Ser libre y feliz siempre es una opción, pues nuestra libertad empieza a funcionar cuando eliges amar. Uno siempre tiene dos alternativas, y siempre se puede escoger la que te hace feliz. ¡Y libre! Pues uno siempre puede decidir si amar. Y el amor es lo que nos hace libres.
La mayor libertad
Cuando me siento más libre es cuando decido. Cuando me decido a amar. Cuando a pesar del enfado, del cansancio, del dolor, del mal humor, de la mala suerte, de la injusticia, a pesar de todo, escojo amar, entregarme.
Muchas veces somos esclavos del momento, de las circunstancias que nos atrapan, nos molestan, y nos hacen cobardes o indiferentes. Ahí no me siento libre: me siento atrapada, prisionera. De mis emociones, de mis apetencias, de mis instintos, de todo. Me siento separada de lo que me hace libre como persona. Alejada de mi voluntad, de mi capacidad de amar.
Sé que el amor me da alas. Me libera de esa aparente comodidad que es mi egoísmo y que nos deja tan vacíos. Y tan oscuros. Porque amar es luz. Es un gusto agridulce. Pues el primer paso puede costar —y mucho—. Es humildad muchas veces. Pedir perdón el primero, dar ese paso agigantado. Es ceder y no ceder. Es corregir con cariño, aunque cueste. Es tener paciencia, ¡santa paciencia!, y dar al otro el primer trago y el último.
Es observar sin ser visto, mirar a los ojos, ver la necesidad de los demás antes que la nuestra. Es ofrecer una sonrisa, aunque casi no nos queden sonrisas disponibles. Es cancelar un plan para hacer compañía al que lo está pasando mal, dar cobijo al perdido, tener compasión del abandonado… Y tantas y tantas cosas más.
Vale la pena
¡Claro! El “luego” vale la pena: la satisfacción de ver en el otro su emoción, su cariño, su reconocimiento, su amor, su bienestar, su luz… El entregarse libera. Y te hace estallar de alegría el corazón, pues el ser valiente tiene su recompensa. Y así somos plenamente libres.
Lo somos cuando nos decantamos por esto. Por dar lo mejor de nosotros mismos, no por nosotros mismos. Por algo más Grande. Mucho más. Y por los demás. Somos libres cuando nos entregamos en cuerpo y alma, porque estamos hechos para esto: para un Amor sin límites. Un amor que lo abraza todo, un amor que nos hace aún más libres. Que nos da, y que no quita. Pues, al final, todo lo demás nos deja hundidos y encerrados. Tristes y frustrados.
El amor es la única llave
Sólo el amor puede romper las cadenas. Y el decidir abrirlas o no siempre será decisión tuya. Porque uno decide querer querer: uno decide amar, perdonar. A veces, sin sentir. Y es una decisión personal, diaria, de toda una vida.
No vale excusarnos en la suerte, en la injusticia o en la desgracia. No: amar es independiente. Puede empezarse con un acto minúsculo, pero ya es un primer paso. Ya es un escalón hacia la libertad.
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Amar nos hace libres. Quien diga lo contrario quizás lo dice porque nunca se ha atrevido a hacerlo. Porque “amar” es un verbo. Y, como bien dice un amigo mío, un verbo que necesita una acción, por pequeña que sea. Y es decisión tuya, y solamente tuya. ¿Te decides a amar?
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