Hace unas semanas nos tocaba escribir nuestro artículo mensual; pero llegó el virus a nuestro hogar, y —aparte de hacernos vivir plenamente la parte de los votos matrimoniales que dice “en la salud y en la enfermedad”— nos dejó algunos ejemplos, que queremos compartirles.
#1 “Esa es tu parte”
El virus tuvo algo de consideración, pues no nos contagió a los tres al mismo tiempo. Los primeros dos días Johi cayó con fiebre, así que yo me encargué de la casa y de la bebé para que ella pudiera descansar. Gracias a Dios no tuve mucho trabajo y pude lograr el mínimo de tareas del hogar indispensable para vivir, no sin antes valorar todo lo que hace Johi por nuestra familia en el día a día. Esto me hizo pensar en cómo cada uno toma roles en el matrimonio, y a veces pensamos que “lo que yo hago” es más difícil o importante; e intercambiar un par de días puede ayudarnos a ponernos en perspectiva, para no menospreciar lo que hace nuestro cónyuge.
#2 Los hijos son la extensión del amor de la pareja
Cuando Johi ya se sentía un poco mejor, o al menos ya sin fiebre, la bebé empezó a sentirse decaída y con calentura, así que empezaron la preocupación y el “plan de acción Covid bebé”. Fueron días muy intensos y tensos como esposos. Era la primera vez que experimentábamos tantos días con Rebeca enferma; decaída, con fiebres, tos, congestión, sin apetito, en fin, requería de todo nuestro cuidado, ¡pero el doble! Y no sé de dónde saqué fuerzas para atenderla como requería la situación. A pesar de algunas malas caras o fastidios entre nosotros al inicio, logramos trabajar en equipo por el bien de nuestra bebé, y que así ella también lograra sentirse un poquito mejor. Si los papás están bien —unidos, trabajando juntos, con paciencia, con amor, con sacrificio—, los hijos también lo estarán. Ese es el orden natural.
#3 Dejarse ayudar
Al final de los dos días de fiebre de Rebeca, cuando pensé que ya me había librado, me tocó a mí. El viernes a medianoche me empezaron escalofríos como nunca había sentido, y supe que vendrían unos días difíciles. Yo casi nunca me enfermo, y si me pasa suelo minimizarlo porque no me gusta tomar pastillas ni ir al doctor; pero al ver lo pesado que había sido para Johi y Rebeca tuve que tragarme mi orgullo y hacer todo el tratamiento que mandaban, para curarme lo más pronto y poder ser “útil” de nuevo en casa. A veces en el matrimonio hablamos tanto del servicio —lo cual es vital— que no dejamos oportunidad para ser servidos por el otro, y así también permitirle vivir el amor en el sacramento.
#4 Buscar soluciones, y no culpables
Sabemos muy bien de dónde vino el contagio original y a dónde fue luego —detalles de tener una comunidad tan cercana—, pero también sabemos que nadie enfermó a nadie intencionalmente y que, aún si fuera el caso, ponerse en “modo detective” no apresura el proceso de sanación. En el matrimonio muchas veces caemos en el error de buscar culpables a cada problema —y, en consecuencia, de suscitar enfrentamientos entre nosotros—, en vez de enfocarnos en la solución —en este caso, serían ambos cónyuges versus el problema—. Muchas discusiones en el matrimonio tienen un origen externo, y perdemos tiempo valioso en echarnos la culpa el uno al otro; en lugar de eso, hay que resolver.
#5 Comunidad y familia
Como somos una comunidad matrimonial tan unida, ya nos habíamos reunido antes de saber que estábamos contagiado,s así que nos pasamos la semana siguiente comparando síntomas, consejos y recetas médicas por whatsapp.
Como dicen: “una pena entre dos es menos atroz”… Y en comunidad pudimos reírnos de lo que nos tocó y sostenernos los unos a los otros con la amistad y la oración. Lo mismo ocurre con los demás aspectos de la vida matrimonial: compartir tu experiencia y verla reflejada en otras parejas te da una nueva perspectiva, para poder sobrellevar las dificultades. Nuestra familia también nos apoyó con comida, medicinas y su preocupación constante; cada matrimonio tiene en su familia extendida ejemplos de esposos que son luz para los demás.
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Hay cosas de nuestros matrimonios que muchas veces no vemos; y una enfermedad puede obligarnos a volver la mirada. ¿Para qué? Sencillamente, y ante todo…, para agradecer.