En estos tiempos cada quien de acuerdo a sus experiencias y realidades busca tener su propia definición de la palabra amor. Entre tanto ruido, a nosotros nos ayudó mucho comprenderlo de manera simple, sencilla y directa en una sola frase: amarte es buscar tu mayor bien.
Si todas nuestras decisiones y acciones partieran del deseo de buscar el bien para la otra persona, seguramente todo sería diferente. Incluso cobraría más sentido y con un significado más fuerte si todos pensáramos de esa manera, pues nos hiciéramos bien unos a otros. La realidad es que se ha vuelto atípico buscar amar de verdad. Nos hemos acostumbrado a vivir en una cultura utilitaria, donde el placer está por encima del bien, ya que para muchas personas, la castidad es algo anormal, pues para ellos el placer siempre es el fin y no un medio.
Entonces, si la castidad es un sí al amor verdadero ¿cómo puedo vivirlo? Nosotros hemos aprendido y experimentados esta verdad en 3 puntos.
#1 El amor no se prueba
Cada vez se hace más fuerte la idea de que existe una compatibilidad sexual –lo cual es un mito- y que se debe convivir antes de casarse para conocer realmente a la persona. Creer que esto es verdadero solo porque todos lo hacen o actualmente es popular, es una falacia –se conoce como falacia ad populum-. Estudios demuestran que la tasa de divorcio es mayor en aquellas parejas que convivieron y tuvieron relaciones sexuales antes del matrimonio (1).
Si realmente lo que estas sintiendo es amor, ¿por qué tendrías que probarlo? Es un poco raro poner a prueba aquello de lo que se está seguro. Si no se está seguro, entonces falta conversar más para conocerse en vez de ir directamente a probar a la persona. Si no estás seguro y pruebas, es momento de cuestionarte qué buscas con eso.
Los objetos –autos, ropa, electrodomésticos– son los que se prueban, no las personas. Las personas poseemos un valor y una dignidad especial a diferencia de las demás criaturas. El amor verdadero no condiciona a la otra persona. Decir, “probemos a ver. Si no me gusta la convivencia entonces no nos casamos”, es querer estar bajo un interés y no por el deseo de amar para siempre a la otra persona.
Nadie asegura que la convivencia después de una boda será fácil, pero para eso está la antesala del noviazgo, en donde ambos deben hablar mucho sobre todo aquello que les inquiete o tenga como fin conocer al otro. La disposición de ambos de construir ese amor es clave.
#2 El amor se construye
En la vida real, ambos –varón y mujer– deben esforzarse para aprender como amarse, entenderse y comunicarse. Ya de por sí, venimos con diferencias muy obvias que caracterizan a ambos sexos. Por lo tanto, es normal que no se vayan a entender ni a la primera, ni segunda o tercera.
No existen las almas gemelas, ni el “amor perfecto” a primera vista, sino personas dispuestas y decididas a aprender amarse, aun en los errores y caídas.
#3 El amor es una decisión
Estar con alguien es una decisión. Casarse es una decisión. Amar es una decisión. Lo que no elegimos es enamorarnos. El enamoramiento es una antesala a ese amor verdadero que anhelamos dar y recibir. Cuando las mariposas desaparecen, cuando ya no sientes tanta euforia al verle, cuando empiezas a ver más sus defectos, es cuando realmente le abres paso a la decisión de amar. Porque ya no te estas centrando solo en cómo esa persona te hace sentir sino en el bien que ahora quieres darle.
Salir de uno mismo para mirar al otro y velar por sus necesidades, educando nuestras pasiones, es la parte más difícil de decidir amar –para qué te vamos a decir que no, si sí– pero es una de las más gratificantes y hermosas. Estamos hechos para darnos y no para encerrarnos en nuestros egoísmos.
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Estos tres puntos sobre cómo vivir el amor verdadero es solo una pequeña base para ayudarte a comprender la riqueza de vivir esta virtud y como realmente nos educa para amar de verdad. Centrarnos en los “no’s” de la castidad, es perder de vista los grandes “Sí” que nos da. Pero para eso, necesitas siempre buscar las respuestas a tus dudas. No te conformes.
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(1) Counterintuitive Trends in the Link Between Premarital Sex and Marital Stability. Nicholas H. Wolfinger.