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Amar o usar

Cuando le digo a alguien «te amo» puedo querer decir muchas cosas. Puedo querer decir, por ejemplo, «siento cosas muy fuertes por ti», «me siento bien estando contigo», «me haces bien», «me completas», «quiero estar contigo». Cuando le digo a alguien «te amo» seguramente quiero expresar estas cosas, pero si quiero expresar sólo estas cosas, a mi amor le falta madurar. Esto porque todas estas expresiones se centran en mí: en lo que yo siento, en lo que a mí me pasa, en lo que yo quiero. Un amor centrado en mí, es un amor egoísta.

Ahora bien, al decir «te amo» también puedo querer significar otras cosas. Por ejemplo: «quiero que seas feliz», «quiero lo mejor para ti», «eres lo más importante para mí». A diferencia de las primeras, todas estas expresiones no me ponen a mí en el centro, sino a la otra persona. Y así, siguiendo a Aristóteles y a tantos otros detrás de él, podemos decir que amar es buscar el bien del otro.

Dicho esto, ¿qué es lo más opuesto a amar? Juan Pablo II —Karol Wojtyla— plantea que, en las relaciones interpersonales, lo más opuesto a amar es usar. ¿Cómo es esto? Cuando amo, busco tu bien; cuando uso, busco mi bien. Cuando amo, eres para mí un fin: te quiero por ti mismo; cuando uso, eres para mí un medio: estoy contigo para conseguir algo más. Cuando amo, eres para mí un alguien, un sujeto de amor; cuando uso, eres para mí un algo, un objeto —por ejemplo— de placer. Cuando amo, busco que seas tú mismo, quiero que seas libre; cuando uso, quiero que seas lo que yo quiero, y busco controlarte. Se ve, pues, que no puedo amar y usar a la misma persona, al mismo tiempo y respecto de lo mismo. Amar y usar son actitudes absolutamente incompatibles.

En una relación

En una relación no hay una fórmula matemática para saber hasta qué punto lo que estoy —o estamos— haciendo es bueno, si nos hace bien. Pero preguntarnos si estoy amando o usando, o si estoy siendo amado o usado es un criterio que puede ayudar. Por ejemplo, cuando se trata de expresar físicamente mi afecto, el límite está en que la otra persona no deje de ser para mí un sujeto de amor y empiece a convertirse en un objeto de placer. Si uso a la otra persona, no la estoy amando. Si pretendo expresar mi amor con un acto contrario al amor, en el fondo expreso mi propio egoísmo, no amor.

Ahora bien, la posibilidad de usar a la otra persona no se reduce sólo a lo físico. Por ejemplo, se da también con la idealización. Idealizo a la otra persona cuando no la considero tal cual es en la realidad, sino que hago énfasis en lo que yo quiero que sea. Esto se da cuando proyecto a la otra persona cualidades que no posee y yo quisiera que tuviera. Ocurre también cuando exagero las cualidades que me gustan de esa persona y atenúo las que no, esperando que en algún momento vaya a cambiarlas por mí. En el fondo, no tomo a la persona como es en realidad —no es un alguien—, sino que la convierto en la excusa para sentir esas cosas que siento —la convierto en un algo—. Al final, no estoy con esa persona, sino con la idea que tengo de esa persona.

El amar a otra persona exige también que siempre sea considerada como un fin, y nunca como un medio. Es decir, que las cosas que haga por la otra persona las haga por ella misma, y no para obtener otra cosa. No es lo mismo dar un regalo porque eres tú, que darlo esperando obtener algo a cambio. Lo mismo puede darse, por ejemplo, con el contacto físico, del cual me puedo servir para generar una cierta dependencia por parte de mi pareja, tal vez en orden a que siga conmigo. El que ama, actúa desinteresadamente; el que usa, en el fondo, busca su propio interés.

La relación entre amar y usar puede darse en muchos otros casos, de los que se podrá seguir hablando más adelante. Por el momento, llegamos hasta aquí. Síguenos y comenta en facebook e Instagram.

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