punto de
vista emocional, se puede presentar irritabilidad, bajo estado de ánimo y cansancio. Por eso,
estamos llamadas, en la medida de lo posible, al recogimiento, a la introspección y a la calma.

Durante la fase folicular y el momento de la ovulación, encontramos un aumento progresivo de
los estrógenos. Se traduce en un incremento de la liberación sanguínea de triptófano, sustancia
precursora fundamental para la síntesis de serotonina (regulación de la felicidad). También, hay
mayor disponibilidad de noradrenalina, dopamina (regulación del placer) y de glutamato
(aumento de la excitabilidad neuronal). Estos neurotransmisores están involucrados en la
estabilización del estado de ánimo. Nos llaman a actuar, a ponernos en marcha.

Particularmente es en la fase folicular donde es más evidente la sensibilidad inherente de la
feminidad. Esa intuición especial y propia de cada una nos permite ver lo que nadie más ha
percibido, conmovernos y actuar cuando otros pasan de largo. Es la encargada de hacernos sentir
lo que quienes nos rodean están viviendo. Así, nos ayuda a tomar la decisión de darnos,
expresando al máximo nuestros talentos, sirviendo en cada instante y amando en la vida real, a
través de la entrega diaria.

Finalmente, en la fase lútea predomina la progesterona (liberada posterior a la ovulación). Esta
hormona puede producir mareo leve, somnolencia, efectos sedantes. Reduce los niveles de
excitabilidad neuronal. Además, disminuyen las aminas endógenas. Es importante destacar que,
en esta fase, predomina el sistema GABA, neurotransmisor que genera una acción calmante y
relajante a nivel cerebral.

Por todo lo anterior, la fase lútea puede ser una época de mayor dificultad para la concentración,
estado de ánimo deprimido, anhedonia ocasional, apatía y fatiga. Es un buen momento para el
análisis retrospectivo y la retroalimentación de proyectos o actividades ya planteadas.

Así, es fundamental entender que la curva hormonal cíclica se asemeja a una montaña rusa.
Durante los primeros días del ciclo (fase menstrual) se presentan con mayor intensidad algunas
emociones de tristeza, irritabilidad, ansiedad, cólera, llanto y fatiga. Estas disminuyen hacia el
momento de la ovulación. Aumentan, luego, nuevamente, en la fase postovulatoria o lútea. Con
este conocimiento, no debemos victimizarnos o creernos insuficientes, sino al contrario,
encontrar la gran oportunidad de amar cíclicamente, sensitivamente, de forma femenina.

Mi ciclo y su relación con mi vida social

De acuerdo con la psicología femenina cíclica, nuestra interacción social también cambiará. Esto
no quiere decir que estamos atadas, como con una camisa de fuerza, a lo que a continuación te
recomendaré en cuanto a actividades que podemos priorizar según la ciclicidad. Simplemente, es
una oportunidad para, a través del autoconocimiento, potencializar las facultades femeninas en
todos los aspectos de la vida. Sin embargo, es preciso mantener la flexibilidad propia de quienes
nos sabemos frágiles y con un Padre amoroso en control.

De esta manera, durante la fase menstrual, se recomienda buscar momentos de reflexión personal
y de autocuidado. Asimismo, disfrutar de tiempo de calidad en familia, prepararse para el mes
que viene (organizar tu agenda, lluvia de ideas, preparación de sueños, etc.).

Por otra parte, durante la fase folicular, hay una estimulación por los estrógenos de la corteza
prefrontal y área límbica, que nos lleva a una mayor creatividad e imaginación y a mayores
niveles de energía. Por eso, es vital que usemos la gran energía generada en el gimnasio o una
maratón, participar en competencias. También, para tener esas conversaciones necesarias e
incómodas y realizar las tareas que consideramos más difíciles.

Del mismo modo, sobre todo en el momento periovulatorio, tenemos una mayor habilidad para
socializar con nuestros amigos y compañeros de trabajo (cocinar, salir a comer, hacer networking
y alianzas laborales). Así, tendemos a hacerlo con una mayor espontaneidad. Ello se debe a que
las variaciones hormonales de esta fase favorecen que tengamos funciones cognitivas claras,
comunicación en punto y con la mente guiada a nuestros objetivos y metas.

Para terminar, en la fase lútea, debemos aprovechar esa calma cerebral para procurar usar
nuestras habilidades de observación, análisis y tareas intelectuales o mentales, tanto en el ámbito
laboral como personal.

El alma femenina

Somos una unidad corpóreo-espiritual. Somos nuestro cuerpo. Por consiguiente, el saber que
somos cíclicas nos lleva a un entendimiento de nuestra alma propiamente femenina. El alma es
aquella que, a través de una sensibilidad sublime, una receptividad sin limites, una generosidad
siempre atenta y una maternidad, acoge. Acoge no solo a la familia y a los amigos, sino a todo
aquel que esté cansado, agobiado, triste. Nos permite dar vida en este mundo.

Tal como lo establece San Edith Stein: “La feminidad nos ofrece una misión excelsa: llevar a
plenitud los valores humanos que hay en nosotras mismas y en los otros”.

***

Todas las mujeres estamos llamadas a vivir plenamente nuestra feminidad, día a día, a través de
nuestra ciclicidad. Somos cíclicas. Madurar en nuestro ser mujer no es sólo conocer esta
realidad, es hacerla evidente en cada mirada, en cada abrazo, en cada sonrisa, en cada momento
de sacrificio por amor, en la entrega de hoy y de mañana.