Muchas veces se habla de normalizar la sexualidad, de hacer que deje de ser tabú en orden a que ambos, hombres y mujeres, puedan disfrutar libremente de ella. En el marco de dicha “normalización”, muchas veces se constata que, en términos de “conocimiento” de cómo funciona el propio cuerpo o la propia sexualidad, los varones parecerían correr con “ventaja”.
En efecto, los varones se masturban desde mucho más temprana edad que las mujeres. De igual modo, entre ellos el consumo de pornografía parecería estar más normalizado. De ahí que, para poner a la mujer en igualdad de condiciones que el varón, muchas veces se busca normalizar también en ella dichas prácticas —pornografía y masturbación—. Esto con la finalidad de que ella pueda “conocer” su propio cuerpo y cómo funciona su sexualidad, sin preguntarse si estas prácticas son realmente buenas.
¿El varón corre con ventaja?
Hace poco, en referencia a este tema, una chica escribía a la cuenta de Ama Fuerte diciendo: “cuando llega un encuentro sexual, nos encontramos con hombres que ya saben todo sobre sus genitales y cómo funcionan, pero además creen saber lo que a las mujeres les gusta o les acomoda, porque lamentablemente la mayoría ha recurrido a la pornografía.”
Y seguía: “para mí, el problema de eso es que al final el encuentro sexual no se convierte en un descubrimiento mutuo, sino en un descubrimiento guiado desde el hombre con lo que él sabe o cree saber de las mujeres, y muchas veces centrados en su propio placer.”
Esta chica, desde su lugar como mujer, presenta un reclamo válido. Sin embargo, “nivelar” a la mujer instalando para ella la masturbación o el acceso a la pornografía como algo normal, ¿no es nivelar hacia abajo?
Lo que es bueno para uno, lo es para los dos
Antes de pretender normalizar la masturbación o la pornografía para que las mujeres estén “en las mismas condiciones” que los varones, es importante preguntarnos si estas prácticas realmente ayudan a vivir una sexualidad más plena. Es importante hacer esta valoración a partir de nuestra condición de seres humanos más allá de los sexos: si es bueno para los varones, lo es también para las mujeres, y viceversa.
Acercarse a la sexualidad a través de la pornografía y la masturbación presenta graves riesgos. Uno de los más importantes es que ponen el centro en el propio disfrute y la propia satisfacción olvidándose por completo del otro. En efecto, la pornografía enseña a ver a las personas como objetos descartables: si la que aparece en el video no me gusta, la cambio. Y en la masturbación, es uno quien controla los ritmos en orden a maximizar su propio placer.
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Entablar un encuentro sexual a partir de la experiencia aportada por la pornografía o la masturbación puede dejar heridas, tanto en uno mismo cuanto en los demás. En uno mismo, porque uno va perdiendo la capacidad de hacer de un encuentro sexual un momento de entrega y complicidad —volviéndose más bien una manifestación de dominio y posesión—. Y en los demás, porque en un encuentro en el que prima una actitud de uso, más que ganar una experiencia, a uno le queda la sensación de que le han quitado algo.
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